La encrucijada del empoderamiento económico femenino

Recientemente se presentó en Chile el informe regional de ONU Mujeres “El Progreso de las mujeres en el mundo 2015-2016. Transformar las economías para realizar los derechos”, donde se establecen desafíos y oportunidades para el empoderamiento económico de las mujeres en América Latina y el Caribe.

El documento indica que la región enfrenta una encrucijada en esta materia, ya que tras un período de progreso social y consolidación de las democracias, muchos países están experimentando una desaceleración económica y crisis gubernamentales.

A pesar de dicho escenario, el estudio destaca cómo, desde la década de los noventa a la fecha, en el continente se registran avances significativos en los indicadores de la igualdad de género, con logros educativos, aumento de participación en el empleo y en cargos políticos, así como en el acceso a la protección social. Actualmente, el 56% de las mujeres de la región participa en el mercado laboral, comparado con el 85% de los hombres. En América Latina, la proporción de mujeres sin ingresos propios se redujo de más del 40% en 2002 a menos del 30% en 2014, con una reducción paralela de la brecha de 26 a 16 puntos porcentuales.

Sin embargo, dichos avances no han logrado contrarrestar las brechas de género, lo que ha generado una feminización de la pobreza.

Así, en América Latina y el Caribe, “la tasa de participación laboral femenina es un 26% inferior a la masculina y el desempleo entre las mujeres es 50% mayor que entre los hombres. La proporción de mujeres que no cuenta con ingresos propios es dos veces mayor que la de los hombres y la brecha salarial de género persiste incluso cuando las mujeres han alcanzado mayores logros educativos.

Entre 2002 y 2014, la pobreza en América Latina disminuyó casi 16 puntos porcentuales, sin embargo, en ese mismo periodo, subió 11 puntos el índice de feminización de la pobreza, debido principalmente a que los hogares se transformaron en monoparentales”, sostiene el informe. 

Por otra parte, El estudio de ONU Mujeres, también identificó tres barreras que viven las trabajadoras, según su nivel de empoderamiento económico. En primer lugar están las mujeres que presentan mayores niveles de empoderamiento y menor carga de trabajo doméstico, pero que de  igual manera enfrentan discriminación, segregación ocupacional y brecha salarial de género en el marcado laboral.

En Chile, la brecha salarial se acerca a un 30%. La participación laboral de las mujeres en este nivel es de un 72%, y su principal barrera son los “techos de cristal”, una limitación velada del ascenso laboral de las mujeres al interior de las organizaciones. En este grupo un 19% de las mujeres carecen de ingresos propios, un 16% se dedica exclusivamente a las tareas del hogar y dedican en promedio 33 horas al trabajo no remunerado por semana.

En un nivel intermedio de empoderamiento, se encuentran aquellas mujeres cuyas ganancias son inestables y que tienen dificultad para conciliar empleo y trabajo doméstico. Ellas enfrentan las llamadas “escaleras rotas”, es decir la inexistencia de niveles intermedios de empoderamiento, lo que redunda en que su participación laboral llega al 58%, en donde un 31% de las mujeres de este segmento carecen de ingresos propios, el 29% de ellas se dedican exclusivamente a las tareas del hogar y gastan 41 horas semanales al trabajo no remunerado del hogar y el cuidado.

Finalmente, las mujeres que enfrentan menores grados de empoderamiento económico, enfrentan obstáculos estructurales en el acceso al empleo. Ellas además presentan una fecundidad a temprana edad, lo que sumado a un bajo nivel educacional, genera una alta carga de trabajo no remunerado y de cuidados.

Este grupo de mujeres se enfrenta a “pisos pegajosos” que refiere a las tareas de cuidado y vida familiar a las que tradicionalmente se ha relegado a las mujeres, situación que es un obstáculo para su desarrollo profesional, relegando la participación laboral a un 40%.  Según las cifras, un 43% de las mujeres de este nivel carece de ingresos propios, 41% se dedica exclusivamente a las tareas del hogar, dedicando 46 horas al trabajo no remunerado a la semana.

En Chile, Fundación PRODEMU, lleva más de 25 años trabajando para que las mujeres ejerzan su derecho a la autonomía económica, con programas que se basan en la capacitación y formación en derechos, habilitación para la ciudadanía laboral a trabajadoras dependientes e independientes y para mujeres que no desarrollan trabajos remunerados,  pero que desean ingresar al mundo laboral. Todo esto, junto a actividades destinadas a la creación y soporte de redes para mejorar la comercialización de los productos y servicios generados.

Vemos en la autonomía económica, la posibilidad de que las mujeres ejerzan su ciudadanía laboral, es decir, que ellas se desenvuelvan en el mercado del trabajo, como sujetos capaces de ejercer en libertad sus derechos económicos y laborales. En ese sentido, autonomía económica es más que autonomía financiera, ya que también incluye el acceso a la seguridad social y a los servicios públicos y a la determinación del uso de los recursos obtenidos por su trabajo remunerado.

De marzo a la fecha, la Fundación ha trabajado a lo largo de todo Chile junto a cerca de 3 mil mujeres en el fortalecimiento de su autonomía económica, a través de  cursos de formación en ciudadanía laboral y oficios, ferias de emprendimiento y una serie de acciones que les permiten fomentar la asociatividad, comercialización y la búsqueda autónoma de financiamiento para hacer de sus emprendimientos unidades de negocio sustentables.

Nuestro objetivo es que cada día más mujeres vayan dando saltos frente a las “escaleras rotas”, autogenerando  sus propias herramientas para salir de los “pisos pegajosos”, y superar así las brechas, barreras y desigualdades que existen en el mundo laboral, a través de la autonomía económica, asumiéndola como el impulso que les permite tomar y hacerse cargo de  sus propias decisiones, proyectar su vida y resolver los conflictos que muchas veces originan situaciones de violencia.

Es decir, tomar conciencia en torno a que ellas son las agentes de cambio de sus vidas.

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