La locura del poder

El acto de mayor vesanía y locura del poder es el genocidio y su instrumento operativo el terrorismo de Estado, pero pueden haber más, muchas más manifestaciones del descontrol, de la pérdida de las proporciones y del equilibrio que poseen, en lo esencial, las personas normales y que se extravía por causa de un agente terrible: el poder.

En efecto, individuos grises y aburridos se vuelven habladores y petulantes, otros tímidos y retraídos pasan a ser patudos y arrogantes, algunos mal vestidos y descuidados se convierten en señores de trajes a la medida, corbatas de seda y mocasines italianos.

Hay también los que nunca viajaron y se transforman en embajadores itinerantes. Personas  modestas se marean de ambiciones. Se ha comprobado que el poder provoca graves e insólitos delirios de grandeza, trastornando la conducta de las personas.

En el ámbito de la burocracia, de mañas de menor impacto como saltarse el orden de atención del público favoreciendo a alguna persona conocida, se pasa a conductas de aprovechamiento de las posiciones de poder, las que cuando se extienden y adquieren un volumen desmesurado causan gran escándalo, enorme rechazo y vergüenza, como ha ocurrido en el último tiempo.

Por ejemplo, los viajes de turismo camuflados como capacitación de buena parte (no todas) de las comitivas de concejales, en forma benevolente, alguien podría decir que no están siquiera cerca del daño generado por las coimas destinadas a manipular la aprobación de la ley de Pesca, o los pagos de SQM u otros escándalos, pero son una flagrante burla a la fe pública que resulta totalmente inaceptable, por que esos recursos se desvían de su objetivo en municipios con severas carencias en sus comunidades, donde modificar prioridades como la pavimentación por viajes al Caribe es un despropósito total.

Los Facebook mostrando las barrigas  bronceadas de los viajeros, gozando del sol en una hermosa playa con un buen trago en la mano, o tratando de llevar el ritmo tropical en una disco, son en el hecho una bofetada al electorado y a muchos otros concejales que no son frescos ni aprovechadores, y se esfuerzan en el ejercicio de sus tareas. Es la locura que genera el poder.

Entre estas conductas licenciosas, que se convierten en corrupción, se insertan el financiamiento irregular de las campañas y el enriquecimiento ilegal e indebido que le acompaña, ya que la investigación de los casos Penta, SQM y Corpesca, confirman que esos flujos de dinero no hacen más que engrosar el patrimonio individual de los comprometidos en tales componendas.

De igual manera, personas que no destacan por afanes de figuración personal, se tientan en el ejercicio de sus cargos, es decir caen en la locura del poder, cuando se les agencian o ingenian para tramitar voluminosas pensiones que les enriquecen, o cuando se asignan grados jerárquicos en las escalas de los servicios públicos que no les corresponden, o cuando en municipios u otras reparticiones se favorecen licitaciones o diversas adjudicaciones de servicios para ser retribuidos con una "coima".

Asimismo, incrementar de modo artificial la agenda de viajes pagados institucionalmente, y recibir abultadas retribuciones en pago de viáticos que aumentan dietas, cuyos montos ya están altamente cuestionados es otro hecho que indica como se va perdiendo la perspectiva, el abuso de poder parte de modo ocasional para llegar a ser reiterado después, abriendo el divorcio con la realidad que afecta a muchos altos cargos o figuras con responsabilidades políticas de representación popular, parlamentaria o de gobierno.

Un síntoma de la separación con los mortales de carne y hueso que rodea estos abusos, es la exigencia de una defensa corporativa hacia las malas prácticas y los actos de corrupción. Es paradojal como los que meten la pata a fondo, después reclaman apoyo y si no lo consiguen se enfurecen, culpando a los demás de las ingratas consecuencias que les acarrean el oportunismo, el aprovechamiento o, lisa y llanamente, la corrupción.

En suma, esta probado que sin control ni fiscalización, sin fuerzas sociales atentas, sin Partidos políticos vigilantes y moralmente habilitados, las propias defensas de las personas se va adormeciendo y, al final, les resulta mucho más placentero gozar de este conjunto de demasías, que rectificar a tiempo las malas prácticas. El poder es una droga poderosa, cuyos excesos producen un fatal acostumbramiento.

Por eso, que la reproducción perpetua de los mismos personeros en los mismos mandatos, funciones y jerarquías conlleva un gran riesgo para mantener la responsabilidad social y política de las personas y las instituciones, para no caer en la locura del poder, la que corrompe y trastorna incluso a aquel que parece el más firme y consecuente servidor público.

Ya no cabe duda alguna que tanta trampa para satisfacer la codicia, que el enriquecimiento indebido de los funcionarios públicos daña y debilita profundamente la democracia y el sistema político, los que deben responder prontamente tapando y cerrando las innumerables "cañerías" que se han inventado para sustraer los recursos fiscales con fines de aprovechamiento individual.

Hoy, la democracia chilena está ante un desafío sin precedentes, se debe restablecer la meritocracia, respetar las trayectorias individuales y no atropellar las personas relegándolas a un rol de menoscabo o subalterno para beneficiar a algunos por simple amiguismo.

No se puede seguir una política de ascensos por "pituto"; hay que cesar privilegios y sueldos desmedidos, se requiere honestidad y transparencia para vencer la locura del poder, derrotar la corrupción y reponer el pleno imperio de la probidad en la función pública. 

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