Lo urgente y lo importante

Se equivoca Cristian Warnken cuando, antes de finalizar el año, dijo en una columna, que necesitamos una elite política con más profundidad y más densidad. Lo que requieren los políticos chilenos es claridad de la historia de nuestro país, conocimiento vasto de las leyes y una forma efectiva de representar a la ciudadanía.

Por ejemplo, mientras hay gran satisfacción parlamentaria por el voto a favor del proyecto “Chao Dicom”, falta esa comunicación con la ciudadanía, esa conexión que evite cualquier tipo de confusión, que explique qué trámites parlamentarios faltan para que un proyecto sea promulgado.

Hace algunos días un diputado dio cuenta a través de su Facebook, de avances, como el proyecto que obliga a contar con un protocolo contra el acoso sexual en la actividad deportiva o las normas que aseguren la conservación de los humedales, que, permítanme la libertad, no es lo urgente. Pero más allá de esta consideración, los procesos legislativos ameritan claridad, conexión y comunicación para responder a la ciudadanía.

¿Es un Mensaje Presidencial? ¿Moción parlamentaria?

¿Es voluntad para legislar?

¿Es primer trámite?

¿Cuál es la Cámara de origen? ¿Va a Comisión Mixta?

No necesitamos más densidad de diputados y senadores, sino claridad y capacidad de representación.

Por ello, siento más cercana la mirada de Ricardo Lagos Weber, quien dice que, (…) aquí no hemos resuelto ningún tema estructural desde que comenzó la crisis, hemos tratado de encontrar un derrotero, nos pusimos de acuerdo en el tema Constitucional y eso es una muy buena noticia, nos pusimos de acuerdo en una mini Reforma Tributaria que todavía no terminamos de aprobar. Mejoramos la Pensión Básica Solidaria, pero solamente respecto de las pensiones solidarias no del sistema de pensiones de Chile. El tema de los remedios no se ha resuelto (…).

Es interesante lo de Lagos Weber, porque es sincero y pragmático. Él se refiere, a groso modo, a las demandas ciudadanas que todos conocemos: pensiones, salud, transporte público, educación, privatización del agua, regiones marginadas del desarrollo, vivienda, entre otras.

Todos sabemos que dichas variables responden a un factor común: la desigualdad. Sin embargo, tengo la certeza de que es un diagnóstico que tiene bastante más de 30 años.

Si estos eran los temas que estábamos abordando en octubre ¿qué pasó para que finalmente todo se esté concentrando en la discusión de una nueva Constitución?

Una nueva Constitución es ciertamente necesaria, y en mi opinión, que sea paritaria, con cuota para pueblos originarios, sin embargo, esto NO era lo que estábamos discutiendo.

Una nueva Constitución requerirá generar listas de candidatos, que al menos yo no tengo claro cómo serán elegidos ni de dónde provendrán, realizar un plebiscito en abril, trabajar en la redacción de la nueva Norma entre 9 y 12 meses, bajo un sistema de aprobación de 2/3, lo que algunos consideran una piedra de tope para llegar a acuerdos y otros la ven como una forma de evitar la tiranía de las mayorías. El proceso culminará con un segundo plebiscito para ratificar el texto propuesto, es decir en 2021.

Mi cuestionamiento no es a la nueva Constitución, sino al tiempo y la atención que requerirá, quizás en desmedro de la discusión que llevó al estallido del 18 de octubre.

¿Fuimos nosotros o nos cambiaron la agenda? No lo sé, pero la verdad es que creo hay temas que requieren atención inmediata y urgente, como la gente que muere esperando hora para un especialista, los jóvenes que están recibiendo una educación deficiente, los viejos que viven y morirán en la miseria. En este “año constitucional” las cosas podrían cambiar para un enfermo o un pensionado, y no me digan que se puede caminar y mascar chicle.

Tengo la sensación de que existe un acuerdo velado de la elite por mantener sus privilegios, accediendo a formular una nueva Carta Fundamental para acallar a las multitudes, sin avanzar en lo sustantivo.

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