La mandrágora chilensis

Como un baile de máscaras, un baile meloso y desafinado, pero baile al fin y al cabo. Una danza que pareciera haber sido sacada del siglo XVI o XVII, esas en donde la honestidad, al menos en lo que se refiere a las relaciones de poder, no era demasiado común.

Y es que pareciera ser que pudiésemos ver al propio Maquiavelo rondar por nuestras calles, incluso saltar en las marchas y manifestaciones sociales, tal vez podríamos verle portando un cartel con NO + AFP, después de todo él tiene bien claro eso de “hacer como si”.

Incluso podríamos verlo dando vueltas por las urnas de votación electoral, sonriendo irónico, ya que él sabe muy bien que si un pueblo no es sabio ¿cómo podría seguir o escoger a un líder sabio? Al contrario, cuando la ignorancia y el desinterés reinan, suelen triunfar demagogos que hacen del engaño una virtud.

Para nuestro caso, el chileno, al parecer nos acostumbramos al arte de la disimulación, disimulación propia de la lógica cortesana, común en los pasillos de los príncipes.

Nos acostumbramos, en otras palabras, al engaño como verdadera Raison d’Etat. Nos conformamos por años con ver cómo los comediantes, unos más populares que otros, seguían (y siguen) su baile sutil y mal oliente, situados en un escenario de cartón piedra que sostiene de manera rústica la palabra democracia… Simulación y disimulación, engaño y ficción: se simula lo que no es, se disimula lo que es, según el dictado de Torquato Accetto en 1621.

Teniendo claro que la disimulación es la acción de no hacer parecer las cosas como son, nuestros comediantes bien formados (cuales Príncipes) que han hecho de la disimulación una virtud, desarrollan sus escenas haciéndolas pasar por anhelos de las “masas”, las que al no entender bien la obra, aplauden con ganas - algunos solo observan y otros protestan - el actuar de los comediantes es todo un verdadero Elogio de la locura.

Así, los artistas de La Mandrágora chilensis, controlando sus pasiones han logrado actuar bien y en bloque, dejando bien al margen a unas observantes “masas”. Frenando sus pasiones mediante una artística prudencia cortesana, han logrado para sí lo mismo que se lograba en los pasillos de las cortes del siglo XVII: puestos importantes para familiares, riquezas y cargos políticos incoloros. Todo mediante una bien lograda disimulación.

Es más, vemos como militantes socialistas han sido financiados por empresarios golpistas con cuyo dinero se amparó la tortura y la desaparición, es decir, la disimulación extrema en una obra que no tiene más márgenes ideológicos que aquellos que el mercado les dicte.

Además en esta trama, un príncipe no necesariamente debe tener las cualidades necesarias para estar en el poder, solo debe parecer  tenerlo, total todos en la corte le harán el juego y, así, todos se benefician, todos, menos “las masas”. Y es que tal y como se señala en el estudio preliminar de “La disimulación honesta” de Torquato Accetto (1621), la creencia del papel que juegan las masas en la estabilidad de los Estados, más que la imposición del orden por la fuerza, lleva a pensar la estabilidad a partir del juego de máscaras entre la necesidad del Estado y los deseos del pueblo. Y en este juego de máscaras ya se nos han ido muchos años.

Por otro lado, al suprimir las pasiones y hacer de la disimulación una virtud, en un contexto de crisis política (como aquella que dio a la luz los escritos de Accetto), todo parece volverse una comedia en donde nada es lo que parece, pero ¿qué pasaría si volviéramos a las pasiones? ¿Si pusiéramos fin a este aletargado baile de máscaras desteñidas e inauguráramos un período de honestidad política?

Este baile y sus máscaras corroídas parece estar llegando a su fin. En los pasillos de la corte se puede ver a un empresario/presidente escondiéndose de la luz, cual bestia, junto con sus negocios; otros, apurados recogen monedas de oro del suelo cubierto de estiércol y lo guardan en sus bolsillos (para seguir pagando favores).

Y es que se perfeccionó a tal punto el engaño y la disimulación, que los cortesanos-comediantes de esta ruinosa obra, han quedado atrapados en sus máscaras y, en este estado de las cosas, solo una irrupción ruidosa de “las masas” haría desaparecer este letargo… una irrupción apasionada que se tome el escenario. Una irrupción que no pueda ser disimulada, que no quiera ser disimulada.

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