La colusión de los incumbentes

En cada una de mis visitas a la feria, mis encuentros con amigos y conversaciones con la gente en la calle escucho quejas que la cancha está dispareja y que los que tienen el poder siempre ganan.

Aunque me gustaría afirmar que eso no es así y levantar la bandera que los partidos políticos de verdad cambiaron las normas para que todos tengamos las mismas posibilidades, debo reconocer que, por el contrario, esta elección parlamentaria fue hecha para que los que votaron la nueva ley electoral salgan reelectos sin mayores sobresaltos. Es el bonus track del binominal.

Hoy las diferentes colectividades son víctimas de lo que denominaré “colusión de los incumbentes”, militantes que ha sido distinguido con el honor de representar a los partidos en el Parlamento se han adueñado de cargos, se protegen entre ellos, y ejercen un poder partidario consiguiendo pegas para sus “lotes” en negociaciones no siempre legítimas con el Gobierno.

Es cosa de mirar la estadística de aportes económicos de los partidos a sus candidatos, para darse cuenta que los actuales diputados son ampliamente favorecidos frente a los desafiantes.

No se contentan con haber diseñado un redistritaje a la medida para sus reelecciones, bloquean la irrupción de nuevos rostros y hasta son favorecidos en las distribuciones de platas para campañas. Es claro que la mayoría de los candidatos nuevos han tenido que buscar sus propios recursos para enfrentar este proceso de una manera  medianamente digna.

Me atrevería afirmar que esta situación no sólo afecta a los rostros nuevos de La DC que buscan llegar al Congreso, sino que también a los que se atrevieron a levantar una opción nueva en los partidos de la Nueva Mayoría y también en el Frente Amplio, coalición que vio, entre sus filas, el ejemplo más mediático de bloqueo del incumbente, en el caso de los mensajes de audio.

Partiendo por casa, y más allá del resultado de la elección presidencial y parlamentaria del próximo 19 de noviembre, la DC debe mirar el futuro y jugársela por sacar de la mediocridad a nuestro sistema político.

La ética pública y privada no debe quedar relegada al cajón de los discursos de buena crianza y tenemos que ser exigentes para asignar a cada miembro de la sociedad un rol en favor del bien común.

En definitiva, necesitamos una DC que no ceda a la tentación del poder por el poder, que no simplifique una realidad compleja a una división entre una izquierda y una derecha que, por lo demás, ya no interpreta a la mayoría de la gente, y que se atreva a, articulándose con otros, refrescar su propuesta a la ciudadanía, con hombres y mujeres nuevas, mirando al futuro de Chile.

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