Las convulsiones de la ultraderecha

A diferencia del común de las naciones, la ultraderecha en Chile ha tenido constante presencia y siempre ha intentado imponer férreos esquemas de dominación, desde el conservadurismo patriarcal propio de la casta oligárquica terrateniente hasta la incesante criminalidad de la “doctrina” de la seguridad nacional del fascismo castrense, bajo la dictadura.

A partir del 11 de septiembre de 1973, dos grupos de ultraderecha tomaron el control absoluto del poder e instalaron el régimen totalitario con Pinochet en el mando, por una parte la tecnocracia de ultraderecha, los Chicago boys, hacían y deshacían desde el aparato económico jibarizando el Estado y arrancando de raíz las conquistas sociales de los trabajadores.

Al mismo tiempo, en los centros de reclusión y tortura de la DINA y la CNI, operadores de ultraderecha de las ramas castrenses, destinados por Pinochet a esa vileza, se empeñaban en la destrucción física de la izquierda chilena con el empleo de salvajes métodos de represión a quienes tenían otra forma de pensar y concebir la existencia humana y el régimen político de convivencia.

Por cierto, en ambos grupos, los más inescrupulosos hicieron fortuna gracias a las “facilidades” de usar el terrorismo de Estado en beneficio personal, la dictadura impedía las denuncias sobre sustracción de recursos públicos y del patrimonio nacional, lo que un puñado aprovechaba para enriquecerse como nunca.

En los años 80, la ultraderecha quebró el país y hubo enormes escándalos de negociados y corrupción, como la propiedad del dictador en “El Melocotón”, la magnitud de esos hechos perforó el control comunicacional del pinochetismo.

A fin de asegurar el poder la ultraderecha recurrió al más repulsivo terrorismo de Estado y a una férrea unidad, asegurada por la jerarquía militar controlada por Pinochet, eso les permitió garantizar el constante apoyo de la derecha económica y política, así impusieron la Constitución de 1980. Con sus adversarios prohibidos y perseguidos, removieron y asolaron el país hasta provocar la devastadora crisis económica y social de los años 1982-83 y siguientes.

Eso obligó a Pinochet a recurrir a la derecha que había dejado en segunda fila luego del putsch de 1973 para aliarse con los Chicago boys, el sentido de supervivencia de este sector le ayudó a salir del pantano de deudas, descrédito y caos económico que lo atenazaba.

Al recuperar la calma, el dictador decidió perpetuarse mediante un nuevo Plebiscito. Instaló a la UDI a cargo de ese diseño estratégico. La agrupación “Avanzada Nacional”, controlada por la CNI a través de Alvaro Corbalan, tuvo que subordinarse al Plan de ganar con el SÍ que se implementaba desde el ministerio del Interior.

Esa diferencia separó a la ideologizada tecno-burocracia de la UDI de los terroristas de la contrainsurgencia que, por intermedio del ex agente de la Dina, coronel Zara, pedían resolver la irreparable ilegitimidad del régimen castrense con los “corvos acerados” de las tropas de comando. El triunfo del NO, el 5 de octubre de 1988, derrotó a los dos grupos. La UDI debió entregar el ministerio del Interior y Zara tuvo que guardar el corvo.

Con el tiempo, sobretodo en zonas agrarias, los ultraderechistas dispersos por la disolución de Avanzada Nacional entraron a la UDI por su férreo rechazo al cambio constitucional y la defensa de Pinochet, en particular, durante su detención en Londres.

Esa incorporación de extremistas de una procedencia heterogénea, pero vinculada por incontables ramificaciones a grupos nostálgicos del pinochetismo, sin otro rasgo que un odio visceral contra la izquierda puso a esa agrupación en la extrema derecha del sistema político. Así también, el aumento en sus congresistas de elementos incultos y ultra conservadores acentuó la fisonomía de actuar de modo intolerante, ciego e iracundo.

Los escándalos de corrupción derrumbaron el liderazgo autoritario, frío y calculador, del núcleo de conducción política que venía desde la dictadura, conocido por esa razón, como “los coroneles”.

Se instalaron sin filtro ni regulación las tesis ultra conservadoras elaboradas en la Fundación Jaime Guzmán y un tipo de mercantilismo a ultranza, definitivamente primitivo.

En consecuencia, el partido fundado por Jaime Guzmán que presumía de crear una fuerza de derecha “pensante” es un grupo de una ira anti popular que lo enloquece, agravada por una jefatura que hace de la vulgaridad motivo de orgullo.

Por eso, en la acción política, la UDI no tiene más proyección que la defensa corporativa de cuotas de poder que dado la crisis en curso han perdido toda trascendencia. Al final, sus “grandes temas” son peleas burocráticas por prebendas. La ausencia de ideas es tan dramática que su candidato presidencial, Joaquín Lavín, intenta robarse el título de socialdemócrata para competir en las elecciones futuras.

Este contexto de un vacío de ideas y propuestas fue propicio para que reapareciera el antiguo caudillo pinochetista, ex parlamentario y ex Presidente de la UDI, Pablo Longueira, señalando que apoya la opción Apruebo en el proceso constituyente y que se postulará a miembro del futuro órgano que redacte la nueva Constitución.

Quien fuera regalón de Pinochet quiere lucir ahora como avanzado demócrata. La memoria histórica no debe aceptar una jugarreta de esta naturaleza, hay que rechazar semejante impostura que puede dañar gravemente el profundo sentido libertario y de auténtica renovación del sistema político democrático que inspiran la opción del Apruebo.

Las caudalosas corrientes ciudadanas del Apruebo no necesitan un elemento que hizo de la política un negocio, que no intentará más que blanquear sus nocivas prácticas en el proceso constituyente.

El Apruebo debe evitar el costo de una “quinta columna”. Hay toda una operación mediática de la derecha para desvirtuar el proceso constituyente y hacer de sus diferentes etapas otro momento de descrédito, “farandulizando” su desarrollo para cuestionar a la larga sus resoluciones.

La redacción de una nueva Carta Política del Estado debe reunir e integrar, en su diversidad, a los representantes de las fuerzas sociales y políticas que ganaron con su lucha multitudinaria, en las movilizaciones sociales, esta ocasión histórica de darle a Chile una Constitución nacida en democracia.

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