La izquierda chilena, en el desierto y sin brújula

La pregunta que tenemos que hacernos, para comenzar a pensar el peliagudo problema que enuncia el título de esta columna, es si existe un movimiento de izquierda en Chile en la actualidad. Por supuesto, esto va más allá del rótulo de un determinado partido.

Durante toda la transición la etiqueta de izquierda o centroizquierda fue utilizado hasta su completo desgaste como significante que contenía un cierto horizonte ideológico. Incluso hoy es posible escuchar a personeros de la antigua Concertación, que contribuyeron decisivamente a la instalación del neoliberalismo, sentirse parte de un colectivo denominado centroizquierda. Es para desconfiar, por lo menos.

Los años nos permitirá evaluar con mayor perspectiva el trabajo realizado por el conglomerado concertacionista, pero es evidente que se dedicaron a administrar lo instalado por la dictadura.

No siendo del todo flagelante, en un momento en que la moda es demoler y ser el más demoledor de la tierra, en la evaluación de su trabajo, puesto que hicieron, en algunos casos, lo que pudieron en el contexto que les tocó vivir, es necesario interrogarse sobre cuál fue el proyecto que buscaron construir con su acción política o, formulado como una pregunta más puntuda, ¿existió un proyecto alternativo al propuesto por la intelligentsia neoliberal liderada por Jaime Guzmán y donde estaban entre otros, el omnipresente, Joaquín Lavín?

Aquí creo que el análisis es fulminante, no existió. Lo que se realizó fue una expansión del consumo, una profundización de la privatización y un debilitamiento del Estado en los ámbitos sociales.

Como consecuencia, es cierto, se redujo la pobreza, se amplió la matrícula de educación superior y otros logros vinculados al acceso y consumo a bienes y servicios; sin embargo, el precio fue el endeudamiento crónico que hoy sufre buena parte de la población y una desprotección frente a la mercantilización de todos los ámbitos de la vida.

Dicho eso, es necesario sentarse a pensar los obstáculos que enfrentamos para la articulación de un movimiento de izquierda masivo, democrático y plurinacional. No es una tarea fácil ni inmediata. Por tanto, lo primero que debe olvidarse es el inmediatismo al que estamos sometidos. Pretendo referir algunos de estos problemas, sin agotar, para nada, la discusión.

Un primer obstáculo al que nos enfrentamos para la construcción, si fuera posible, de un proyecto de izquierda que aglutine a sectores diversos sobre objetivos comunes, es el comportamiento histérico de muchos sectores de la izquierda.

Esto, por cierto, no es solo propio de Chile. Toda nueva generación siente que lo hecho hasta ese momento, es un completo desastre y que es necesario avanzar más rápido de lo que permiten los pies.

En tiempos de la Unidad Popular, Salvador Allende enfrentó un problema interno importante: un sector de la izquierda lo acusaba de “amarillo” y “burgués” por no dejar avanzar al movimiento revolucionario en los términos que ellos deseaban, esto es mediante la toma de fábricas y fundos, acciones que estaban fuera del programa de gobierno.

Se enfrentaron dos formas de hacer las cosas, una por dentro de los marcos propuesto por el programa y otra por medio de lo que Orlando Millas y el mismo Allende denominaban acciones “contrarrevolucionarias”, que terminaban favoreciendo a la derecha fascista.

Por supuesto, coincido con Carmen Hertz que estas acciones no son decisivas a la hora de evaluar el Golpe Militar pues éste estaba pensado desde 1970 en adelante por Estados Unidos y la oligarquía chilena. Empero, es necesario considerar este típico comportamiento aventurero de una parte de la izquierda que le gusta gritar, ¡soy más de izquierda que tu! Bueno, eso mismo le decían a Allende.

Hay dos evidencias, ya teorizadas, que muestran otras complejidades del momento actual.

Lo primero es la crisis de la forma Partido. Es evidente en Chile, y probablemente en muchos otros países también, que los partidos ya no constituyen espacios de aglutinación colectiva atractivos para la ciudadanía.

La permanente compulsión de convertir toda acción política en partido, parece ser una medida equivocada. La política no se hace solamente en los partidos y esta no tiene como finalidad fundamental ganar elecciones.

El movimiento, espontáneo si se quiere, de octubre del 2019 es una muestra de que aún hay política masiva y transformadora.

La segunda complejidad es el agotamiento de la figura  de los líderes y lideresas.

La desconfianza en la acción de la clase política hace que hoy, toda figura que se proponga como contenedor de las necesidades y expectativas de la gente, sea visto como alguien de temer. No cabe duda de que son dos difíciles escollos para pensar el futuro, pero hay buenos ejemplos de formas distintas al partido y al líder tradicional.

Finalmente, para saltar estos obstáculos es necesario abandonar la estrategia únicamente institucional de los partidos ya establecidos y que se consideran de izquierda. Lo segundo, es dejar de temer ser una minoría pasajera. Un proyecto de este tipo llevará varios años de trabajo colectivo, pero permitirá la construcción de un programa de trabajo mínimo que guíe los pasos del movimiento popular.

No hay que olvidar que la derecha, aunque con diferencias internas, funciona de modo mucho mas orgánico a la hora de defender sus intereses.

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