La tragedia de los conversos

Droctulff, bárbaro invasor de Rávena en el norte de Italia destacó por su furia y salvajismo, pero fue herido y arrestado por los defensores de la ciudad sitiada. Atendido en los nosocomios, sanó de sus heridas y finalmente se convirtió en el más furioso y salvaje defensor en su lucha contra los bárbaros de los que provenía. Eso lo cuenta Borges.

Y así pasa, de una posición extrema a otra, la persona no cambia, sino solo la bandera a la que se sirve. Son sus miedos o sus intereses (pecuniarios incluso) los que los motivan para asumir las nuevas posturas de sus “captores” y sienten la necesidad de demostrar que su cambio es verdadero. Por eso la ferocidad que deben demostrar en sus dichos y conductas.

La historia está llena de casos así, pero no eleva a los conversos a ninguna categoría especial, sino por el contrario debe exigir una conducta de humildad y renuncia al poder o a la riqueza que le ofrece su nuevo bando. Como fue el caso de Pablo de Tarso o Agustín de Hipona, quienes convertidos a una nueva fe, fueron buenos proclamadores de ella sin buscar el poder, al que se resistieron cuanto pudieron.

Pero está también plagada de bárbaros que se pasan al otro extremo sin mediar la necesaria reflexión, sino sólo en busca de su tranquilidad, bienestar y poder. La Flaca Alejandra, el Fanta, el Comandante Raúl (Osvaldo Romo) y tantos otros que se convirtieron no sólo en delatores sino en ejecutores de tortura contra sus ex compañeros. Y eso en todo el mundo.

Todo esto a propósito del confesado converso Rojas, una vez extremista de izquierda y partidario de la vía armada y luego redactor de discursos de los líderes de la derecha y fanatizado en su nueva posición.

De a poco fue escalando posiciones hasta aparecer como gran figura en El Mercurio unos días (unas horas) antes de su designación como Ministro. Coronó así una etapa grandiosa: de extremista de un lado hasta el otro, escribiendo las tesis más contradictorias para desdecirse de ellas en la medida de sus conveniencias.

Sin la suerte ni la galanura del converso Ampuero que pudo asumir un ministerio en la derecha sin mucha polémica, Rojas debe decir que lo que escribió en un libro (no una declaración periodística tergiversada o dicha al pasar) hace tan solo un poco más de un año y medio, ya no representa su pensamiento.

Con esa velocidad de cambio, podríamos temer conductas erráticas en la conducción de un ministerio, cualquiera que sea y sería mejor mantenerlo relegado a redactor de discursos que pueden ser corregidos por otro o desechados por el discurseante público. Así lo ha hecho, finalmente.

Es verdad que él no entiende la diferencia entre un Museo de Historia y un Museo Memorial cuya finalidad es llamar la atención sobre horrores que, aunque contextualizados, no tienen explicación ni justificación válidas. Como los museos relativos al holocausto.

Una senadora trataba de descalificar al Museo porque no señalaba los hechos anteriores al golpe de Estado, insinuando claramente que cuando se repiten las condiciones para un golpe, las torturas se justifican. No lo dijo textual, pero sus palabras eran claras para mostrar que la afección de ciertas instituciones podría justificar los más grandes horrores. Una cosa es tratar de justificar el Golpe y otra hacerlo con la tortura y los crímenes.

El converso de esta realidad nuestra no comprende muchas cosas, entre otras que los creadores, los artistas y los intelectuales, maniatados por el sistema económico y el manejo unilateral de la mayoría de los medios de comunicación, tienen límites éticos. Él pareciera que no. Tal vez su renuncia revela que comienza a mirar las cosas de otro modo.

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