La decisión socialista

Con la votación del Comité Central del Partido Socialista ha concluido un período largo de la política chilena, del cual se aleja por la puerta de atrás. No hubo ceremonias ni una declaración formal, casi fue un episodio más dentro de los acontecimientos de la temporada. Sin embargo, algo muy profundo ha cambiado. El que no todos los involucrados perciban la solemnidad del momento, es un signo más que muestra lo mucho que hay que hacer para que la política se ponga a la altura de lo que de ella se espera.

Desde la transición hasta hoy han existido dos partidos cuyo entendimiento le dio gobernabilidad a la centroizquierda: DC y PS. Muchos más actores (individuales y colectivos) han entregado un aporte gravitante, muchas otras cosas han debido funcionar bien para que nuestra democracia se haya ido consolidando y evolucionando. Pero sin el entendimiento que señalo, la historia política del país no se explica.

Alternándose los roles de conducción, socialistas y falangistas fijaron un rumbo que orientó a la nación. Lo pudieron hacer por la destacada razón de que supieron incorporar en sus deliberaciones y actuaciones una lógica que trascendía la de los liderazgos individuales y los intereses particulares de su propia tienda política. En función de objetivos mayores (afianzamiento democrático, dar sustento de una coalición) los partidos que menciono pagaron costos importantes y limitaron sus aspiraciones, en la misma medida que les tocaba liderar y, simplemente, porque era lo que había que hacer. Pequeñeces, debilidades, oportunismos y vanidades injustificadas han existido siempre. Pero grandeza también.

A la decisión socialista del fin de semana no hay nada que objetar, excepto que sigue la lógica de interés estrictamente partidario y que descuida los intereses colectivos superiores al partido. Es más, con esta decisión el PS abandona el papel conductor que había ejercido en el gobierno de Lagos y en los dos gobiernos de Bachelet. Quizá cuanto tiempo tendrá que pasar para que vuelva a asumirlo.

Cuando se toma una buena decisión se nota de inmediato: todo queda más claro y definido, hay más confianza y certidumbre, el escenario queda más ordenado, prima el optimismo. No ha sido el caso.

Los que opinan desde fuera no lo hacemos porque queramos inmiscuirnos en deliberaciones ajenas, sino porque no podernos dejar de evaluar el amplio impacto que esta determinación está destinada a tener más allá de las fronteras partidarias.

Es significativo que, desde hace un tiempo, el PS haya estado incidiendo en la agenda política no por su capacidad de anticipación a los grandes dilemas que se han presentado, sino mediante el expediente de dilatar su proceso de decisiones.

Me refiero a las decisiones explicitas tomadas por sus órganos regulares. Porque, en realidad, sí se ha estado resolviendo por descarte, ya que el paso del tiempo no es nunca neutro. En la práctica ha inviabilizado la candidatura de Ricardo Lagos porque su opción dependía de la movilización de apoyos institucionales, y sin esto no pudo presentarse como alguien capaz de superar la crisis política, de la que terminó siendo víctima.

Poco importa qué fue primero, si el huevo o la gallina, es decir, si el PS no apoyó a Lagos porque no tenía opción o si no tenía opción porque no lo apoya el PS. Nunca lo sabremos porque su conducción nunca quiso, de verdad, averiguarlo.

En política se puede sacar las castañas con la mano del gato, pero no hay que preocuparse mucho por interrogar al gato sobre su comportamiento sino dirigir la mirada a quien le dio instrucciones. Y si alguien no quiere esforzarse mucho en meditar sobre el punto, lo único que tiene que hacer es ver, a partir de ahora, a qué tarea política prioritaria se dedicará el partido. Acepto apuestas a que el centro de interés estará en la campaña parlamentaria más que en ninguna otra parte.

Episodios como esta muestra que los partidos están lejos de haberse adaptado a los nuevos tiempos. De hecho, haber superado la reinscripción legal no será ni siquiera el punto de partida, sino un requisito básico para presentarse en la cancha y poco más. Lo decisivo serán dos cosas: ganar representación y demostrar que se puede hacer política de calidad.

Si lo único que hace un partido es favorecer la sobrevivencia de su dirigencia, entonces no se sobrevivirá o se quedará condenado a la irrelevancia. Eso lo puede hacer cualquiera que venga recién entrando a la escena política, tal vez mejor porque ¿de qué sirve tener historia si lo que te guía son cotizaciones de mercado o la evaluación de las encuestas?

Siempre se hace sentir la necesidad de la buena política, a veces por su presencia y a veces por su ausencia. De momento, los esfuerzos por regenerarlo han tenido menos impacto que la tendencia a la desarticulación. Pero, como siempre, la solución no se encuentra en la desesperanza, más bien lo que se ha de buscar es la coordinación transversal de los liderazgos más responsables. Hay que reaccionar y hacerlo pronto, porque sino el tiempo que se perderá no se medirá en meses sino en años.

¿Hay una salida a la difícil situación en que ha queda colocada la centroizquierda? Si, por supuesto.

Lo que debemos reconocer todos es que nadie es autosuficiente y que nos necesitamos unos a otros. La unidad no tiene reemplazo. Solo juntos tenemos la credibilidad suficiente como para competir, con opciones reales, por el poder. Ninguna fracción de nosotros puede hacer la promesa grande de un Chile más justo y fraterno, como la que hemos renovado en cinco ocasiones con éxito.

Si este propósito se mantiene y revalida (y hay que hacerlo), entonces hay que definir los mecanismos a disposición que nos permitan alcanzarlo, sin prejuicios y abiertos a distintas opciones. Necesitamos acuerdo parlamentario, confluir en un candidato presidencial, concordar un programa. Pero no hay una sola manera de conseguir estas tres cosas.

Es importante ir en una o dos listas parlamentarias. Pero lo decisivo es concordar entre todos cuál opción es más viable de emplear. El PC ha planteado la posibilidad de incorporar al PRO en el acuerdo las listas, sin que ello signifique un acuerdo de gobierno conjunto. Una idea que merece ser evaluada. Pero, si tal cosa se resolviera, la opción sería pragmática y por eficiencia electoral. Es decir, podemos abrir el abanico de opciones.

Con el binominal funcionando, había que partir unidos, y por eso se tenía desde el principio el candidato presidencial unitario. Hoy es posible, con nuevas reglas, pensar en que lo viable es llegar unidos a la decisión final. Es decir, podemos abrir el abanico de opciones y optar, de común acuerdo, por lo que nos convenza más.

A nivel programático no es de extrañar que se constaten los múltiples acuerdos de quienes están respaldando el actual gobierno y sus reformas. Sin duda compartimos un mismo diagnostico sobre crisis institucional, necesidad de mayor equidad y de un gobierno cercano a las personas.

Pero hasta hoy se ha visto la necesidad de abrir el abanico de opciones en cuanto a estilos de liderazgo, énfasis programáticos y trabajo mancomunado de gobierno con su coalición. Puede que necesitemos más tiempo para que estas opciones se expresen. Como siempre, el mejor posicionado es que el que conduce y pone su sello. En cada caso, se trata de escoger el mejor entre varios mecanismos a disposición.

Ahora toca escoger el camino que cada uno va a seguir. La unidad es un logro y hay que merecerla. Algunos hacen su norte de la búsqueda de oportunidades en cada coyuntura. Esto es grave porque ningún proyecto colectivo tiene cabida cuando un horizonte de corto plazo. Otros optaran por hacer la mejor política posible. Se aceptan inscripciones.

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