La persona en el centro

Joaquín Orellana Calderón
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Los tiempos actuales de la política son complejos. En esta línea, hacer política en tiempos de indignación es el clivaje actual del sistema de partidos nacional, por lo que estaríamos en condiciones de hablar de una crisis de los partidos políticos tradicionales.

No obstante, sin tener ribetes de estado terminal, la crisis ofrece una oportunidad a las colectividades de centroizquierda, oportunidad que tiene que ser transmutada en una nueva forma, o un nuevo sentido, de lo político.

La lógica instrumental que ha subsumido a la política ha desplazado la doctrina y los relatos que alimentaban de épica los discursos socialdemócratas. Es así, como los partidos de centroizquierda comenzaron a adquirir musculatura de colectividades ómnibus, del tipo “súbase el que quiera, siempre y cuando vote por nosotros”. Lo anterior, va de la mano de una lógica clientelar de confort que se cristaliza en la idea de entender al Estado como un botín.

Con base en lo anterior, ¿dónde quedaron las ideas? Y ¿dónde quedaron las personas? Al parecer solo encapsuladas en la declaración de principios de los partidos.

La Democracia Cristiana no está exenta del diagnóstico mencionado, uno de los principios rectores de su doctrina parece haberse agotado, la fraternidad dejó de inspirar la conducta de la interna DC, dinámica que se exacerba en un contexto de descomposición partidaria.

No obstante, los jóvenes DC aún contamos con la esperanza revolucionaria de recomponer el tejido que algún día inspiró a las juventudes del Partido Conservador a despojarse del sentimiento de obtener el “poder por el poder” y el de generar consensos solo por el hecho de generarlos, lo que se tradujo en la formación de la Falange Nacional.

Chile cambió y erramos en la lectura de lo que la sociedad nos demandaba, lo que confirma el resultado electoral obtenido en las últimas votaciones.

Por un lado, confirmando la teoría de las elecciones de segundo orden, las elecciones municipales (2016) resultaron predictivas de las elecciones presidenciales (2017), lo que explica (en parte) el buen resultado de la derecha.

Por otro lado, la irrupción del Frente Amplio, afectó en, al menos, dos puntos. El primero, en la capacidad de chantaje de un eje ideológico de centroizquierda que demostró no ser moderno, poniendo en agenda temas que generaron sintonía en la ciudadanía, con un lenguaje común y con una propuesta atractiva en tiempos de desafección política.

Luego, demostró que la adaptación a nuevas formas de hacer política (al alero de la tecnología) es clave, “Twitter es más rápido que la democracia” y lo entendieron con eficacia.

La realidad exige y la ciudadanía exhorta a que el eje ideológico de centroizquierda se modernice. En este sentido, la Democracia Cristiana no debe abandonar sus principios. La gente reclama más terreno y más comunidad.

Debemos volver a reivindicar la figura del “héroe” de la cual hablaba Jacques Maritain en el Humanismo Integral, aquel que era capaz de ponerse en el lugar del otro dejando de lado su interés individual en favor del proyecto colectivo. Al final día, volver a generar empatía por la gente en correlato con un bien común.

Ahora bien, lo anterior no sucederá ni tiene espacio en la inercia institucional en la que está el partido.

A días de una nueva Junta Nacional, debemos cruzar esa frontera, los jóvenes aún tenemos mucho por hacer, entre ello reflexionar, pero por sobre todo actuar.

Un primer desafío está en relevar la fraternidad y la camaradería desde lo cotidiano, tanto conceptualmente como en la práctica. Luego, nos quedará enarbolar el proyecto que le queremos ofrecer al país en su transversalidad, desde el más acomodado hasta el más desposeído, resolviendo las contradicciones internas que hoy nos obligan a llegar tarde en distintos temas valóricos y adaptándonos a las nuevas formas de hacer política.

Finalmente, nada de lo aquí expuesto tiene sentido si no apostamos a la construcción de comunidad y a devolver el sitial que le corresponde a las personas en todo proyecto político, más allá de su status, condición, género o nacionalidad. El centro. 

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