La mujer invisible

María Emilia Undurrraga
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Se habló mucho de equidad de género y el Día Internacional de la Mujer se dio en un contexto particularmente efervescente respecto de años anteriores, ya que Chile enfrenta desafíos de relevancia en diversos ámbitos sobre la participación laboral femenina: brecha salarial, informalidad y acceso de las mujeres a los altos niveles de las empresas, entre otros.

El tema de la mujer ha estado en la agenda mundial, para bien y para mal. Para bien cuando se ha hablado y debatido sobre su rol e importancia en la sociedad. Para mal, cuando se trata de discriminación, violencia o abusos.

Por otra parte, en general, también abordamos con fuerza el problema de la pobreza y de la calidad de vida de las personas en dicha situación.

Como Gobierno hemos instalado la preocupación sobre las grandes brechas que existen en distintos ámbitos de la pobreza multidimensional y, en ese contexto, una particular preocupación por las casi 500.000 mujeres víctimas de violencia intrafamiliar sin ingresos propios, un grupo altamente vulnerable y desprotegido.

Siguiendo esta secuencia de brechas en perjuicio de las mujeres, nos encontramos frente al grupo más discriminado de la sociedad: las mujeres rurales, quienes hoy por hoy son altamente invisibilizadas y que, con su trabajo, tradiciones y particularidades, aportan no sólo a llevar adelante miles de hogares, sino que también dan sustento a nuestra identidad nacional.

Dentro de la diversidad de mujeres que habitan nuestro territorio, nuestras mujeres rurales, más de un millón según datos del último CENSO, con sus características particulares e insertas en un contexto que se distingue de lo urbano, preservan formas muy propias de vida en los ámbitos sociales, económicos, políticos y culturales.

Entre las desigualdades que afectan de manera directa la vida de las mujeres rurales se pueden identificar varias brechas significativas.

Por ejemplo, según datos de la Encuesta CASEN 2017, las mujeres rurales que viven en condiciones de pobreza multidimensional son el doble de las mujeres urbanas, alcanzando un 30,7%; superan en más de dos veces la proporción de analfabetismo, tienen 3 años en promedio menos de escolaridad y presentan un 10% menos de ocupación. Todas cifras que no nos pueden dejar indiferentes.

Desde el Ministerio de Agricultura, estamos trabajando en la instalación de una nueva perspectiva de la ruralidad donde, en primer lugar, es necesario visibilizar la urgencia de superar estas brechas.

Sin embargo, tenemos que redoblar nuestros esfuerzos como país para caracterizar con mayor presión la realidad rural y así diseñar e implementar programas, planes e iniciativas más adecuados a nuestra ruralidad.

Estas acciones van desde algunas aparentemente simples de resolver a temas de mayor complejidad, como por ejemplo, destrabar demandas históricas como la adecuación de las resoluciones sanitarias para ejercer actividades productivas que les facilitarían mejorar su autonomía económica.

Poner en ejecución una política de Estado para el Desarrollo Rural tiene el aliciente de ir en apoyo directo de una mujer que es ejemplo de mucho esfuerzo, que se debe desenvolver en entornos difíciles, adversos, en que la vida es compleja y la falta de oportunidades es mayor que en las ciudades.

¿Cómo no poner a la mujer rural en el lugar que se merece dado que su bienestar va en directo beneficio de todo un país?

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