La soledad del Presidente

El presidente Piñera ha señalado en ENADE, en un extenso, locuaz y conmovedor relato, que desde el 18 de octubre ha experimentado la soledad del poder. Y es que no se trata de una experiencia en abstracto, porque literalmente lo dejaron solo. Por su propia responsabilidad, su sector lo dejó en el más completo abandono. Merecidamente, si se quiere. 

La expresión tiene eso sí, aunque seguramente no en el caso del presidente Piñera, una dimensión abstracta: solo el gobernante puede sentir el peso de la noche sobre sus hombros. Es un sentimiento intransferible, indelegable, y quizás, indescriptible.

De ahí que el relato de Piñera sea tan presuntuoso como increíble, porque si lo dice no es necesariamente porque lo sienta, sino porque utiliza un recurso desesperado de un hombre en la esquina del ring.

Sabe que el papel de víctima, aunque indigno, pudiera proporcionarle algún tipo de rédito ante la opinión pública, porque al "1%" presente en ENADE ya los tiene, aunque por obligación.  

Víctima. Víctima de un golpe de Estado que solo existe en las mentes más delirantes de la extrema derecha chilena y a quienes el presidente pareciera otorgarles un crédito no menor. Prefiere endilgar la responsabilidad a una organización internacional imaginaria que asumir con entereza sus propios errores.

Bien que le habría quedado, en último caso, haber tenido un delirio de grandeza y pensar en él mismo como si estuviera en las tribulaciones de Winston Churchill en la segunda guerra, o en las de Richard Nixon en las horas finales del caso Watergate. Y aunque grande le hubiese quedado el poncho, bien le habría valido para resguardar, aunque sea un poquito, la dignidad del cargo que detenta. 

Cuando el Presidente dice que sintió la soledad del poder, ese martes negro cuando mucha gente creía o pensaba que se acababa el país, lo que ocurrió en realidad es que el presidente se acobardó.

No decretó ni Estado de Sitio - que, en honor a la verdad, razones había - ni tampoco se constituyó en líder de un proceso constituyente para Chile.

Por el contrario, cuando dice que “optó por el diálogo”, en realidad optó por no asumir costo alguno, ni con la izquierda ni con la derecha.

Su soledad lo aconsejó mal, cuando no se decide, el costo es total. Ningún sector político quedó mínimamente satisfecho con su magra y desaliñada Cadena Nacional. Tampoco el país. 

Y en su soledad, el Presidente no se priva de nada, felicita a Carabineros al día siguiente de que fuera atropellado y muerto un hincha de Colo Colo, expone sobre sus estados de conciencia y, cual constituyente, entrega recetas sobre el contenido que debiera tener la nueva Constitución. En esto último, sí que lo aplaudieron en ENADE - era que no - cuando defendió lo que para Marx constituía el origen de todos los males: la propiedad privada. 

De gobernar, nada. Nada de nada. Habrá de quedar inscrito en el deshuesadero de la historia como un gobernante que fuera arrastrado por el viento, porque cuando el país lo requirió, él no estuvo disponible.

Su soledad lo acompañará, eso sí, cuando caiga sobre sus hombros, el implacable juicio de la historia. 

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