La incertidumbre y el fin de los grandes bloques

Cuando nos preparábamos para explicar el giro a la derecha de un electorado que pasó de los estratos populares a ser parte de una clase media emergente, el arrollador triunfo del Frente Amplio en el Parlamento (con 21 diputados y un senador) y el sorprendente 20,2% alcanzado por la candidata presidencial Beatriz Sánchez, son un tapabocas a lecturas que entienden la ciudadanía chilena actual más vinculada a la participación en la sociedad por la vía del consumo que de la política.

Paradojalmente, los resultados de la primera vuelta electoral dejan al candidato presidencial que más votación sacó, Sebastián Piñera, como el principal perdedor de la jornada porque no logró superar la barrera del 40% que proyectaba (sólo alcanzó 36,6%) y a la candidata que no pasó a segunda vuelta, Beatriz Sánchez (20,2%), como la gran ganadora que adquiere una importante capacidad negociadora con el candidato Alejandro Guillier que pasó a segunda vuelta (con quien tuvo una diferencia de apenas una par de puntos, 22,6%), para izquierdizar la campaña del senador e incorporar reivindicaciones como No más AFP o Nueva Constitución.

Si bien es la economía la que explica el apoyo a un candidato Piñera - que, a pesar de tener un historial éticamente reprochable, es leído por una parte de la ciudadanía como un personaje que puede extrapolar su éxito personal al país -, está siendo la arena política la que marcó la primera elección sin binominal: la adhesión al Frente Amplio es un apoyo al cambio del modelo, que las encuestas erróneamente suponían que los y las chilenas ya no tenían entre sus prioridades. 

Las reformas estructurales exigidas por los estudiantes en 2006 y 2011, que fueron recogidas por la campaña electoral anterior y luego por el gobierno de Bachelet, a poco andar fueron perdiendo adhesión de la ciudadanía, que reivindicó su “derecho” a pagar por educación para poder exigir calidad.

Si el debate electoral pasado se había centrado en el cuestionamiento al modelo económico y político, en éste no apareció como principal temática durante la campaña. Sin embargo, con la votación conseguida por el Frente Amplio y su candidata, es la profundización de las reformas estructurales la que se vuelve a instalar en la agenda, junto con la reivindicación de cambios y, de paso, el asomo de la política, cuando se pensaba que lo que definiría los resultados sería la economía. 

La abstención electoral nuevamente fue protagonista en la primera vuelta con 54%, aunque no ha recibido la atención que se merece, como si el sistema político se hubiera acostumbrado a que cada vez sean menos los que voten y terminen decidiendo por los más.

El sesgo de clase del voto voluntario de nuevo se hizo presente, lo que en la Región Metropolitana se tradujo en un 70% de participación electoral en las comunas más pudientes, mientras la cifra apenas alcanza al 35% en las zonas más populares. Es así que, por ejemplo, en Vitacura votaron 68,7% de los electores, versus un 37,7% lo hicieron en La Pintana.

Tal como ocurrió en las municipales, pareciera ser que el electorado de derecha le perdona a sus candidatos los casos de corrupción y financiamiento irregular de campañas políticas, mientras parte del electorado de centro izquierda castiga a sus representantes involucrados en situaciones irregulares, no yendo a votar.

En un imaginario altamente cuestionable, parte de la ciudadanía tiene interiorizado y acepta que el éxito de la derecha económica implica alguna transgresión a las normas y lo traspasa a la derecha política; mientras, en la izquierda situaciones anómalas son concebidas como un atentado contra el relato de igualdad que enarbola ese sector (como ocurrió con el caso de Dávalos, que terminó por mandar a pique la popularidad de la Presidenta Michelle Bachelet).

Nuevas leyes y sus efectos.

El fin del sistema electoral binominal no sólo permitió romper en el Congreso el ordenamiento de los dos grandes bloques que definieron la transición democrática chilena, con la elección de 22 parlamentarios del Frente Amplio, sino que quebraron una lógica que entendía la política dividida en dos.

El sistema proporcional moderado fruto de la reforma al cuestionado binominal, hizo posible el surgimiento de una tercera fuerza electoral que ya no responde a las dos coaliciones, ni a la concentración política que perjudicaba especialmente a los independientes.

Siendo un gran avance, cabe revisar los efectos de la fórmula del método D´Hont, que en la práctica ha permitido que hayan triunfado parlamentarios con porcentajes mínimos de votación, por efecto de arrastre de la lista de un parlamentario ganador.

El principal damnificado del fin del sistema binominal ha sido el partido Unión Demócrata Independiente (UDI), que era el más grande en el sistema de partidos dada su sobre representación por este sistema electoral muy poco representativo.

Es así que por primera vez, es Renovación Nacional (RN) quien supera a la UDI en votación, lo que favorecería en el Congreso ideas menos extremas en un eventual gobierno de Piñera. Sin embargo, habrá que poner atención al sorpresivo 7,9% de José Antonio Kast (que superó a Goic y MEO), un sector que se creía extinguido, con apoyo de militares y de iglesias, y su negociación con Piñera en segunda vuelta.

Otro partido que a todas luces resulta perdedor en la primera vuelta y elección parlamentaria, es el Demócrata Cristiano (DC), que no sólo pierde a senadores emblemáticos como Andrés Zaldívar (tristemente célebre por sus gestiones en “la cocina” de la reforma tributaria) e Ignacio Walker, sino que demostró que “el camino propio” por el que apostó la candidatura de Carolina Goic (quebrando, de paso, a la Nueva Mayoría al no ir a primarias) fue un fracaso, con apenas el 5,8%.

Tradicionalmente tributaria del centro político y la clase media, la actual Democracia Cristiana, con sus tensiones internas entre guatones, príncipes y otras facciones, no puede seguir atribuyéndose esa representación. El tan disputado centro político que hasta ahora define las elecciones en Chile, definitivamente no está en la Democracia Cristiana. 

Dentro del paquete de reformas políticas que se aprobaron luego de la constitución de la Comisión Engel tras los escándalos de financiamiento irregular, la prohibición (impensada años antes) del aporte de las empresas a las campañas políticas, sin duda fue un gran avance en la separación entre dinero y política.

Aunque su efecto más visible fue la menor contaminación de las ciudades con materiales de campaña (y su efecto secundario fue el poco ambiente electoral), su relevancia es mucho mayor y va en el sentido correcto de restringir la influencia de intereses empresariales en la elección de candidatos que luego trabajan desde el Congreso para imponer las agendas de las grandes compañías (los casos SQM y Corpesca, que prácticamente redactó la ley de pesca, son emblemáticos).

Otra legislación recientemente aprobada, pero que lamentablemente no tuvo el efecto esperado fue la ley de cuotas. Aunque los partidos estaban obligados a presentar, a lo menos, 40% de mujeres candidatas, ello no se reflejó en la constitución de un Parlamento paritario.

En el Senado, de 53 candidatas, sólo tres resultaron electas y en la Cámara de Diputados, de 396 mujeres, serán apenas 36 las que conformen el Congreso.

Más que problemas de elegibilidad (la de las mujeres ha sido tradicionalmente alta en nuestro país), la dificultad podría estar en que históricamente las dirigencias masculinas de los partidos ponen las candidaturas de mujeres en circunscripciones con pocas chances de ganar.

El voto de los chilenos en el exterior es otra de las reformas políticas recientes (junto con el fin del binominal) que más valor simbólico tiene, permitiendo a compatriotas de todas partes del mundo votar por candidatos presidenciales, a algunos después de muchos años y a otros, por primera vez. 

Los chilenos residentes en el extranjero que estaban habilitados para votar (39 mil), resultaron más entusiastas y comprometidos que los chilenos que habitan el territorio.

Mientras en Europa los compatriotas participaron en promedio en un 70%, en Chile la participación electoral en estas elecciones presidenciales, parlamentarias y de consejeros regionales estuvieron tres puntos por debajo de la elección de 2013, con 6 millones 500 mil votos de los 14 millones 300 mil habilitados para votar (46,3%).

El gran desafío para la segunda vuelta del 17 de diciembre, entonces, es que tanto Piñera como Guillier asuman que el país ya no se divide en dos grandes bloques binominales, que se requiere una urgente renovación de la política y fortalecer una democracia cada vez más líquida y desafectada, para recuperar la legitimidad social que nunca debió perder por las irregularidades de sus representantes y que no sean los menos los que terminen decidiendo por los más.

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