La vida continúa

El ex Presidente Ricardo Lagos al desistir de su candidatura presidencial dijo,”la vida continúa” y sin duda continúa para él, que seguirá siendo una gran contribución a Chile y al pensamiento del progresismo pero, también, y así lo interpreto, ello implica una llamado a quienes con lealtad lo apoyamos a continuar trabajando por mantener y ampliar la alianza entre la izquierda y el centro demócrata cristiano que fue el pilar para la derrota de la dictadura y el eje en torno al cual el país ha reestablecido la democracia, las libertades y ha emprendido un camino de desarrollo cuyo norte es la igualdad y la integración social.

La decisión de la mayoría del Comité Central del Partido Socialista de no apoyar como candidato presidencial al segundo Presidente socialista de la historia de Chile, Ricardo Lagos, derivó en un anunciado retiro de su candidatura y con ello se inviabilizaron las primarias de la Nueva Mayoría, se perdió la posibilidad de legitimar en una contienda democrática, establecida por ley, al candidato que resultara vencedor, se pierde tiempo de campaña y de disponer de horas de franja televisiva y se termina, por primera vez desde el inicio de la transición democrática, con dos candidatos en la primera vuelta. Impericia política, pragmatismo desenfrenado, cálculos electorales para aterrizar en el parlamento. Una forma de hacer política que no mira los fenómenos por todos los lados, que no ha medido las consecuencias que sus acciones provocan en desmedro de una alternativa unitaria de la centroizquierda.

Por cierto, en medio de este desconcierto político, absolutamente esquizofrénico para un bloque que gobierna el país, surgen sectores en la Democracia Cristiana como en la Izquierda que, olvidando el pasado, anhelan “el camino propio” creyendo que con ello podrán, en uno u otro caso, llevar adelante políticas “puras”, identidades propias, no contaminadas con los otros con los cuales se derrotó a una dictadura y se ha convivido, con importantes resultados para el desarrollo del país, durante casi 30 años.

Felizmente se trata de grupos minoritarios que no aprendieron la lección de la historia, aquellos que olvidan que el golpe dictatorial fue posible por la división de las fuerzas democráticas y que ningún sector de la centroizquierda es capaz, aun elucubrando nuevas alianzas que al final serían socialmente reductivas, gobernar el país con una política de cambios progresistas que permitan gradualmente transformar a Chile en un país más democrático, libertario e igualitario.

Por tanto, todos debemos actuar, en el complejo escenario de división que se ha generado, con una fuerte “ética de la responsabilidad” con el país y para ello se requiere explorar, desalojando mediocres aspiraciones de “tribus” o protagonismos personales, diversas fórmulas para que en segunda vuelta se concuerde un apoyo nítido entre Alejandro Guillier y Carolina Goic y se estructure un acuerdo parlamentario que puede adquirir diversas formas frente a la enorme dificultad de construir una lista parlamentaria común, aunque esta misma no puede ser descartada completamente ya que existe incluso la experiencia de la derecha que ya fue con dos candidatos presidenciales y una sola lista parlamentaria.

El PPD, que apoyó decididamente a Ricardo Lagos y que ha mantenido una política responsable para mantener la unidad de la centroizquierda, proclamará en su Consejo Nacional, con firme convicción y compromiso, a Alejandro Guillier como su candidato, sumándose al apoyo que éste ya tiene del PR, del PS y del PC y de importante número de electores independientes.

Lo hacemos, no esencialmente porque Guillier aparece en las encuestas de CADEM y ADIMARK como la candidatura mejor posicionada de la centroizquierda, ya que los votos se cuentan en noviembre y para ello hay que construir las condiciones políticas para asegurar una victoria electoral que será, de cualquier manera, estrecha y compleja.

Lo hacemos porque Alejandro Guillier representa muchos de los ideales fundativos del PPD y de las propuestas de construcción de una nueva gramática de derechos y libertades que hemos impulsado en estos años, porque lo conocemos como un hombre honesto, transparente, con una vida impecable, dotado de gran capacidad para comunicar a los ciudadanos e inspirar confianza y credibilidad, que son elementos esenciales en torno a los cuales girará la contienda electoral presidencial, y porque creemos que él puede encarnar las aspiraciones de cambios de la sociedad chilena del siglo XXI , hechos con la ciudadanía, con elevada experticia técnica y con la gradualidad que la mayoría de los chilenos anhela.

Guillier es independiente, no milita, como la mayoría de los chilenos, en ningún partido político y ello es apreciado positivamente por la ciudadanía en un momento de descrédito de la política.

Sin embargo, los partidos siguen siendo esenciales en la democracia representativa y, por ello, Guillier deberá aprender a articular virtuosamente un vínculo que permita incorporarlos plenamente en la campaña y en la configuración de su programa de gobierno, acompañarse de sus liderazgos y parlamentarios, muchos de los cuales cuentan con amplio respaldo ciudadano, y prepararse para gobernar con una alianza de centroizquierda que deberá recomponerse después de la primera vuelta.

Ya vivimos en el gobierno de la Presidenta Bachelet una negativa experiencia cuando los partidos no fueron considerados orgánicamente en la confección del programa  y, sobre todo, cuando un grupo de jóvenes dirigentes, militantes de los propios partidos, intentaron crear una “fuerza propia de Bachelet” que a través de la vieja política del “entrismo” reemplazara a los partidos, distribuyéndose en los diversos ministerios y esferas de poder, pasando sobre los Ministros y coordinados directamente desde el ministerio del Interior.

Ese diseño fue un fracaso rotundo y aún hoy el gobierno paga el costo de no haber construido, desde el inicio, una relación de la Presidenta Bachelet con los partidos que asegurara su liderazgo, ya que el Presidente de la República es el jefe de Estado pero también debe ser, como en toda democracia, el líder de la coalición que lo respalda.

Es esa dialéctica, que fortalece al gobierno, a los partidos, a la acción parlamentaria, la que permite que un gobierno actúe mancomunadamente, con acuerdos claros, disciplina política, con coherencia y calidad en la gestión, con un vínculo oportuno con la ciudadanía frente a cada iniciativa que  emprende, sobretodo, cuando el propósito es producir cambios estructurales, que requieren de mayorías y acuerdos que especialmente se construyen en el parlamento.

De igual manera, el Programa de gobierno requiere de un trabajo de fondo con los partidos. El líder es el candidato y sus ideas pesan en la confección del programa. Es obligatorio, hoy más que nunca, el diálogo con la ciudadanía para recoger desde la base social las demandas y construir las prioridades de la acción del gobierno. Pero los partidos deben articular a sus técnicos, profesionales, dirigentes sociales, para que el Programa no sea solo un conjunto de mediadas sino que tenga un relato cultural que encaucen los objetivos que nos proponemos.

Esta es la única forma de crear identidad política en la alianza de centroizquierda, en especial en una sociedad donde la revolución digital de las comunicaciones trastoca las formas de hacer política y crea nuevos actores capaces de recibir y trasmitir mensajes, y es la única forma en que los militantes y la ciudadanía se sientan representados en el proyecto de país que proponemos a los chilenos.

Esto es aún más necesario cuando enfrentamos la elección divididos en dos candidaturas y será necesario después de la primera vuelta construir con la Democracia Cristiana un programa común y un estilo de gobierno en el cual todos se sientan integrados en igualdad de condiciones.

Somos mayoría y la derecha es minoría en el país, y así lo muestran los resultados a concejales de las últimas elecciones municipales. Sin embargo, habrá, en primera vuelta, una mayor dispersión del voto progresista, por el centro y por la izquierda, que del voto que apoya a Piñera. Ello obliga a construir una candidatura atractiva, convocante, con nuevos estilos de hacer política, capaz de motivar a los jóvenes, a los que no votan y, por cierto, a los que nos han apoyado durante estos 25 años.

Alejandro Guillier reúne las condiciones adecuadas para este tipo de liderazgo que hoy la sociedad chilena reclama y hay que apoyarlo con la fuerza de las ideas, con nuestro trabajo cotidiano, con la convicción de que en las elecciones presidenciales de noviembre están en juego dos modelos de sociedad.

Una ligada a la idea de barrer con las reformas de Bachelet e instalar el predominio del mercado, los negocios y las finanzas en todos los ámbitos, que muy bien representa Sebastián Piñera, y , otra, que apoyando, corrigiendo y viabilizando las profundas reformas iniciadas e impulsando las propias permita construir un país más justo socialmente, con una regulación del mercado que impida los abusos, con mayor integración social y derechos laborales, con innovación tecnológica y  sustentabilidad ambiental como base del desarrollo, con una democracia que integre a la sociedad, con nuevos derechos y libertades para todos los chilenos y que se encarne en el liderazgo de Alejandro Guillier.

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