La DC y la hora de la definición

Nos guste o no, la realidad siempre es más fuerte que el voluntarismo. Y a la Democracia Cristiana le llegó inexorablemente la hora de tomar definiciones respecto de su futuro.

Ciertamente sabemos que aún los falangistas tienen justificadas reticencias de aliarse con la derecha, específicamente con aquella parte de ella que aún reivindica y aplaude a Pinochet, parte aún ruidosa pero afortunadamente en extinción.Pero tenemos también la certeza, después de este gobierno nadie podría negarlo, que a su vez tampoco son bienvenidos en la izquierda.

Seamos honestos, el gobierno de Bachelet debiera haber dejado más que claro que enfrentada a la disyuntiva de elegir a la DC o a los comunistas, la izquierda preferirá cien veces a los de la hoz y el martillo.

¿Cuántos demócrata cristianos se arrepienten de que sus dirigentes –con el único y declarado fin de volver al poder- optaran por abrazar un programa que ahora dicen que no leyeron?

¿Podrán perdonarles haberse hecho los lesos de las contradicciones que ella tenía con la declaración de Principios del partido, que se centra en la liberación humana por medio del concepto cristiano de la vida, conforme al cual el hombre solo puede obtener su pleno desarrollo espiritual y material?

Difícilmente pudieron tener en común, doctrinariamente hablando, dicho programa  del mundo laicista y aun declaradamente marxista de la izquierda chilena propio del eje dominante de la Nueva Mayoría con sus propios principios.

Esto no pretende rser una demonización, es sólo la constatación de las contradicciones de su dirigencia, y en esos términos las definiciones doctrinarias de Maritain –un tomista social cristiano de aquellos que creían en la moral natural- y los inspiradores de la DC se asemejan más a la centro-derecha que a la izquierda.

La DC está en una jaula política en la Nueva Mayoría. Y es hasta comprensible que entraran en ella: democratacristianos y socialistas convivieron bastante bien en la Concertación de Partidos por la Democracia, porque aprendieron durante 17 años de dictadura a vivir juntos.

Su partido y la izquierda construyeron en torno al tema de los derechos humanos y la oposición a Pinochet una estructura que les permitió alcanzar el poder en 1989 por la vía de las urnas, derrotando simultáneamente a dos rivales: a Pinochet por una parte, pero también a la tesis armada del Partido Comunista y Gladys Marín reflejada en la Revolución Popular de las Masas.

Y antes de eso, sus dirigentes los alejaron del social cristianismo que habían esbozado al apoyar a Cruz Coke el 46, sacándolos del derrotero natural de las democracias cristianas mundiales, y al hacerlo los condenaron a un largo peregrinaje en soledad, en el “camino propio” de Castillo Velasco, en una especie de “tercera vía autónoma”, en que evidenció más insuficiencias que éxitos.

Por algo la "Revolución en Libertad" no pudo cimentar el buen resultado electoral conseguido para la elección presidencial de Frei Montalva.

Por algo la derrota de 1970 fue estrepitosa. Por algo, también, la oposición a la Unidad Popular, bien sabido es, fue dirigida por la DC y no pocos, sino la inmensa mayoría de ella, fue partidaria del quiebre institucional de septiembre de 1973. La carta de Frei a Mariano Rumor, las declaraciones de Aylwin y cientos de antecedentes así lo avalan.

Podemos entender, en consecuencia, que el “accidente Pinochet” –como lo denomina Armando Uribe- los haya hecho quedarse en la Concertación. Pero Pinochet se murió hace ya una década. Y en la derecha ya nadie justifica la tortura, el asesinato y el exilio.

Y son pocos, en extinción y cada vez en mayor soledad, los que le rinden tributo al dictador. Podemos entender que el binominal fuera una camisa demasiado estrecha que impidiera moverse con libertad, pero ya no hay binominal y la DC perfectamente podría sacar un diputado por distrito. Entonces, hoy, libres de la sombra pinochetista y desatados del binominal ¿qué motiva a la DC a no tomar un camino propio, e incluso a aliarse circuntancialmente con sectores de derecha?

Salirse de la alianza con la izquierda no será fácil. Sin duda la Concertación fue, durante la vida de Pinochet, una coalición política eficiente en términos electorales, probablemente la mejor que recuerde la historia de Chile. Gracias al binominal, la DC podía asegurar diputados y senadores.

Y en ella, asimismo, podía mantener cuotas de poder en La Moneda, pero también sabemos que en los últimos 10 años de la Concertación y especialmente en este gobierno de Bachelet II debieron resignarse con ser los “parientes pobres, que se sentaban en la mesa de los cabros chicos. Nada digno para un partido tan relevante como el suyo, camarada.

El futuro para la DC aliada a la izquierda es complejo. La unidad con sus actuales socios les ha sido perjudicial electoral y políticamente. Ciertamente, tal condición les generó escisiones y fisuras relevantes y perjuicio en las urnas, que evidencian hasta hoy.

Por más que Walker y Jouannet intentaran establecer en algún trabajo académico del 2006 un nexo intelectual entre la “nueva izquierda” y la DC, no pueden sino llegar a la conclusión que los nexos entre ambas son tan febles, que no puede descartarse la “mera coincidencia” como la fuente de alianza de ellas. Y, con honestidad, tal unión solo se explicaba tal pacto por el tan vilipendiado sistema electoral binominal… malditas ironías del destino.

Así las cosas, las preguntas aparecen solas, ¿seguirá su impulso natural de salirse de esta alianza con la izquierda, que al final del día le resulta ajena, y huirá de una “nueva-nueva-mayoría” que cada vez se radicaliza más y más hacia la izquierda?

¿Será que con el fin del binominal ya le llegó la tan añorada “tercera vía”, antes impensable? El costo para la DC de seguir aliado a la izquierda es el de seguir siendo el accionista minoritario, ese que hace pataletas en las juntas pero que, en el fondo, es mirado con menosprecio por sus pares.

Difícil dilema. Pero por subsistencia la salida les resulta necesaria e inminente. Bien decía Víctor Hugo que no existe en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo. Y el tiempo de la Democracia Cristiana de salirse del lado de la izquierda ya le ha llegado inevitablemente.

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