Lecciones del 11

El tiempo no se detiene y aunque no se quiera, una vez más, Chile llega a un 11 de  setiembre, día doloroso en que se derribó la institucionalidad democrática y se inició una cruenta etapa de violaciones a los Derechos Humanos en nuestra patria.

Ante tales circunstancias cabe una pregunta o reflexión, tan o más dura de lo que fueron esas horas que han marcado profundamente la vida del país, ¿como nación hemos aprendido de aquellos hechos dolorosos?, ¿hay lecciones que no se hayan borrado y se hagan presente hoy en el actuar de nuestra sociedad?, o acaso ¿el estado moral de la convivencia nacional ha llegado al punto que ya se borró todo lo pasado y el cinismo y la frivolidad es lo que impera?

Por de pronto, lamentablemente, una débil memoria histórica en el país, un debate público encerrado en sí mismo y la falta de objetividad de ciertos actores dan la idea que no se aprendió nada o muy poco.

En la derecha, la ultra más rígida y ciertos residuos del pinochetismo siguen dando la pauta, acusando a Allende de querer implantar el modelo cubano, o sea, tratando de desconocer la esencia del proyecto democrático de Allende, la "vía chilena", y reeditando la vieja campaña del terror que justifica atrocidades y crímenes por que -en definitiva- la dictadura habría salvado al país del comunismo.

Si no fueran peligrosos esos dichos no pasarían de ser una payasada, pero indican que en la cúpula de derecha no hay obstáculo en satanizar al que piensa distinta para someterlo. Lo peor es que ante circunstancias del mismo carácter repetirán la misma conducta.

En las filas de la izquierda, en el balance del largo camino recorrido, en las autocríticas posteriores al Golpe de Estado, en las horas de la clandestinidad o el exilio, uno de los temas centrales era el compromiso de no manipular las demandas populares en función de fines de corto plazo, que no se podían proclamar revoluciones que no se podían hacer y que no correspondía prometer lo que no se podía cumplir, considerándose que una grave falta moral utilizar necesidades sentidas de la comunidad con el propósito de tener una breve ventaja mediática, sin reparar en el costo social que esas conductas provocan.

En este nuevo escenario político, el sentido de la responsabilidad política se ve sobrepasado y la convicción de no manipular las demandas del mundo popular está muy debilitada o desvanecida. El mesianismo ganó tanto espacio que se piensa que no importa que en el sector más humilde de la sociedad el extremo radicalismo en el discurso tenga un eco limitado, lo que vale es la verdad de la cual los iluminados se sienten dueños.

Otra cara de ese paternalismo es la demagogia, la conducta de ganar como sea y domina un rudo exitismo, en el que sólo importa derrotar al rival, vale el que tuvo un voto más o el que sobresalió más, como lo hizo no es significativo si logra imponerse, esa ruta es la que ha conducido al deterioro de las relaciones internas en los Partidos, ya no son fraternales, son propias de reyertas y pugnas que hablan de un proceso de canibalismo político que daña, socava y limita con graves consecuencias la fuerza y el rol de las formaciones políticas.

Tanto es el afán de ganar que se recurre a solicitudes de dinero sucio y se practican otras formas de obtener indebidamente dineros del Fisco, como licitaciones arregladas, jubilazos y otros medios ilegítimos. Se olvida la gran lección moral del Presidente  Allende, aquella en que señaló, "en mi gobierno se podrán meter las patas pero no las manos".

Hoy, otro valor esencial a rescatar es el de la unidad en la diversidad; la acción común y el entendimiento de fuerzas diversas tras objetivos que aúnan sus diferentes voluntades, en muchos discursos resulta ser una cosa ajena, se confunde la identidad partidaria con el sectarismo y el copamiento de los espacios públicos. Esa actitud miope y estrecha ha sido fatal para promisorios proyectos democráticos de izquierda, no se han consolidado por el sectarismo  y el auto endiosamiento de sus líderes.

Más aún, ante la impopularidad de la política, en meses recientes se ha desatado una lucha de apetitos individuales, lo que ocurre habitualmente cuando hay dificultades. Tales hábitos no hacen más que agravar una conducta de cada grupo  o caudillo hacia propósitos particulares, queda de lado el objetivo unitario y prima lo menguado y subalterno por encima de lo fundamental y prioritario.

Una cuestión medular en las ideas pos Golpe, era el requisito de hacer política de mayorías, que los cambios sociales se distinguían de los buenos deseos, precisamente si se apoyaban en vastas fuerzas sociales, cuyos amplios pilares fuesen sus bases de sustentación, conformadas por esas multitudes de hombres y mujeres, que se configuran como una mayoría nacional poderosa.

Al parecer, en este ámbito la lección se olvidó, con todo el riesgo que conlleva tomar decisiones que prescindan o no se hagan cargo que las reformas si dependen de minorías por alta que sea su resonancia, tendrán un talón de Aquiles que se hará presente de la forma más inoportuna e imprevista.

Una política de transformaciones debe considerar su respaldo social, y su vocación de alcanzar mayorías es parte de sus metas fundamentales, sobre eso no puede haber ni una sombra de dudas, lo que en este ciclo de reformas no ha sido cuidado como se debe, dando la impresión que no se cambian las metas aún si se enfrenta a opciones distintas que sean mayoritarias. Precisamente, en ciertos controvertidos personeros de la nueva hornada de figuras públicas hay soberbia y desprecio a la opinión de aquel que piensa diferente.

Asimismo, desde el mismo día del Golpe de Estado, más aún luego de masacres tan tremendas, como las ejecutadas por la expedición militar conocida como la Caravana de la Muerte, tomó un lugar esencial en el proyecto de sociedad a impulsar desde la izquierda, el valor del respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana.

Hoy, es triste que esa convicción esté debilitada y se ve que a muchos les tiene sin cuidado. Cuando la agresión física y verbal es un instrumento privilegiado, no hay dignidad del ser humano que se respete. Esta lección medular es letra muerta en la actitud de quienes cambian sus argumentos por un garrotazo y se confunde la protesta social con el vandalismo, como si ser crítico con la sociedad obligara a comportarse como el lumpen, de modo especial, en estas jornadas de septiembre, cuando se destruye por doquier, detrás de una capucha y el anonimato.

Este retroceso indica que se ha debilitado la revalorización de la democracia, factor de unidad y movilización social que tan decisivo papel tuviera en la derrota política de la dictadura y en evitar una confrontación interna de graves consecuencias, como la que otras naciones sufrieron para iniciar sus respectivos procesos de transición. En la izquierda, en la lucha por la libertad, se tomó muy en serio la bandera por la democracia, se superó el estereotipo de que era una simple democracia "burguesa", se trata de una conquista civilizacional de la humanidad.

La meta del retorno de la democracia logró concitar y dar proyección y efectividad a un auténtico consenso social frente al cual Pinochet fue derrotado. En la lucha por el "NO" en 1988, en la sucesiva ampliación de los espacios institucionales y culturales, de libertades políticas y derechos ciudadanos, tuvo un valor de alto significado ese aprecio y reconocimiento universal, al sentido civilizacional de contar como nación con un régimen democrático. Ahora, en el contexto del descrédito de la política, se nota que ese valor está afectado y debe ser fortalecido.

La conclusión es clara, la democracia chilena aún transita hacia su madurez no sólo en lo institucional sino que en lo cultural y social. La lección de los que no se sometieron al terror y los abusos de poder debe proyectarse en un nuevo tipo de sociedad, en la que los valores y principios por los cuales ellos lucharon y entregaron su vida, logren efectivamente prevalecer, en una patria en que "el hombre deje de ser el lobo del hombre y se convierta en su hermano".

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