Identidad DC, humanismo convergente

Muchos dicen que nuestro partido hoy, como nunca, se encuentra en una encrucijada. Lo explica muy bien, mi amigo y camarada Francisco Huenchumilla en el documento que ha compartido estos días,  antes de nuestra Junta Nacional.

Pero este emplazamiento, que señala la necesidad de ciertas definiciones en la DC, no es nuevo. Así lo sabemos quiénes una y otra vez nos hemos preguntado qué define y caracteriza hoy a la Democracia Cristiana. En definitiva, cuál es nuestra identidad y desde qué vereda nos situamos para avanzar hacia el colectivo que anhelamos, ese con más justicia social. Camino que comenzamos a recorrer con la revolución en libertad, el mejor camino y la mejor estrategia.

Seguir o no en la Nueva Mayoría; apoyar o no las reformas estructurales; despegarnos o no de los poderes fácticos que asoman cada vez que se intenta cambiar el estatuto quo. La DC en esto no puede perderse. Nacimos a la vida política en un contexto muy distinto al actual, pero la fuerza libertaria, transformadora y profundamente respetuosa del prójimo fue y debe seguir siendo el eje central.

Tomic decía, con esa sabiduría que se extraña, “o la democracia cristiana acepta ser directa y necesariamente la expresión política temporal (bajo la responsabilidad de los laicos y no de la iglesia) de los valores definitorios del Humanismo Cristiano… ¡o no será nada, porque no merecería serlo, y el ‘oportunismo’ político la transformaría en una feria de intereses personales cuando no bastardos!” 

Hoy, perdemos el tiempo si nos quedamos entrampados en discusiones ajenas a la realidad del pueblo.

Perdemos el tiempo si buscamos un cierto consenso que deje tranquilos a algunos, pero profundamente frustrados a quienes nos eligen y confían en este mandato popular.

Perdemos el tiempo, claro que sí, si nos quedamos inmóviles o guardamos para nosotros sólo un lugar tranquilo.

No fue la Democracia Cristiana la que calló ni la que se resignó, mucho menos la que bajó los brazos. Por el contrario, las banderas con la falange han acompañado procesos transformadores en la historia reciente de Chile. Fue, para citar sólo un ejemplo, en el gobierno de Frei Montalva cuando la concepción sacralizada del derecho de propiedad fue removido para realizar la Reforma Agraria.

Pero han pasado los años y las demandas sociales siguen sobre la mesa, y son los ciudadanos los que apuntan con razón a quienes tenemos la responsabilidad de generar los cambios.

Las reformas impulsadas por la Nueva Mayoría y desarrolladas en el actual Gobierno son el reflejo de un compromiso con temas relevantes, para que la educación, la salud y el bienestar no sean bienes de consumo y no estén regulados sólo por el mercado. El camino no ha sido fácil y sería miope decir que no han surgido tropiezos ni problemas en la gestión o implementación. Sin embargo, es deber nuestro colaborar con el diseño, y con humildad, mostrar aquéllos hechos que pueden ser mejorados.

“Entenderse con la DC no para transar el programa de gobierno, sino para facilitar su cumplimiento", lo decía Tomic, y vaya cuanta razón tenía.

Si queremos realmente renovar la política, hacerla creíble , recuperar las confianzas, asentarla en la verdad, en la participación popular y en la justicia social, la DC no puede hacer otra cosa que asumir el liderazgo y volver a levantar sus banderas con la mística que estoy seguro tiene la inmensa mayoría de nuestros militantes.

Claro que hay tareas pendientes y los demócratacristianos lo sabemos. Aún hay campamentos, letrinas, colegios sin agua caliente, discriminación, segregación. Aún, por ejemplo, se destinan más de 14.000 millones de dólares a la compra de armas, recursos necesarios para resolver las carencias en infraestructura sanitaria y educacional que el país necesita.

Por eso, frente a la visión individualista, debemos rescatar la importancia del colectivo. El humanismo convergente, donde el respeto a la mirada del otro sea clave, donde el otro sea visto como un igual, sin imponer credos ni prejuicios.

Vienen tiempos de definiciones, sin duda; pero, profundamente renovadores si valoramos nuestra esencia, esa que a pesar de todo, se mantiene viva y presente.

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