Lo que se rompió en la Gratitud Nacional

El tema de la imagen de Cristo destruida por manifestantes encapuchados es algo que excede a los católicos y el respeto que ellos demandan. Es un tema sobre la tolerancia, el respeto y la condena a la violencia.

He leído toda clase de explicaciones a la acción criminal y vandálica que estudiantes -si, hay registro gráfico que lo son- provocaron destruyendo una imagen de Cristo.Leía a alguien que argumentaba "pero si no es mas que una artesanía en madera". Es posible que lo sea. El punto es que es significativa para una parte de la sociedad, y quienes lo destruyen lo saben. Y eso no es aceptable en una sociedad democrática.

Honestamente, los motivos de quienes violentaron la imagen de Cristo me importan un bledo. Las causas de la violencia se las dejo a los sociólogos y a quienes crean que pueden evitarla por medio de su mera comprensión. Yo no pienso eso, creo que el Estado debe reprimir con energía la violencia, independiente de sus motivos o fundamentos, porque lo contrario solo exacerba más y más violencia.

Confieso que la iconografía no es lo mío. No creo en imágenes ni siquiera como representación. Soy creyente, y creo que Dios está en todo y no en un ídolo de yeso. Pero esa es mi postura. Hay gente que legítimamente considera que esa imagen es una representación de Dios. Y eso merece respeto. Los que destruyeron esa imagen de yeso, no destruían un mero ícono: pretendían, con su acción, denostar a una manifestación de religiosidad, por considerar que dicha representación atenta contra sus propias creencias.

Eso hace que el tema escale respecto de si determinada iglesia es o no "buena" o "mala", porque dentro de las justificaciones que he visto al acto están los crímenes cometidos por el catolicismo o el hecho de que se le "pone color" por la destrucción de un simple trozo de yeso.

Las imágenes han sido una parte importante de la representación cultural. Por ejemplo, si deliberadamente en lugar de una imagen cristiana lo destruido hubiera sido un Wenufoye (la bandera usada por diversas organizaciones mapuches), o un tótem de cualquier pueblo indígena, la reacción de indignación habría sido igualmente justificada.

Amparar la violencia, tratar de entenderla, o siquiera igualarla con otras instancias de fanatismo, es contrario a la tolerancia republicana. Lo contrario es incentivar el espiral de odio, ¿qué podría detener que un grupo de católicos, en venganza, decidan matar a un encapuchado en nombre de su religión? Porque si justificamos o entendemos una forma de violencia, terminamos al fin validándolas a todas.

Si vamos a construir una sociedad tolerante, democrática e inclusiva, debemos ser respetuosos de las creencias ajenas. Lo demás es simple palabrería en protección de los derechos de unos pocos.

Creo que la solución sigue siendo la intolerancia a los intolerantes que propone Karl Popper. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia, como dice Popper, quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que se reprime la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos.

Porque, en definitiva, lo que se rompió en la Gratitud Nacional no fue en realidad la mera imagen de Cristo, un simple trozo de yeso o madera. Fue un pedazo de nuestra tolerancia, de nuestra amistad cívica, de nuestra conveniencia democrática.En suma, de aquello que nos hace ser un mejor país, o solía hacernos ser una patria común.

Esperemos que la autoridad esta vez no agote su actuar en la presentación de una querella “contra quienes resulten responsables” que, finalmente, sea dejada para el archivo en la Fiscalía… Es la oportunidad para saber si la condena que se hace de la violencia es genuina, o simplemente un saludo a la bandera en año electoral.

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