La situación del PS y la vergüenza de Allende

Hoy se cumplen 111 años del natalicio de Salvador Allende. La conmemoración de este hecho histórico alcanza al Partido Socialista en un estado de crisis interna y cuestionamiento público como pocas veces habíamos visto.  Y todo a partir de que un grupo minoritario no ha quedado conforme con los resultados de una elección interna. 

Recuerdo haber escuchado a Salvador Allende en el norte, años antes de ser presidente de Chile, motivando a pirquineros y pescadores a sumarse a las filas del socialismo y a participar del proyecto político y social de construir un país más justo y solidario. 

Era un tiempo en que a los partidos políticos se llegaba por convicción y no por conveniencia. Allende convocaba, encantaba y convencía con un discurso esperanzador y revolucionario, a la vez que realista y, sobre todo, posible. 

Para quienes tuvimos el honor de conocer al Presidente Allende no es difícil imaginar su reacción ante la situación que vive el PS por estos días. 

Primero nos enrostraría, con aquella vehemencia que le era tan propia, la vergüenza de presenciar el triste espectáculo que está ofreciendo el PS. 

Luego nos emplazaría con firmeza a explicar cómo el partido, que fue formado sobre la base de principios firmes y una sólida ética ha caído en un tan evidentemente incómodo estado de desprestigio. 

Y nos recordaría que los problemas internos se arreglan desde dentro, no por la prensa y menos con argumentos tan viles como una presunta irrupción del narcotráfico dentro de las filas socialistas. 

En efecto, cuesta comprender que hoy uno de los principales problemas públicos del PS sea la destemplada crítica interna tras las elecciones. 

Por años, el PS ha elegido su mesa directiva de forma indirecta. Por años también la lista de mayoría ha hecho valer su presencia en el Comité Central para nominar a quien ocupara la presidencia. Son las reglas que nosotros mismos nos hemos impuesto y que ninguno de quienes hoy acusan injusticias han manifestado interés por cambiar. 

Resulta difícil entender que personeros que han ocupado importantes cargos tanto de representación popular como de gobierno, no sean capaces de dimensionar el daño y la división que provocan su intervenciones y sus acusaciones. 

Pareciera que, lejos de priorizar el bienestar del PS, están valiéndose de éste para proyectar sus carreras políticas personales, incluso a costa del deterioro de la institución política que les da cobijo. 

Y no se trata de esconder la basura debajo de la alfombra. Hay prácticas que han resultado nocivas para el partido y que es menester erradicar, como el reclutamiento express de nuevos militantes que sólo cumplen con el objetivo de votar en las elecciones a cambio de alguna prebenda  menor, pero no participan ni hacen vida partidaria y, por tanto, tampoco constituyen especial aporte al desarrollo del PS. 

Cabe aquí una importante responsabilidad de aquellos caudillos que, motivados por acumular espacios de poder dentro del partido, dedican esfuerzos y recursos a fichar votantes más que a convocar a nuevos socialistas. Se trata de un tema que debe ser discutido y resuelto en las instancias y en los tiempos pertinentes. 

El Partido Socialista posee una vasta trayectoria de lucha por la democracia y la igualdad y ha cumplido un rol relevante en la historia de Chile. No sin desaciertos, puede exponer orgulloso sus avances y logros.

Sin embargo, resulta tan desalentador como irritante comprobar que la imagen del partido hoy se encuentre reducida a la caricatura decadente de un partido corrupto, irrelevante, colonizado por el narco y dividido por luchas internas que poco tienen que ver con el ideario que inspiró su formación. 

De acuerdo a las últimas encuestas, la mayoría de los chilenos está desconforme con el actual gobierno de derecha. ¿A qué sector van a mirar ahora que el principal partido de izquierda -que ha dado 3 presidencias de la República al país en los últimos 20 años- es víctima de una fagocitosis innecesaria?  

La posición a la que unos cuantos han llevado al PS no es digna de su historia, ni de la memoria de Allende ni de los militantes honestos que a lo largo de todo el país siguen trabajando por lograr una sociedad mejor. 

Un partido dañado, debilitado y desunido no le hace bien ni a la izquierda, ni a la democracia ni a Chile. Es hora de ponernos serios y arreglar las cosas.

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