La democracia ni como bien de consumo

En estos días de tantas reflexiones sobre nuestro proceso electoral municipal, se ha hecho un deporte buscar culpables y explicaciones de los distintos resultados y nos ha llamado la atención que hay algunos aspectos que han sido pasados por alto que podrían tener una mucho mayor relevancia que a los que a primera vista parecen ser las causas eficientes.

Es incuestionable que la oposición obtuvo un  triunfo y lo explican en que fue producto de los mayores errores del contrario, es decir, del Gobierno y de los Partidos que conforman su base de apoyo, en la misma medida que el Gobierno producto de la forma como han llevado a cabo las labores especialmente parlamentarias. Los hechos que afectan a la oposición, serían de menor entidad. Por eso ganaron en alcaldías y perdieron por menos en concejales.

El gobierno y los partidos que le brindan su apoyo, sin decirlo abiertamente también están asumiendo una postura un poco parecida. Al reconocer que se enviaron proyectos sin suficiente discusión previa entre los partidos y atendidas las incoherencias y faltas de solidaridad corporativa, resulta evidente que las fuerzas que fueron derrotadas caen en la misma explicación que sus oponentes.

Estas reflexiones no asumen que el problema es la forma como las personas que habitan en Chile están actuando frente a las cuestiones políticas y electorales.

En efecto, desde hace más o menos cuarenta años se ha privilegiado la visión del progreso como una cuestión de bienestar material asociado al consumo de bienes de esa naturaleza. El habitante de este país ha sido en cierto modo transmutado y ninguna fuerza política ha sido capaz de enfrentar este problema que está en la base, y que representa un cambio cultural que hace de la política un bien de consumo más y no el lugar donde se generan los debates racionales, amplios y respetuosos en miras a un proyecto nacional en un mundo global.

Si las personas piensan que su libertad puede llegar sin problemas a cualquier ámbito, como ha sido la tónica en los últimos años, no cabe la menor duda que la responsabilidad que implica la democracia se reduce al punto que elegir un líder o representante es más o menos igual que elegir una prenda de ropa.

Si esto fuese así, lo que enfrentamos, con la abstención galopante, que es el problema, tiene una connotación diferente. Significa que las personas que habitan en Chile han querido dejar de ser mayoritariamente ciudadanos, y la democracia siendo un bien de consumo ya no resulta ni siquiera un bien deseado por las personas. No se explica de otra forma el desinterés por contribuir a una decisión colectiva, en una primera aproximación.

Sin embargo, conviene considerar junto a ello otro aspecto que coadyuva a esta idea que venimos desarrollando.

Las personas tienen una sensibilidad fina en parte inconsciente respecto del comportamiento de los hombres públicos y parece que esa sensibilidad también ha operado para rechazar este bien de consumo  en que se transformaría a la democracia.

Ahora bien, conviene preguntarnos porque personas de diversas tendencias políticas, en especial sectores más pobres, sienten que pueden prescindir del ejercicio político.

En los sectores llamados genéricamente de centro izquierda, el tema de la corrupción y la captura de líderes políticos por algunos grupos empresariales resulta particularmente intolerable, máxime si el centro de atención ha estado puesto en una empresa que asombrosamente a nuestro juicio aún permanece en poder de quién ha digitado la más grande operación conocida en Chile de captura del Estado mediante todas las prácticas que son repudiadas por la ciudadanía.

Las personas de estas sensibilidades, especialmente habitantes urbanos, de vidas más modestas, donde ganarse la vida es particularmente difícil, sienten con particular fuerza este fraude a las grandes convicciones que anudaban las confianzas entre ellos y sus representantes.

Los líderes de sectores populares entre los que se incluyen los todavía auto denominados sectores de izquierda, que han sostenido al extremo posiciones liberales y aquellas personas cercanas a sensibilidades de origen cristiano, no pueden aceptar sin reaccionar en su fuero interno.Controlando su rabia y la gran frustración la han canalizado en un rechazo a la democracia, incluso ésta que ha sido erigida en un mero bien de consumo.

Ello es de una gravedad enorme y la corrección de estos dos puntos debe hacerse con gran decisión para que la ciudadanía primero entienda que la política no es un bien de consumo y que los que defienden sus intereses son personas decentes.Mientras eso no ocurra las elecciones cumplirán un rol segundario, no cambiarán el rostro de Chile.

Si nuestra reflexión fuese correcta, deberíamos concluir que ganadores y perdedores, lo hicieron en un terreno meramente formal, en una apariencia de democracia, o un espejismo de aquella.

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