La travesía de Allamand

Comparar el desafío-país del 2020 con el del 72-73, como hiciera Andrés Allamand, puede ser un asunto personal irrelevante o un diseño político reaccionario para polarizar el debate y aislar a quienes no piensan como él en la derecha.

Desde 1970 a 1973, el Presidente de Chile fue Salvador Allende, mandatario derrocado por un golpe militar encabezado por Pinochet el 11 de septiembre de 1973, que arrasó con la democracia chilena.

La opción de cambio de Allende activó una conjura contra la democracia, ordenada por Richard Nixon desde Washington, que operó hasta la caída del régimen democrático, los derrotados pagaron las consecuencias, fueron perseguidos y diezmados; los golpistas festejaron, incluso uno de ellos publico el texto auto biográfico “No virar izquierda”, fue Andrés Allamand, entonces vocero estudiantil del Partido Nacional, principal instigador del golpe de Estado.

Los que tomaron el poder recurrieron al terrorismo de Estado e impusieron una Constitución autoritaria en materia de orden público, así como neoliberal en lo económico y social, cuyo sentido es excluyente de la voluntad ciudadana para coadyuvar a que prevalezca el interés de la minoría.

Además, la dictadura con la totalidad del poder creó una casta de nuevos ricos que configuró una concentración de la riqueza sin precedentes.

Durante 40 años, la Constitución del 80 ha sido defendida con la fuerza de las armas y con diversas argucias dilatorias; pero, sin previo aviso, el movimiento multitudinario de las fuerzas sociales surgido en torno al 18 de octubre, generó un proceso hacia una nueva Constitución, este hecho es lo que irrita a los sectores más conservadores.

Sin embargo, por mucha ira que tengan, sería raro que propiciaran la repetición de ese “putsch”, porque ahora tendrían que derrocar a un Presidente de derecha que contó con Allamand, como uno de sus soportes de campaña, basta recordar la pasión de su libro “El desalojo”, en conjunto con la actual ministra de Educación, para captar su enfervorizada adhesión a Piñera.

De modo que, aunque se ofusque, no hay como confundir a quien se precia de su ideario mercantilista, que le llevó a jugarse a ultranza por el imperio de los mercados sobre la vida social y a la obtención de una voluminosa fortuna personal en tales ajetreos, como Piñera, con un tipo de mandatario completamente diferente, un Presidente como Salvador Allende que bregó para dignificar a Chile y concretar un proyecto político inédito, “construir el socialismo en democracia, pluralismo y libertad”, anhelado por los humildes y aplastado por los poderosos.

Ahora bien, Pinochet y sus aliados, durante décadas justificaron la dictadura con el argumento de la amenaza del “comunismo sovietico”, pero ahora ese país y ese sistema no existen. La Unión Soviética fue disuelta en 1991 y el Estado que, de acuerdo al derecho internacional, asume su continuidad es Rusia, país de economía de mercado, con un Estado fuerte, como muchas naciones.

No hay evidencia alguna, ni siquiera con el “big data”, que indique que Rusia vaya a intervenir en Chile para imponer una economía centralizada de partido único, como tantas veces hizo la dictadura para justificar el golpe castrense y el terrorismo de Estado.

Tampoco China mantiene la economía centralizada que tuvo en esa época, a fines de los 70 inició un amplio viraje hacia lo que su liderazgo llamó “economía socialista de mercado”, siendo hoy el principal socio comercial de Chile, y no sólo recibe nuestro cobre sino que también compra las cerezas, manzanas y uvas que tanto complace exportar a este gobierno, según dicen, con total desinterés y prescindiendo de quién hace el negocio, claro que sería una ofensa pedir la nómina de tales exportadores.

Para esta “élite”, la mayor rotería es entrar al tema del uso de los derechos de agua de quienes se llevan la “tajada del león” en el negocio agro exportador, porque mientras Chile se desertifica y los productores campesinos se empobrecen, seguirán consumiendo el agua de todos y todas, para asegurar sus envíos “desinteresados” al gigante asiático. Es decir, China no podría ser parte del “big data” anti Piñera.

Esos intereses miran la actual situación con rabia, rechazan una nueva Constitución y pretenden no solo seguir con su poder de veto sobre la marcha del país, además, intentan el desplazamiento del ministro del Interior al que no le ven “carácter”, así como maniobran con el fin de arrinconar y anular a Mario Desbordes, Presidente de RN y derrotar al senador Ossandón el rival más fuerte en la lucha por la candidatura presidencial de su Partido.

Los jerarcas de ultraderecha requieren polarizar el escenario para que sea funcional a sus intereses. En el Plebiscito de 1988, por miedo, el dictador consiguió que le apoyara un sector de la población intimidando con visiones apocalípticas, “Pinochet o el comunismo”, “Pinochet o el caos”. Era un dilema extremo que exigía sumisión. La campaña del NO pudo anular esa ficción.

Ahora también el conservadurismo usa una imagen aberrante, desfigurada, consistente en poner en duda la legitimidad del Plebiscito del próximo 26 de abril.

Aunque bloquear su realización es un aventurerismo político absoluto que pondría al país en un verdadero callejón sin salida, aún así pretenden jugar con fuego. Hay que desnudar esos propósitos y no caer en provocaciones que puedan afectar la ruta hacia el Plebiscito. Por eso, la ceguera del vandalismo no conduce a nada.

Ahora Allamand asumió como defensor de la Constitución que antes rechazó. Sus socios de hoy son quienes lo denigraron ayer, carece de la consistencia para ser coherente con lo que sostuvo hace 30 años, lo que reiteró en noviembre, hace poco más de un mes, la necesidad de una nueva Constitución para Chile.

Así termina “la travesía del desierto”, fondeó en el puerto de su infancia política, la ultraderecha. Una larga vuelta para un fin penoso, rasgar vestiduras por la herencia de Pinochet, se reestrena junto a Kast y a Van Rysselberghe, en la vocería del sector de ultraderecha en una ofuscación en que el interés del país se desvanece en la polvareda y el ruido por lo subalterno.

Se equivoca, a 50 años del ciclo de dictaduras en América Latina no se repetirá la historia.

El conservadurismo no impondrá ese rumbo al país y el proceso constituyente seguirá su curso para elaborar una nueva Constitución para Chile.

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