Los hijos del libre mercado

Cuando surgen nuevos grupos dentro de una sociedad, es normal que no tengan conciencia de que son un grupo, que actúen simplemente como si todo el mundo fuera como ellos y como si ellos fueran los verdaderos representantes de la universalidad. Pero en verdad son diferentes y poseen características que los destacan del resto de su comunidad.

Así por ejemplo, en la sociedad chilena ha surgido un especial tipo de gente, en general mas bien jóvenes, que tienen ideas y valores comunes muy diferentes a los de otras personas y otras generaciones anteriores. 

Se trata de personas nacidas con posterioridad a la dictadura que miran la política con gran desconfianza, que puede decirse que no son de derecha ni de izquierda, sino todo lo contrario, que se han formado en una sociedad altamente competitiva, muy globalizada y cuyos principios brotan directamente de la implantación del neoliberalismo desenfrenado en que ha vivido Chile en los últimos 40 años.

Estas personas han desarrollado un sentido de extremo individualismo y hasta se podría decir de egoísmo, sin sentido alguno de solidaridad social y acostumbrándose a pensar frente a cada situación nueva que pueda presentárseles, en cómo van ellos ahí y qué provecho sacarían o podrían sacar de tal o cual medida.

Quieren tomar ellos mismos las decisiones y piensan casi exclusivamente en su propio beneficio personal. No tienen mucho sentido de pertenencia y por eso son tan inconscientes de su ser grupal. El mercado les da la ilusión de elegir, cuando en verdad es el que ha puesto las opciones, escondiendo a la vez otras. 

Estos individuos no son necesariamente de un mismo nivel social, como podrían ser por ejemplo los jóvenes de clase alta o los sectores medios emergentes. En realidad sus características reúnen a sectores transversales, donde hay de todo.

Por ejemplo, lo que se ha llamado el “facho pobre”, o “millennials”, derechistas que provienen de  estratos recientemente emergentes, o incluso grupos “progresistas” de nuevo cuño que votan a la izquierda pero que son ferozmente individualistas en sus opciones de vida. 

Este nuevo grupo social explica en parte la movilidad actual en las preferencias políticas, pues estos sectores, que en un momento dado pueden ser muy numerosos, se mueven fácilmente de la izquierda a la derecha sin que vean en ello ningún tipo de contradicción. Forma parte de su individualismo y es probablemente la explicación del giro a la derecha de la última elección presidencial. 

Es fácil comprender con qué facilidad han mordido los anzuelos que les ha lanzado la derecha. Por ejemplo, en la discusión sobre educación (“la gente tiene el derecho a elegir en qué colegio educa a sus niños”), o en previsión (“los trabajadores tienen el derecho a elegir donde ponen sus fondos. No tiene por qué imponérseles que pongan sus dineros en un fondo solidario”), o en salud (“no importa quien hace el hospital, si el Estado o los empresarios, lo importante es que estos funcionen”). 

Y es que en comparación con generaciones anteriores, las de los sesenta o los setenta por ejemplo, imbuidas de anhelos de justicia social y de valores humanitarios, estos grupos no poseen impulsos serios hacia la solidaridad social.

Pueden ser ecologistas, veganos o amigos de los animales, pero no tienen fuertes sentimientos que los ayuden a relativizar su escepticismo político o su ultra individualismo. Por eso mismo, también desconfían del Estado y de lo público, que identifican con corrupción y negociados. 

Educados en un medio en que el capitalismo triunfante no ha tenido una contraparte creíble, se han acostumbrado a pensar que la globalización es el verdadero y único espacio de la especie.

Temas como la identidad nacional o el interés en la cultura propia les son completamente extraños, si no hostiles, en cuanto representan un peligro para su verdadera identidad. De ahí su derechización creciente. 

Y paradójicamente también son propensos a ver la inmigración como una invasión y proclives a dejarse arrastrar a ideas fascistas y racistas. 

Frente a este nuevo tipo de ciudadanos, la izquierda se siente incómoda, pues no sabe cómo hacer caber en sus planes aspiraciones tan poco solidarias e indiferentes.

La derecha en cambio los ha atraído pero sin convencerlos definitivamente.

Para moverlos de nuevo hacia la izquierda, cosa que aún parece posible, ésta deberá enfrentarlos con sus prejuicios egocéntricos y emprender la difícil tarea de demostrarles las virtudes de lo social, devolverlos a la convicción de que no todo se reduce a multiplicar las opciones en los malls y que las promesas y los argumentos de la derecha solo equivalen finalmente a un “arrégletelas como puedas”. Tal vez en ese desencanto puedan tomar conciencia de su propia realidad y hacer el gran descubrimiento incluido en la optimista promesa de Neruda, “quién descubre el quién soy, descubrirá el quién eres”. 

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