La libertad de expresión en dos frentes

Hay ocasiones en las que, más que la libertad de prensa, lo que está en juego es la calidad del periodismo. Precisamente porque la democracia requiere de medios de comunicación que cumplan con su labor, es que hay que saber identificar el límite en que la información que se entrega es tan distorsionada o, peor, las ocasiones en las que se actúa como respaldo tácito de versiones de la más dudosa credibilidad. En este caso de la revista Qué Pasa se transgredieron los límites. Por ello hay que saber reaccionar con contundencia y es lo que la Presidenta Bachelet ha hecho. El empleo de la querella como instrumento es debatible, pero no perder de vista el motivo por el que se presentó.

Hay entusiastas del respeto indiscriminado a los medios para que trasmitan o publiquen lo que les parezca. Yo no me encuentro entre ellos. Hay veces en que la información entregada confunde en vez de aclarar, despista en vez de orientar, se da espacio destacado a personajes oscuros que merecen ser investigados más que escuchados. En fin, hay ocasiones en que un medio de comunicación pierde el rumbo, y tiene que hacerse cargo de lo que ello significa.

Si algo ha caracterizado los tiempos recientes es un proceso sostenido de pérdida de intocabilidad de las autoridades. Enfrentar a poderosos de las finanzas, de la política, la religión, el deporte o lo que sea, se ha vuelto práctica habitual. Esto tiene mucho de bueno porque evita la impunidad del que se siente con privilegios que los pone por sobre la aplicación de las normas y muy por sobre el tratamiento al ciudadano común. Esto es un avance neto.

En la demostración más reciente de este cambio cultural, al ventilarse el caso Penta, se puede ver lo penoso que resultaban las actuaciones desubicadas de quienes estaban acostumbrados a actuar como amos y señores desde el ámbito económico y político. Me resultó particularmente impactante las declaraciones desatinadas y empapadas de infinita arrogancia con que Carlos Délano intentó poner en su lugar a jueces, a los medios y a los ciudadanos, intentando contra argumentar que Penta era “una máquina de producir empleo”. Con ello unió la torpeza a las faltas legales que se investigaban.

De modo que ahora, cuando las posiciones de poder no protegen de la observación pública, sino que exponen a la evaluación abierta de los conciudadanos, es lógico que haya cambiado el ejercicio del poder en sus distintas facetas.

Se han pateado todos los pedestales que la tradición ponía por sobre los desempeños y las verificaciones prácticas de coherencia en el comportamiento. Sin duda esto ha significado una ampliación de la libertad, lo que resulta beneficioso para la democracia.

Solo que hay un ejercicio adolescente de la libertad y un ejercicio maduro de la libertad. La diferencia consiste en hacerse cargo de las responsabilidades que conlleva el ejercicio de los derechos. Significa también ir vaciando el espacio privilegiado de los que todo lo pueden y a nadie responden, y no en mudar de barrio la arrogancia y el desatino.

En otras palabras, los políticos no pueden actuar como quieran, ni los ricos pueden comprar a quien les parezca, ni quienes controlan los medios de comunicación denigrar en vez de informar. En democracia nadie es 007, nadie tiene “licencia para matar”.

En estos días somos muy sensibles a la evaluación ética del comportamiento de los líderes políticos. Muy bien. Ahora hemos de empezar a ser igualmente rigurosos con la prensa. Y por supuesto no se trata de que paguen justos por pecadores. Al revés, se trata de proteger a los justos del abuso que hace una minoría que está dispuesta a emponzoñar para atraer la atención.

Si algo hemos aprendido en Chile en las últimas décadas es que la profesión que se tiene, o la actividad en la que uno se desempeña, no inmuniza a nadie de las fallas humanas, ni de los errores ni de los delitos.

Los más antiguos se recordarán que, en dictadura, cuando se producían las investigaciones sobre los derechos humanos, muchas veces se reaccionaba con indignación desde las fuerzas armadas diciendo que “los hombres de armas” tenían un “código de honor” que hacía ofensivo el que siquiera se pensase que pudieran realizar atrocidades. Hoy sabemos que el respeto a lo que significa un uniforme era entendido y practicado por unos y no por otros.

En otras palabras, el que tiene que responder por sus actos no es el uniforme sino el que ocupa el uniforme. Y eso es así para cualquiera.

Tenemos que ir refinando nuestro sentido de la ética pública. Por ejemplo, una radio dedicó extensos minutos a difundir y comentar las declaraciones de Juan Díaz, una persona poco confiable, amplificando su efecto considerablemente y entregándole una credibilidad prestada. Claro que cada dos o tres frases se decía. “esto puede o no ser cierto, pero…”, “lo decimos porque ha sido publicado por Qué Pasa”, y así por muchos minutos. Estimo que esto es actuar con malicia y de una manera reprochable. Ojalá esto pudiera debatirse en las escuelas de periodismo, prestigiaría a las universidades que lo hagan.

Otro ejemplo es el reportaje de televisión que le permitió a un grupo extremistas explicarle al país, con toda paciencia, porque no van a respetar la ley, que están dispuestos a dialogar en caso que el país se les someta, al tiempo que mostraban sus armas y ocultaban sus rostros.

Un grupo desconocido pasa a la primera plana en pocos segundos. Se cumple así el sueño dorado de verse premiado en horario estelar. Una campaña promocional perfecta. ¿Quién se hace cargo de los efectos que esto tendrá? En este caso, no son los periodistas los que tienen que dar explicaciones sino la dirección irresponsable de un canal al que acabamos de premiar con más recursos por alguna razón de bien común, que la disminución permanente de la audiencia no ha sabido comprender.

Yo estoy casi de acuerdo con la frase de Michelle Bachelet, "creo en la libertad de expresión como un valor central de la democracia, pero a la vez creo en la ética y en la responsabilidad que deben tener los medios a la hora de informar, validando las fuentes para no enlodar la honra de nadie". Digo que estoy casi de acuerdo porque en vez de decir “pero a la vez” estimo más preciso emplear “y también creo en la ética…”

Como todos los chilenos, amo la libertad que tanto nos costó conseguir y por ello la defiendo de los timoratos que no la ejercen y de los abusadores que la degradan. Nunca hay que perder de vista que a la libertad de expresión se la defiende en estos dos frentes.

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