La CUT y su crisis de representación

Hace ya quince años, escuché a Sergio Micco decir en clases que la política unía a las personas. Ante el asombro e incipientes burlas del auditorio, avanzó señalando que los partidos y, en un nivel más amplio, el sistema político, podía ser entendido como un espacio de discusión y síntesis de experiencias e ideas diversas por personas que de otra forma ni siquiera se habrían conocido. Con todo el tiempo transcurrido y con todo lo que ha pasado en este periodo, desconozco si el profesor Micco continuará pensando lo mismo; sin embargo su frase mantiene pleno valor como vara para medir las organizaciones representativas, ya sean éstas partidos políticos o movimientos sociales.

Lo cierto es que las organizaciones representativas están hoy en crisis. Y es probable que bastante de esa crisis se deba a que han dejado de ser ese espacio de síntesis y articulación. Hoy se abandona el esfuerzo de síntesis y se transfiere éste al Estado, receptor de demandas cada vez más particulares y rígidas, apenas masticadas o procesadas en el seno de las organizaciones. Hoy florecen las ONG’s y centros de pensamiento, que profundizan una idea, perspectiva o demanda, con la comodidad de sustraerse a la representación como base de legitimidad y al debate democrático como tamiz a sus postulados.

Es a partir de esta mirada que quiero referirme a la crisis que vive en estos días la Central Unitaria de Trabajadores. Porque ataca el corazón de la capacidad de articulación y síntesis de una instancia que debiese estar llamada a ser la casa común del movimiento sindical. Si una organización no es capaz de generar mecanismos de elección de autoridades que le den confianza a sus propios integrantes, menos podrá ser el espacio donde éstos compartan visiones y sinteticen sus posturas.

¿Estamos ante una crisis del sindicalismo chileno? Probablemente no. Aún con una tasa de sindicalización estancada en las cercanías del 14%, el sindicalismo ha vivido procesos que nos hablan de su vitalidad. En especial, porque ha sido capaz de adaptarse a las nuevas realidades de la economía y recoger en su seno los cambios de la sociedad chilena; ello con todas las dificultades que le pone una ley diseñada más bien para obstaculizar su labor que para favorecerla.

Así, ha compensado la caída de la afiliación en el sector industrial, que pasó de 185.366 afiliados en 1992 a 114.515 en 2010, con un incremento sostenido de la afiliación en el comercio y servicios, pasando el primer sector desde 100.143 afiliados en 1992 a 187.786 en 2010, mientras que el segundo creció de 92.592 a 187.786 en el mismo período.

Asimismo, se ha hecho eco de los cambios en la composición de género de la fuerza de trabajo chilena, pasando de un 19,7% de mujeres en sus filas en 2002 a un 36% en 2014; todo esto de acuerdo a las estadísticas sindicales de la Dirección de Trabajo.

La crisis parece ser propiamente un proceso de la CUT. Tensionada por una reforma laboral que no dio cuenta de sus promesas iniciales ni de las aspiraciones del mundo sindical, la Central no contó con los mecanismos para procesar en su interior dichas tensiones y, al igual que en otras ocasiones, éstas se expresaron en escisiones, formalizadas o no, que la fueron debilitando progresivamente.

Cabe entonces recordar que la Central Unitaria de Trabajadores, formada en 1988, asume como propio el modelo de la Central Única de Trabajadores, creada en 1953. Este modelo, innovador para lo que había sido el desarrollo sindical chileno, buscaba construir un espacio común para las distintas corrientes que en paralelo se desarrollaban en el sindicalismo chileno.

Con experiencias de centrales obreras más bien partisanas como había sido la Federación Obrera de Chile respecto del Partido Democrático y el Partido Obrero Socialista, o la Central de Trabajadores de Chile respecto del Frente Popular, la CUT partía de la base de que un movimiento sindical relevante en la sociedad chilena debería ser capaz de contener en su interior a los movimientos obreros, así como a los empleados, fiscales y particulares y a las vertientes anarquistas, comunistas, socialistas y cristianas, entre otras.

La idea de una Central autónoma de las distintas corrientes no pasaba por anularlas ni negarlas, sino que por establecer una institucionalidad representativa donde esas corrientes pudiesen convivir y articularse en el ideal de defensa de los derechos de los trabajadores.

La CUT de 1988 asume ese objetivo como propio, ayudada por la convergencia del mundo político y sindical en la lucha contra la dictadura, sin embargo no ha tenido la capacidad de renovarlo de acuerdo a las nuevas realidades sociales.

A la CUT le cuesta ser un espacio atractivo para un mundo sindical que la ve cada vez más ajena, ya sea porque se refugia en su espacio particular de acción o bien porque busca otras articulaciones como han sido la Corriente Clasista y Combativa, el Comité Iniciativa de Unidad Sindical o en cierto sentido, el Movimiento no más AFP.

Chile necesita un movimiento sindical fuerte, con presencia, capacidad de interlocución y con voluntad colectiva. Y en ese sentido, el modelo de una Central con vocación integradora y articuladora, que permita la confluencia de experiencias y trayectorias distintas dentro del mundo sindical, sigue siendo válido y más provechoso, a mi juicio, que las apuestas partisanas. Lamentablemente, cada crisis aleja más a la CUT de cumplir dicha labor.

Por ello, no nos puede ser indiferente la forma en que se resuelva la actual coyuntura. De ello dependerá la viabilidad de la Central en el corto plazo y la forma que tomará el mundo sindical en una sociedad que requiere una representación fuerte y efectiva de los trabajadores y trabajadoras.

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