Lagos, el candidato a la fuerza

Es sorprendente la ceguera de los políticos chilenos. Y cuando mas evidentemente comienzan a equivocarse, más fácilmente es para los analistas prever los resultados. Para cualquier observador imparcial es un hecho obvio que la actual Nueva Mayoría no cuenta en la actualidad con los favores de la ciudadanía. Se ha transformado en una coalición desarticulada y con evidentes tendencias opuestas difíciles de conciliar. En su seno han surgido críticos del gobierno, tanto desde la derecha, como desde la izquierda.

El lenguaje de los díscolos de derecha es casi idéntico al de la centro derecha, en cambio, el de los díscolos de la izquierda se parece como una gota de agua al de las tendencias ubicadas a la izquierda del Partido Comunista.

Es más, en este mismo partido no faltan quienes muestran una franca simpatía por los discursos de Gabriel Boric o Giorgio Jackson. Pareciera que la ex Nueva Mayoría está sometida a una fuerza centrípeta que empuja a cada uno de sus integrantes, mas hacia afuera, que hacia adentro. No cabe duda alguna que la tarea de volver a reunir a las diferentes fuerzas que le dieron mayoría al gobierno de Bachelet se muestra como una tarea prácticamente imposible.

Es en este cuadro de dispersión que se está dando la ya desatada campaña presidencial. La oferta de candidatos se ha ido concentrando cada vez más en algunos nombres ninguno de los cuales concita un verdadero fervor en los electores. A pesar de ello, si simplemente sumamos y restamos, es obvio que el único candidato que tiene en este momento todos los votos de su sector más algunos del sector contrario, asegurando de este modo su elección, es Sebastián Piñera, es decir, el candidato de la centro derecha.

Por el lado de la centro izquierda, el que suena más fuertemente en los medios políticos y en el empresariado es Ricardo Lagos. Sin embargo, su candidatura está muy lejos de haber surgido por un entusiasmo de la ciudadanía. En las encuestas ha estado siempre bajo otros candidatos de su sector y a pesar de que su candidatura es muy aplaudida por las dirigencias políticas y por importantes empresarios, no parece coincidir con lo que pudiera atraer a las grandes mayorías nacionales.

Por de pronto, en casi todos los partidos de la Nueva Mayoría tiene dirigentes que lo apoyan, pero también detractores. Los votantes de derecha no lo miran con malos ojos, pero obviamente solo como segunda opción. Y los votantes de la izquierda francamente no lo quieren. Por lo tanto, sus posibilidades de rearmar una mayoría - llámese Nueva Mayoría o como quieran ponerle - son bastante pocas. Lo que gana Lagos hacia la derecha con el apoyo empresarial, lo pierde hacia la izquierda por la misma razón. Y además, esta ganancia hacia la derecha es incierta porque allí compite con Piñera.

¿Qué opción podría tener un candidato como este en las próximas elecciones? Obviamente que ninguna. Lo extraño es que los dirigentes de la Nueva Mayoría no perciban este hecho y continúen impulsando su candidatura como si fuera una carta segura.

Es cierto que para ciertas fuerzas dentro de la coalición gobernante es un factor de unión, pero se trata de dirigencias que están desprestigiadas ante la ciudadanía y lo que ellas representan en votos no corresponde a lo que ellos mismos podrían imaginar tener. Las recientes elecciones municipales han demostrado precisamente la amplitud de esta distancia.

De ahí que Lagos esté apareciendo como un candidato impuesto por las dirigencias, que creen ciegamente (la palabra es exacta) que su nombre los salvará de los desastres que vendrán con la pérdida de la próxima elección presidencial. Lo absurdo de todo esto  es que el remedio que han encontrado es precisamente el último empujón que necesitaban para caer en el precipicio.

La verdad es que Lagos ni siquiera asegura la mayoría que votó por Bachelet; por lo tanto, si todo sigue como ahora va, Piñera la tiene fácil.

Todo se está dando para que Michelle Bachelet le devuelva la banda presidencial que él mismo le entregó hace tres años. Ricardo Lagos, en medio de los abucheos por el Mop-Gate, el CAE, las privatizaciones y el Transantiago, marcha imperturbable. ¿Hacia dónde?

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