La mala conciencia de los que sabían

A propósito del fallo judicial que sanciona el homicidio del  Presidente Eduardo Frei Montalva se expresó la irreparable “mala conciencia” de un sector que estuvo con la dictadura, sabía lo que pasaba y que no reconocerá los crímenes cometidos.

Es la derecha “dura”, no necesariamente el grupo vociferante que aparece el último tiempo como ultraderecha, se trata de algo de más espesor, más denso, de conspicuos personeros de comportamiento cerebral, de actuar calculador, que no se expone en las “redes sociales”, es la derecha recalcitrante dispuesta a justificar o “blanquear” el terrorismo de Estado, a buscar una “razón” que exculpe el horror y sobretodo su propia responsabilidad con ese estado de cosas, criminal y despiadado.

Son los que piensan que no había otra opción, que la dictadura iba a actuar de esa manera y no de otra por qué así debía hacerlo, son los instigadores civiles del régimen, que aunque nunca le hayan tocado un pelo a nadie, entregaron los “insumos” conceptuales para ejecutar el horror, son los que aplaudían la bestialidad en los círculos de poder y se nutrían del régimen dictatorial.

Algunos de tales personeros alegan que “no sabían”, obvio, no conocían los operativos específicos, pero si sabían que el MIR había sido desarticulado, que el PS estaba diezmado y que al PC lo tenían duramente golpeado y no precisamente a través de la política, sino que por la más atroz represión y la violacion permanente y sistemática de los Derechos Humanos que ahora a algunos les avergüenza, pero entonces exaltaban en los lujosos salones del poder a los dueños de galones en los uniformes.

Allí era donde “sabían” que Pinochet era el único poder posible tras el asesinato del ex Presidente Frei Montalva. Claro que “sabían”, los empingorotados civiles que medraban y se enriquecían del régimen, ellos “sabían” bien lo que sucedía. Además, en sus muchos viajes de negocios confirmaban los hechos que ya “sabían”. 

Acaso pueden negar, por ejemplo, que el asesinato de Orlando Letelier en Washington provocó una crisis con la Administración Carter que tuvo al dictador a punto de caer, y que lo obligó a disolver la DINA para calmar a los gringos enfurecidos por un crimen a cuadras de la Casa Blanca, así como sabían que lo hizo a regañadientes, temeroso de la reacción de un sector castrense que veía en los terroristas del Estado, a “héroes” de la patria. Los crímenes  no fueron imperceptibles o indetectables.

Pero la codicia les movía, los préstamos fluían desde el sector financiero y requerían aval del Estado, por eso, en medio de la farra, los Derechos Humanos no eran tema, tocar esa “arista” vendría de inmediato a aguar la fiesta. En rigor, habiendo plata, los tormentos y el dolor de los perseguidos no les importaban. También “sabían” callar. Ahora tienen que negar que sabían y callaban.

Así que es evidente que buscan eludir la verdad histórica y que harán cuanto puedan para ocultar el terrorismo de Estado, el mismo Estado que minimizaron para apropiarse del patrimonio nacional y liquidar conquistas sociales largo tiempo establecidas, pero que mantenían activo y eficiente para matar y aniquilar la oposición.

En medio de la crisis moverán influencias y promoverán alguna acción evasiva, pero no se inmolaran. La verdad histórica para esta poderosa casta se limita a todo aquello que cuide sus intereses y si los militares tienen que cargar con todos los costos mala suerte para ellos, pero harán lo que puedan para disimular, distorsionar o camuflar los hechos que pueden afectarlos.

Ahora se mueven para que el magnicidio del Presidente Frei Montalva no consagre su responsabilidad histórica en la conciencia cívica del país: obsecuente respaldo al dictador y la vergüenza de no haber hecho nada para detener su acción criminal.

Ahora, casi 40 años irrumpe la verdad que siempre han conocido, que el dictador que tanto adularon, en el delirio de grandeza que ellos mismos le incentivaron, incubó el hábito de eliminar a sus opositores, pasando a ser un mandante de implacables asesinatos políticos, haciendo uso de la sádica incondicionalidad de esbirros acostumbrados a matar.

Incluso consiguen “doctas” opiniones que vaticinan tropiezos o derrotas del fallo del ministro Madrid, acudiendo hipócritamente a las dificultades del proceso.

El cinismo alude al tiempo transcurrido o el silencio de los asesinos, con vistas a una sola conclusión: desautorizar o desmentir la resolución judicial. Lo más triste es qué hay “opiniones imparciales”, de esas “objetivas” por interés, que se prestan a ese juego perverso.

Las fuerzas democráticas de oposición no deben olvidar la lección moral que desnuda la conducta totalitaria del conservadurismo de derecha, encontrar caminos de unidad para desarrollar tareas que les son comunes y generar una alternativa política de gobierno que represente la mayoría social y cultural de Chile.

La unidad es el único gran remedio para que la derecha recalcitrante no se salga con la suya y evitar que pueda mangonear desde el  interior del Estado un negacionismo que lleva a una insensible amnesia que convierte a los terroristas de Estado en pacíficos gobernantes, como lo intentan algunos. Hay que derrotar el transformismo de quienes sostuvieron el régimen dictatorial.

Que la mayoría democrática de la nación sea capaz de unirse y volver a gobernar es lo que va a cautelar y fortalecer la memoria histórica, el pluralismo y la diversidad, que sane las heridas y fortalezca la democracia. Ese es el sentido de la unidad que se pide.

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