La izquierda chilena en la caída de Somoza

A mediados de 1979, hubo signos claros que la obsoleta tiranía de Anastasio Somoza, en Nicaragua, estaba en serios apuros, el carcomido andamiaje dictatorial crujía ante la lucha popular, liderada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que se acercaba a las añoradas metas de libertad, democracia y justicia, esperadas durante décadas en la nación centroamericana.

En Chile no ocurría lo mismo. Desde 1973 a 1979, el terrorismo de Estado ejecutado dentro y fuera del país por el régimen de Pinochet, había diezmado - a través de una persecución criminal - a las fuerzas de izquierda, a su vez, el atentado a Bernardo Leighton, la expulsión de algunas de sus principales figuras y el receso obligatorio impuso a la Democracia Cristiana, serias dificultades para rehacerse en la ilegalidad. 

La derecha, tras ganancias económicas abundantes, sostenía sin reparos la dictadura militar. Ante el cerco internacional por la brutal violacion de los Derechos Humanos, el dictador no hacía más que recrudecer su retórica visceral y no había unidad suficiente entre los demócratas chilenos, así las perspectivas de restablecer la democracia se veían distantes.

La Dirección Nacional del Frente Sandinista ante las nuevas perspectivas realizó un llamado urgente a las fuerzas que pudiesen apoyar, ya no sólo con el respaldo político de masas que recorría el continente, sino que también en Nicaragua, en la ofensiva político militar que se preparaba desde el “Frente Sur” y otras localidades con el objetivo de llegar a Managua y formar un Gobierno Provisional de Unidad Nacional.

Entonces, el líder cubano, Fidel Castro, pidió a los máximos dirigentes de los Partidos Socialista y Comunista, Clodomiro Almeyda, Carlos Altamirano y Luis Corvalan el respaldo de sus respectivas organizaciones para pedir a los militantes de esos partidos, con preparación militar en tropas regulares, que se movilizaran e incorporaran a la lucha con los sandinistas en la inminente “ofensiva final”. En los militantes convocados no hubo deserciones.

El Partido Socialista vivió una grave y penosa división, con epicentro en Berlín, a inicios de mayo de ese año 1979, pero esa lamentable situación no fue obstáculo; ambas orgánicas tenían militantes, hombres y mujeres, con vocación latinoamericanista, en condiciones de unirse a la rebelión del pueblo nicaragüense para derribar esa odiosa dictadura, tantas décadas aferrada al poder.

Así, cerca de un centenar de chilenos y chilenas, militantes de izquierda, a mediados de junio, tomaron una ruta a Nicaragua. Tal vez, no eran una cantidad desequilibrante, pero si suficiente para ser un contingente muy significativo. Viajaron en distintos grupos, con una muda de ropa en un maletín de mano, para estar en la fase decisiva de esa gesta libertaria en la que podían dejar su propia vida. Lograron ser parte de esa etapa, lucharon con tenacidad y dignidad, los caídos lo hicieron con ejemplar valor, unidos para siempre a los sandinistas que como ellos entregaron su vida por la libertad y la justicia.

En julio de 1979, hace 40 años, cayó el régimen de Somoza, no soportó la “ofensiva final” del sandinismo y del pueblo nicaragüense. En los miles de personas que rieron y festejaron en las calles la fuga de la guardia somocista, estuvieron entusiastas, los combatientes chilenos que vivían y sentían una victoria, después de tantas penurias y amarguras vividas en Chile. A ellos se sumaron numerosos profesionales de diversas áreas que dieron lo mejor de sí al resurgimiento de la patria de Sandino.

Allí comenzó una nueva historia, durante la década de los ochenta se realizó el retorno a Chile y el proceso en Nicaragua luchó por sobrevivir, tanto al atraso de la estructura económica como a la acción de los grupos armados de ex guardias somocistas, los Contra, financiados por Reagan, desde los Estados Unidos.

La juventud movilizada a ese cruento conflicto sufrió el impacto de una guerra devastadora. Nicaragua logró salir adelante con un incalculable costo humano y material.

En febrero de 1990, en medio del colapso económico agudizado por las secuelas de la guerra desatada por los “contra”, el sandinismo aceptó el reto de elecciones presidenciales directas. En ellas, la candidata de la oposición, Violeta Barrios de Chamorro derrotó a Daniel Ortega, que reconoció el resultado y entregó el poder.

En esas horas, la polarización había llegado a un grado de extrema tensión, pero se configuró un escenario político-estratégico que impidió un quiebre institucional de consecuencias imprevisibles.

Se impuso el ejercicio de la soberanía popular, la base inamovible de la democracia. El respeto a la continuidad constitucional fue asegurado por el Ejército Popular Sandinista, el mismo que emergió de los combates del FSLN contra la dictadura de Somoza y que luego pasó a ser el actual Ejército de Nicaragua.

Con Humberto Ortega, ex ministro de Defensa Sandinista como Comandante en Jefe del Ejército de Nicaragua, el Gobierno dirigido por Violeta Barrios de Chamorro tuvo el soporte de fuerza necesario para cumplir su mandato en medio de las turbulencias sociales y económicas y de las pugnas de sus propios adherentes.

El Frente Sandinista tuvo suficiente estatura política para estar en la oposición sin llegar a una confrontación fatal que abría la puerta, de par en par, a la intervención imperialista. 

Sin embargo, se dañó arteramente su legitimidad por la llamada “piñata”, una nefasta apropiación de recursos fiscales por funcionarios que dejaban de serlo y que se atribuyeron la autoridad de asaltar el Estado en beneficio propio. Así se instaló un tumor que corrompió el sistema político con efectos incalculables, que llegan hasta hoy.

La situación económico-social empeoró en forma definitiva desde el Gobierno de Arnaldo Alemán, en la sociedad aumentó el descrédito y el desaliento, hasta que el 2006 se produjo el triunfo electoral de Daniel Ortega y sus reelecciones sucesivas, que a diferencia del periodo revolucionario de los años 80, pactó con los gremios patronales y se ha eternizado en el poder a un costo incalculable, incluida la división del FSLN y una represión que avergüenza a quienes lucharon por la libertad de Nicaragua.

Los hechos históricos no son lineales, los combatientes chilenos que estuvieron en la “ofensiva final”, en 1979, no podían saber el curso posterior de los acontecimientos, pero sí tenían una voluntad inclaudicable, aportar a la caída de una tiranía corrupta, aferrada al poder.

Su coraje y combatividad, junto a los sandinistas, se jugó en diversos combates con la Guardia Nacional de Somoza, esa resuelta solidaridad de los militantes de la izquierda chilena fue un aporte efectivo a la libertad de Nicaragua.

Por eso, al conmemorarse 40 años de la libertad alcanzada con la victoria sandinista, está vivo su impulso solidario, su arrojo y valentía, la madurez de su militancia y espíritu de sacrificio, que enorgullece al pueblo y a la izquierda chilena.

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