La derecha avanza cuando la izquierda no hace su trabajo

  • (*) Este es un extracto de mi intervención en el Congreso de la Izquierda Europea en Viena, el 8 y 9 de diciembre de 2022

Vivimos en Chile un tiempo de derrota y desesperanza. El fracaso del plebiscito por la nueva Constitución nos ha dado un golpe duro del cual aún no nos reponemos.

Pero toda derrota es siempre breve. De hecho el pueblo de Chile, mediante una Convención Constitucional, con poderes acotados, y a pesar de todo, logró escribir la una Constitución ecológica, feminista y respetuosa de las grandes mayorías, especialmente de los derechos de las y los trabajadores. Sin embargo, la propuesta fue rechazada por una amplia mayoría popular.

Las razones son múltiples. El control de los medios de comunicación por parte de la derecha y sus campañas de mentiras (con empresas contratadas para el efecto); la asimetría de recursos dispuesta en el diseño del acuerdo del 15N; la falta de liderazgo de nuestro propio gobierno y de los partidos políticos de la izquierda, sumado a los errores garrafales de la campaña, pueden explicar parte importante del resultado, pero sin duda la mayor responsabilidad la tenemos las fuerzas de izquierda que en los últimos hemos pasado de estar en la calle, al lado del pueblo y fuera de todas las instituciones, a estar cómodamente representados en casi todas las instituciones, pero profundamente alejados de la calle y del pueblo a quien decimos representar.

En el resto de América Latina el escenario no es muy distinto, la derecha más conservadora se apresta a dar golpes de Estado en todos los lugares donde pierde las elecciones o persigue judicialmente a las figuras más importantes de la izquierda en cada país y a través de los medios de comunicación masivos imponen el miedo y el terror como el poder detrás del poder.

En nuestro país, el próximo año estaremos conmemorando 50 años del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende, pero también los 200 años de la Doctrina Monroe que marca la forma en como las potencias occidentales se han relacionado con nosotros en los últimos dos siglos. Déjenme decirles que a veces sentimos que poco o nada hemos aprendido de esta larga historia.

Muchos de nosotros halamos demasiado de la crisis en la que el capitalismo en su fase actual ha sumergido al mundo, pero hablamos poco de la crisis que las izquierdas viven y mucho menos de la responsabilidad que tenemos en ella.

En no pocos lugares tenemos más partidos de izquierda que puntos porcentuales en las elecciones de nuestros países, debido a que hemos perdido nuestra capacidad de administrar -democráticamente- nuestras diferencias y permanecer unidos.

Nos ha invadido la cultura neoliberal y hemos sepultado la completa libertad en la discusión y la completa unidad en la acción, que caracterizó nuestros triunfos en otra época. Hoy nos es más fácil encontrar a nuestros enemigos dentro de la izquierda, incluso dentro de nuestros propios partidos, que fuera de ella; y eso destruye toda posibilidad de ofrecer una alternativa real.

En no pocos lugares hemos dejado de hablarle a las grandes mayorías y hemos aprendido a tal nivel el lenguaje de la dominación, que hemos ido abandonando el lenguaje de la emancipación, al punto que hemos sido gobierno, pero no hemos logrado diferenciarnos de aquellos que abiertamente promueven la profundización del neoliberalismo.

Hoy, extrañamente, el único discurso formalmente contestatario contra la globalización neoliberal, se encuentra con mayor facilidad y frecuencia en la ultraderecha. El avance de este sector en diversas partes del planeta tiene múltiples factores que pueden explicarlo, pero las que no podemos olvidar jamás son aquellos que se explican por nuestra propia y fundamental responsabilidad.

Debemos asumir y hacernos cargo de la falta de unidad en la izquierda transformadora y también de la derrota cultural frente al neoliberalismo. Tenemos que reflexionar sobre cómo hemos premiado al fascismo cada vez que ha cometido crímenes de lesa humanidad; y debemos responsabilizarnos de nuestra lejanía cotidiana con los marginados y nuestra sobre institucionalización.

Es decir, la ultraderecha avanza cuando la izquierda no hace su trabajo y cuando sucumbe ante los dobles discursos de la derecha y se somete a darles en el gusto casi pidiendo disculpas por ser quienes somos.

Hemos perdido la capacidad de soñar con el fin de capitalismo y nos hemos contentado con intentar humanizarlo a través de la aprobación de leyes que se suponen avanzan en esa dirección, pero que en décadas solo han permitido la consolidación y el avance del neoliberalismo que ha terminado por destruir los tímidos avances conseguidos en otras épocas.

Ha llegado el momento de poner todo en discusión. Ha llegado el momento de abandonar nuestros complejos derivados del fracaso de los socialismos reales y de las dificultades que han tenido que enfrentar los gobiernos progresistas, que han sufrido la intervención extranjera capaz de hacer todo para asegurar el fracaso de los proyectos transformadores.

Llegó la hora de reinstalar la posibilidad de una nueva construcción del socialismo en el mundo: un socialismo verdaderamente democrático, ecológico, feminista y por sobre todo justo y digno para todas y todos.

La paz perpetua y la hospitalidad universal, de las que nos hablaba Kant, deben seguir guiando nuestros pasos, puesto que el paradigma de la razón sigue estando más vigente que nunca y debemos trabajar para estar a la altura del desafío que este nos impone.

La unidad material del mundo nos obliga a ser más radicales que nunca antes, seguir matándonos entre nosotros por ser distintos ya no es radical, lo venimos haciendo hace miles de años y no hemos logrado esa paz tan anhelada. Lo único verdaderamente radical, es atrevernos a mirarnos como iguales, con los mismos derechos y deberes y la izquierda en esto no puede ceder.

La única certeza que podemos tener es que si seguimos actuando de la misma manera como hasta ahora, seguiremos teniendo los mismos resultados. El pueblo de Chile merece una izquierda capaz de ofrecer un horizonte concreto y distinto al actual.

Me atrevo a plantear un desafío. En Recoleta, una comuna de tan solo 200 mil habitantes, el PC, hace 20 años, tenía el 2% de los votos y hoy goza de la confianza de más del 65% de nuestros electores y obtuvimos dos tercios del concejo municipal, gracias a la gestión que hemos desarrollado. Si esto fue posible en una comuna como la nuestra, luego de 12 años de gobierno de la ultraderecha más recalcitrante, sin duda es posible en cualquier parte de Chile y del mundo.

El destino de las izquierdas, en Chile y el mundo, no admite caminos separados.

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