La DC, el Golpe y el perdón que falta (II)

En referencia a la columna publicada por mis camaradas Nicolás Muñoz Montes y Manuel Matta Aylwin con fecha 15 de septiembre, en respuesta a otra del suscrito publicada el día 13 de septiembre, ambas en cooperativa.cl, referidas a la pertinencia o no de un perdón oficial del Partido Demócrata Cristiano respecto a su coherencia democrática en los hechos que precedieron al Golpe de Estado de 1973, me parece necesario hacerme cargo de algunos planteamientos generales ahí formulados.

La respuesta “de texto” que proponen estos destacados camaradas, no agrega nada nuevo al debate y más bien, pretende llevar a otra generación de demócrata cristianos a rehuir el fondo moral de la discusión y centrarse en la interpretación antojadiza de hechos aislados, los cuales, según como se presenten, podrán ofrecer una u otra mirada de la historia.

Esta discusión es de principios y no de historia. Somos políticos y no historiadores a la carta. No podemos descartar nunca que algún día nos toque a nosotros estar en los zapatos de los protagonistas que hemos mencionado. En consecuencia, es mediocre que situemos este debate en la misma lógica inconducente y destructiva de más de 40 años.

Así, no obstante el orgullo que siento por mi abuelo, en su calidad de firmante de dicha carta, que junto con defender principios, ofrendaba literalmente su vida al servicio de los mismos, confieso que no sé si yo hubiese tenido el coraje de firmarla.

De acuerdo a lo que he leído- que no ha sido poco sobre esta parte de nuestra historia- y de lo que he escuchado de diferentes personajes relevantes de la época, el Gobierno de la UP había llevado al país a una situación insostenible, cuya salida cada vez más evidente y requerida por la inmensa mayoría de los chilenos, precisaba de la intervención del Ejército. La que paradojalmente, tuvo su puntapié inicial en el propio Allende al conformar un gabinete cívico militar casi en la antesala del Golpe.

En este verdadero clamor popular por una“intervención del Ejército” restablecedora del orden institucional, para muchos severamente quebrantado, la Directiva Nacional del Partido Demócrata Cristiano al día 11 de septiembre de 1973, encabezada por su Presidente, Patricio Aylwin respaldó la intervención del Ejército. También lo hizo Eduardo Frei Montalva.

Mi problema con la oficialidad partidaria de aquella época, es que no es imaginable, opinable ni moralmente defendible,sostener que el rol de las Fuerzas Armadas se reduciría a la normalización político-administrativa del país y a la restitución del poder a la civilidad a la brevedad una vez ocurrido lo primero.

Es parte del ABC formativo de la política, que una intervención del Poder Militar en el Poder civil, jamás será pactado y siempre lleva el mismo nombre y las mismas consecuencias. El nombre será Golpe Estado y sus consecuencias consustanciales, corrupción de magnitud, tortura, desapariciones, ejecuciones, coaptación del Poder Judicial y concentración del Poder Legislativo y Comunicacional en pocas manos.

La pregunta que surge entonces también es de texto, ¿puede un partido político suponer que una intervención militar en una democracia no será por la vía del Golpe y sus consecuencias naturales? Luego, ¿es posible creer que los líderes DC de entonces que estaban por el Golpe, creían genuinamente que la democracia sería restituida a la civilidad una vez despojado el socialismo del poder?

Quiero ser parte de una generación que no le vea la cara a la gente. Quiero ser parte de una generación que vaya siempre con la verdad, aun cuando la posición sea impopular. La ciudadanía respeta la coherencia y la honestidad. Puede no compartir una postura, pero respeta a quien la formula con convicción. Es precisamente esto lo que la DC no ha hecho con este tema y es en lo que mis camaradas Muñoz y Matta perseveran.

La DC fue golpista. Se mire por donde se mire. Si debo ser yo quien deba asumir el costo histórico de ese perdón, pues bien, pido perdón al país. Lamentablemente, para estos efectos, solo soy un militante más y las consecuencias políticas de mis palabras son nulas, por lo que con mayor razón extraño de mis camaradas una posición de principios,  más que una posición de libro que perpetúe a la DC en este statu quo moral respecto al Golpe y postergue indefinidamente nuestra impronta valórica como generación.

Hay que tener presente que siempre habrá un soldado carroñero merodeando el cadáver de la democracia. El infortunio de esta reflexión, es que los últimos en darse cuenta que la democracia falleció, somos precisamente nosotros, los políticos.

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