La marraqueta más crujiente de la historia cercana

Jorge Muñoz Arévalo SJ
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Cuarenta años debieron pasar para sanar de aquel engaño y fraude del cual fuimos objeto el año 1980 durante la dictadura. Cuarenta años para recuperar la posibilidad de decidir entre todos qué queremos de nuestro país. Sin duda es un momento histórico y es una inmensa responsabilidad que debemos cuidar.

Lo que hagamos en adelante no solo nos implica a nosotros, hombres y mujeres, de este tiempo. Lo que hagamos tiene implicancia en la vida de todas las personas que tomarán el relevo en el camino de la vida. Tal vez, ellas más adelante deban pulir algunos aspectos, pero hoy puede ser el inicio de la concreción de un sueño.

Este domingo 25 se escuchó muchas veces aquella expresión: “Aquí nadie perdió. Ganamos todos.” Yo creo que no es exacto. Claramente hubo un triunfador, y, por lo tanto, un perdedor. Eso no lo podemos desmentir y no es bueno negarle el triunfo a esa inmensa mayoría que marcó la opción apruebo. Los eufemismos pueden que nos ayuden en ciertas ocasiones. No creo que sea una de ellas.

El domingo ganó toda esa inmensa mayoría que se viene expresando hace tiempo y que reclamaba un país distinto, un país que no les haga sentir que son de segunda o tercera categoría, un país que les haga sentir que importan, que cuentan.

Esa inmensa mayoría es la que ganó. No le quitemos el triunfo de sus gritos y clamores.

Y ciertamente también ganaron todos aquellos que creen en la verdad de esas peticiones y exigencias, que no se les esconde la injusticia que hay en el país. Es un triunfo para dedicar a todas las personas heridas y fallecidas de este tiempo, de un lado y de otro, pues la vida humana es sagrada.

¿Quiénes perdieron? Aquellos que pretendían mantener las cosas como estaban, que no querían perder sus privilegios, que aspiraban a seguir conduciendo la vida pública para su bien. Ellos perdieron.

Este domingo, solo en cinco comunas venció la opción Rechazo: Lo Barnechea, Vitacura, Las Condes, Colchane y la Antártica. Es sabido que las tres comunas de la Región Metropolitana concentran el poder económico del país, pero también lo hacen con el poder político.

Dicho de otra manera, las decisiones más importantes del país se concentran en un reducido número de personas. La clase política que nos gobierna se confunde con quienes detentan además el poder económico. De algún modo, lo del domingo es un llamado de atención a esta situación.

Por eso mismo, el resultado del plebiscito nos entrega una responsabilidad única que debemos cuidar como algo sagrado. Tenemos la oportunidad de cambiar muchas cosas y hacerlas distintas, inclusivas, justas.

Tenemos la oportunidad de construir con dignidad, no desde el privilegio sino desde los crucificados, los vulnerados.

No obstante, aunque haya habido un ganador, a esta construcción están invitados todos los sectores. No puede haber un futuro en paz si alguien se siente extraño o no invitado. El reencuentro ciudadano tiene que ser capaz de integrar y no separar. Ojalá entendamos eso. Esa es la gran tarea. Pensar un pacto político nacional como una pasada de cuenta solo nos conducirá a nuevos males sociales.

La del domingo pasado fue la elección que marca la mayor participación de nuestra historia. Más de siete millones y medio de personas.

Nunca antes se había manifestado tanta gente. Nunca antes una sola opción había recibido tantos votos: cuatro de cada cinco chilenos. Está claro qué no queríamos seguir viviendo como lo veníamos haciendo. Está claro que queremos algo distinto. ¡Esto fue lo que ganó! Por eso, este lunes, la marraqueta ha sido la más crujiente de la historia cercana.

Hoy me resuena una frase bella: “Tengo fe en Chile y su futuro”. Sí, tengo fe que sepamos atesorar lo sucedido para bien de todas y todos.

Tengo fe.

Tengo esperanza. Creo que podemos construir un futuro diferente.

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