La Nueva Mayoría no existe, el futuro es refundar la centroizquierda

Recomponer la alianza de centroizquierda será mucho más complejo de lo que algunos dirigentes de la ex Nueva Mayoría presumieron. Por cierto, no basta pensar que ella se puede reunir en lo que se ha llamado “la defensa del legado de Bachelet” dado que aún con las transformaciones llevadas a cabo por la ex Presidenta, algunas de ellas históricas,  hay de por medio una estrepitosa derrota electoral presidencial y un bajo apoyo ciudadano a las reformas y a la propia gestión gubernamental.

Pesan los errores en la confección de las reformas, los altos niveles de incertidumbre, muchos de ellos evitables, la falta de conexión con la ciudadanía y con los propios partidos de la ex Nueva Mayoría con que se realizaron, la ausencia de prioridades para medir en cada momento lo que para la ciudadanía era lo principal y un alto grado de voluntarismo, sobre todo, en el último tramo del gobierno.

Lo claro es que no todos los partidos del ex bloque de gobierno tiene el mismo balance sobre la gestión de Bachelet y el mismo grado de empatía con la forma como se hicieron las cosas, por tanto, si bien es cierto que todos en la ex Nueva Mayoría buscarán impedir retrocesos, no es “el legado de Bachelet” lo que puede unirlos en el futuro.

Todos tienen claro, además, que Bachelet gobernó sin un dialogo permanente con los partidos, sin un involucramiento directo en el liderazgo político de la alianza y que ello representa un estilo de conducción en sus dos gobiernos.

La centroizquierda se destruye como opción política de gobierno al momento de llevar dos candidaturas presidenciales y dos listas parlamentarias. Allí se terminó de romper una alianza creada solo en torno a la exaltante figura de Bachelet pero cuyos grupos dirigentes tuvieron escasa participación en la elaboración del Programa de gobierno convertido en una carta de navegación que había que cumplir porque eran promesas electorales a las que la Mandataria se había comprometido ante el electorado pero que carecían de una preparación técnica adecuada y de un consenso convincente en los partidos y en las bancadas parlamentarias.

La Nueva Mayoría era débil puesto que careció de un acuerdo político, cultural y programático sólido y, por ello, su fractura electoral, con partidos que privilegiaron al fin de cuentas sus propios intereses de tribu, era un destino anunciado.

Hay que añadir que el primer año de gobierno estuvo marcado por el intento de un grupo cercano a la Presidenta, una especie de “fuerza propia de Bachelet” que operaba transversalmente por sobre los partidos,  y que algunos entendidos llamaron “La Cámpora chilena“ asemejándola al movimiento del hijo de Néstor y Cristina Kirchner que construyó un grupo de poder enquistado en el Estado argentino, que tenía una presencia en todos los ministerios conectada directamente con el ministro del Interior y que sobrepasaba la función institucional de los propios ministros.

Ello, como se sabe, terminó en un fracaso absoluto con la renuncia del Ministro  Peñailillo, que vive fuera de Chile, y que seguramente hipotecó totalmente un futuro político que algunos querían transformar en la continuación de la propia Bachelet.

Ello y el estilo de Bachelet de gobernar y resolver las cosas importantes con su gente de absoluta cercanía personal, aquellos “que no tenían agenda propia”,  terminó por desarticular las confianzas, especialmente en los partidos, entre los partidos y el gobierno, con un gabinete permanentemente mal evaluado y que carecía de real autoridad política.

Después de una derrota como la vivida, ciertamente no es la figura de Bachelet ni su legado, que sin duda es un patrimonio histórico del progresismo, el que puede servir hoy de referencia e inspiración en la refundación de la alianza de centroizquierda en Chile.

Para ello hay que mirar al futuro, reconstruir, en primer lugar, confianzas políticas, definir un proyecto de país que no “pegue” burocráticamente a los partidos para alcanzar nuevamente el gobierno, sino que efectivamente una a todos los que lo concuerden y que además consensuen los ritmos y el relato con que se presenta ante la ciudadanía para transformarlo en un anhelo mayoritario.

Se requiere, además,  colocar liderazgos integradores, honestos, con prestigio ante la ciudadanía, dispuestos a enfrentar todo tipo de corrupción en la política y en los negocios, a castigar los abusos de los poderes económicos, que expresen renovación ética y de las formas de hacer política, que convoquen a una mayoría que la centroizquierda perdió, y que tengan la fuerza para enfrentar la apatía y la desafección por la política y motivar a ese 50% de los chilenos que no vota, lo cual es seguramente el Talón de Aquiles más profundo de la democracia chilena.

En esto, que es un proceso, hay que evitar subterfugios y atajos. Hay que terminar definitivamente con las convocatorias a reuniones de una Nueva Mayoría que no existe más y cuyos partidos son incapaces hoy de diseñar y concordar una política opositora inteligente que combine diálogo con el gobierno sobre los temas más urgentes del país, pero a la vez fuerza y claridad para plantear los propios puntos de vista con solidez y profundidad, con identidad propia, ante la opinión pública y en el trabajo del Parlamento que es la sede donde la oposición debe comenzar a articular las fuerzas del progresismo y a construir un “contra gobierno” frente a las políticas liberalistas que en lo económico el gobierno ya marca como signo de su gestión.

Es casi patético para la mayoría de la opinión pública el que los partidos de la Nueva Mayoría se dividan, también al interior de ellos, sobre la participación en las Comisiones convocadas por el gobierno para debatir políticas públicas en temas tan cruciales como la tragedia de los niños más vulnerables de Chile o en torno a la seguridad pública que para la población es uno de los temas más candentes de su vida cotidiana.

En todos los gobiernos, desde el inicio de la transición, ha habido convocatoria al trabajo de Comisiones pre legislativas integradas de manera diversa. Ellas no debilitan el trabajo y la potestad política e institucional del Parlamento, que es la sede del debate político y legislativo, pero sirven para que cada cual plantee en su seno y ante la opinión pública sus puntos de vista y se busquen acuerdos básicos que sirvan para construir una Agenda Legislativa que avance positivamente.

Plantear que con ello el gobierno divide a la oposición es un argumento débil  con el cual se busca, por parte de algunos dirigentes, evitar la autocrítica aguda y serena sobre los errores cometidos para llegar a ser una oposición dividida y estar en la situación que todos los chilenos observan. Entendámonos, la Nueva Mayoría no existe, ya está dividida. El gobierno hace lo suyo, por cierto intenta colocar cuñas y profundizar la desunión de la oposición. Pero si las Comisiones fracasan porque el gobierno se equivoca, como inicialmente lo ha hecho en las forma de constituir estas Comisiones, y busca el camino de socavar a los partidos y líderes opositores que participen, será éste quién pagará un costo de falta de credibilidad y de seriedad política, cuestión que hoy es parte de los atributos con que la ciudadanía mide a los actores políticos.

Si la oposición no participa será ella la pague el costo de restarse ya que lo que a la mayoría de la ciudadanía  le interesa es que el mundo político de soluciones y respuestas que aborden los problemas que más le angustian.

Esto debiéramos haberlo aprendido de la última elección presidencial donde un electorado volátil le dio una amplia mayoría a la derecha porque fuimos incapaces de presentar una alternativa unitaria, creíble, capaz de hablar de crecimiento económico y empleo con una óptica distinta a la del liberalismo extremo y de colocar el acento en los dos o tres temas que más preocupan al país.

El voto cautivo e ideológico es cada vez menor y los actores políticos se mueven en una arena movediza, líquida, que requiere de flexibilidad y, a la vez, de contundencia en las propuestas sobre todo cuando se plantea avanzar en cambios estructurales  para la sociedad chilena.

En tanto, hay que permitir que los partidos hagan sus propias evaluaciones, saquen sus propias conclusiones de lo vivido y, a partir de ello, iniciar un diálogo franco sobre el futuro de una alianza de centroizquierda y progresista que el país ciertamente requiere.

Erraríamos el camino si este proceso se da sobre la base de presiones comunicacionales o de descalificaciones mutuas. Se requiere paciencia y una urgencia que no raye en la desesperación política. Hay que comprender mejor las posturas de los otros, porque al fin de cuentas lo valioso es reconstruir una unidad en la diversidad que ponga por encima los intereses de Chile más que de cada partido individualmente.

Si ello ocurre y somos capaces de generar propuestas de futuro sobre los temas esenciales y de abordar los enormes desafíos de un mundo que continua y continuará cambiando velozmente, entonces habrá alianza de centroizquierda y progresista capaz de volver a ser una mayoría social y de ser alternativa a una derecha solo unida por la efervescencia del poder pero que tiene en su seno contradicciones vitales entre liberales y conservadores, integristas y laicos, nostálgicos del pasado autoritario y quienes tienen menos que ver con este, liberales extremos y gente que cree en un Estado presente en las políticas sociales.

Este es el desafío y espero que los partidos, que viven crisis de presencia en una sociedad compleja, puedan comprender la envergadura de lo que viene y la portada de la revolución tecnológica y de los riesgos existenciales a los cuales está sometida la vida de la humanidad y nuestro propio país en diversos ámbitos.

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