La amenaza populista

La elección presidencial de Jair Bolsonaro en Brasil es una demostración que  la crisis de los sistemas políticos, fuertemente golpeados por la corrupción de sus elites políticas tradicionales de derecha e izquierda en varios países de América Latina, permite el avance del populismo encabezados por caudillos que, gozando de la legitimidad democrática,se instalan en el poder con un discurso que no respeta las reglas y valores de la democracia y de los derechos humanos.

El historiador mexicano Enrique Krauze ha escrito recientemente el libro “El pueblo soy yo” donde relata como este nuevo populismo se encarna en un líder carismático que promete la instalación de un régimen basado en el orden negacionista de los derechos y libertades democráticas o en utopías mesiánicas que una vez logrado el triunfo electoral consolida un poder personal al margen de las leyes, las instituciones, el Estado de derecho.

Así ocurrió en Venezuela con Chávez y Maduro, que surgen de la debacle del sistema político y han conducido a ese país a una crisis sin proporciones y prácticamente sin salida y así puede ocurrir con Bolsonaro que desde una concepción fascista amenaza la institucionalidad democrática en Brasil.

El populismo, que no es una ideología definida sino más bien una forma neoautoritaria de ejercer el poder, avanza en América Latina galopando la corrupción, la inseguridad provocada por el narcotráfico y la delincuencia y la crisis económica que golpea a amplios sectores de las sociedad.

De ello, la ciudadanía culpa a los políticos tradicionales y de este rechazo y desencanto nacen figuras como Bolsonaro, un capitán retirado del ejército, mediocre diputado por tres décadas y que de un discurso aislado, racista, misógeno y violento se transforma en el Presidente de uno de los países más importantes del continente.

Bien apunta el periodista peruano Fernando Rospigliosi al decir, en una reciente crónica, que Bolsonaro ha sostenido siempre esta posición y que él no cambiado.

Lo que ha cambiado es la subjetividad de la mayoría del electorado brasileño que desencantado de la clase política, crecientemente aislada de la sociedad, se ha volcado hacia esta opción autoritaria en la esperanza última de encontrar soluciones a sus problemas en un Mesías que promete reestablecer el orden aún a costa de sobrepasar la institucionalidad y la ley.

Yascha Mounk  le llama “el pueblo contra la democracia”, porque el vacío de poder lo llena un líder autoritario que promete solución a los problemas complejos de la sociedad con soluciones simples, drásticas, adoptadas por decreto, en tiempos veloces, todo lo cual no se condice con los procedimientos democráticos, muchas veces engorrosos, con los controles y contrapesos que esta supone.

Asi lo hizo Chávez y Maduro en Venezuela, que han gobernado con decretos de dudosa legitimidad democrática, han clausurado el Congreso elegido por el pueblo e instalado una Asamblea Nacional paralela que resuelve medidas en tiempos records.

Por ello, las derechas latinoamericanas debieran celebrar menos el triunfo de Bolsonaro porque en el fondo él representa también el fracaso de los partidos conservadores y sobre todo porque las medidas que este adopte, nacional e internacionalmente, si son asociadas a las posturas de derechas que han vivido y han sido alternativas en el contexto de los procedimientos democráticos, les causará un daño de imagen política similar al que el “socialismo bolivariano” ha terminado causándole a las izquierdas en América Latina.

En Chile, el efecto Bolsonaro puede ser aún mas grave ya que partidos nacidos en dictadura que, con extraordinaria lentitud se han ido incorporando al respeto de las normas de la democracia y que hoy gobiernan en virtud de ellas, pueden sufrir una involución autoritaria no solo en el tema del poder sino también en las temáticas valóricas y de libertades individuales que, en el discurso de Bolsonaro, desaparecen desplazadas por el odio a todo lo diferente, por el aplastamiento de todo lo diverso, por la clasificación extrema de buenos y malos.

El sector de la UDi que ha acompañado y visitado a Bolsonaro puede terminar mezclado irreversiblemente con el discurso y las medidas autoritarias que este adopte y encajonarse nuevamente en un neofascismo que niegue la pluralidad de las formas de vida y la libertad como autonomía de las personas que son las características que ellas asumen en el siglo XXI.

Si la derecha en Chile ha ganado dos elecciones presidenciales es porque ha sido liderada por Sebastián Piñera que agrega un plus liberal, aperturista en lo valórico, que cambia el rostro de la derecha pinochetista.

El riesgo de los bolsonaristas de la UDI es que la derecha sea identificada nuevamente con el autoritarismo y que al final represente, ya no a  una derecha ambivalente en muchos temas pero inserta en la democracia , sino al viejo electorado pinochetista que ciertamente es minoritario en la sociedad.

La UDI debe reflexionar sobre porque tuvo efecto electoral la parodia casi ridícula del Chilezuela para identificar a la candidatura de la Nueva Mayoría.

Ello ocurrió justamente porque una parte de la izquierda ha mantenido una postura de ambigüedad y sino de franco apoyo a Chávez y Maduro lo cual genera temor en sectores del electorado centrista que en su momento votó por Bachelet.

Así ocurrirá también con Bolsonaro con un costo mayor para la UDI que hoy aplaude porque en la memoria de los chilenos está fuertemente presente el compromiso de este partido con la dictadura.

El populismo está avanzando en el mundo entero y puede convertirse en una amenaza impensada en los 90 cuando a raíz de la caída del muro de Berlín  y del comunismo como sistema, la democracia se extendió universalmente como forma y valor.

Bolsonaro y el populismo representan justamente la negación de la democracia y de sus instituciones y lo que está por verse es si esta amenaza neofascista devendrá en una era populista que ponga en entredicho la supervivencia misma de la democracia liberal y de los avances que las luchas sociales de siglos han implicado en garantías políticas, sociales como también en los temas que hoy cobran centralidad: medioambiente, diversidad sexual, derechos de género, cultura de la tolerancia y las libertades plurales.

En tanto, los demócratas, de diversas expresiones culturales, deben analizar este riesgo y adoptar medidas para construir una línea de contención del discurso fascista que hoy en Chile no está reducido a los grupos neonazis y al pinochetismo extremo sino que se extiende hacia políticos ligados a los partidos que hoy gobiernan con Piñera.

La izquierda o las izquierdas en Chile como en el mundo, la centroizquierda valoricamente comprometida con la democracia y las libertades, deben construir una alternativa que aborde los temas y de respuestas eficaces a los temas que en la sociedad del siglo XXI provocan inquietud en la ciudadanía. Deben, en primer lugar, llevar a cabo una revolución ética que aparte de la política a quien se ensucie las manos con el dinero empresarial que llega “generosamente “ y a raudales no vistos a la política para controlarla y subordinarla.

Debe comprender que hay una nueva subjetividad en la población, que el neoliberalismo no es solo economía y finanzas, es también ideología y que ella penetra, con todo el peso del mercado en la vida cotidiana, en la subjetividad de la población.

Que vivimos en una pos modernidad y en un mundo global donde no hay certezas y que la política debe recuperar no solo identidad y transparencia sino además su rol de producir subjetividad, porque es en este plano, de las ideas, donde se librará la lucha contra el neofascimo arropado del nuevo populismo que puede surgir en cada sociedad donde el sistema político esté en crisis, donde los partidos vivan de la autoreferencialidad y no respondan a la sociedad y a sus exigencias.

El léxico gramsciano de la lucha por la hegemonía cultural se repropone con extraordinario actualidad.

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