¿Maduro es Allende?

Las comparaciones siempre son odiosas pues cada momento histórico tiene sus propias especificidades. Aún más cuando se intenta comparar figuras políticas. Por supuesto, hay aspectos comunes, líneas de continuidad, cuestiones que son interesantes para el análisis politológico y que nos habla de la persistencia de la historia. Por ejemplo, en la crisis institucional de Venezuela, la intervención golpista de los Estados Unidos es una línea de continuidad claramente visible. Aún así, me parece que las figuras de Nicolás Maduro y Salvador Allende no tienen punto de comparación.

Un texto que puede arrojar luz sobre la figura de Salvador Allende, lo cual nos puede ayudar a situar mejor una imposible comparación, son las memorias de Orlando Millas, uno de los políticos más cercanos al presidente socialista. En el volumen 4 de sus memorias, que cubre desde 1957 a 1991, se muestra la estatura moral de un político único en Latinoamérica.

El primer capítulo de estas memorias no es casual, se trata del titulado: “El nacimiento de la población “La Victoria”, donde como su nombre lo indica el autor relata el surgimiento de esta ocupación territorial durante el año 1957.

Salvador Allende es candidato presidencial en esta época y el general Carlos Ibáñez del Campo presidente en ejercicio.

La situación causa conmoción y Salvador Allende es advertido del peligro que corren los pobladores, pero decide hacerse presente. Tratamos de disuadirlo, manifestándole que, si intervenía la fuerza pública y aparecía mezclado, nada menos que él, eso iba a servir de pasto para presentarlo personalmente como un elemento disociador (…).

Argumentó que, “si un gran número de los chilenos más pobres de Santiago exponían sus vidas y las de sus familias para obtener algo tan elemental como el derecho a la vivienda, consideraba una cobardía inaudita no estar junto a ellos”.

Esto llevará a Millas a plantear los valores que dominaron la política del Frente Popular entre 1957 y 1970: pacífica, humanista y liberadora. La lucha por el techo se presenta como esencialmente humana y lejos de una política revolucionaria por el control total de la propiedad.

El capítulo 10 de las memorias lo describe con total nitidez y energía. La tarea fundamental del gobierno popular fue mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos: vivienda, salud, alimentación, vestuario, trabajo, educación, cultura, en suma, el bienestar de los chilenos.

La revolución la veía Allende, la veíamos nosotros, la vio la Unidad Popular como un proceso cuyo motor era la satisfacción de las necesidades humanas como premisa para el progreso de la economía y la sociedad.

En sus palabras se dedicaron a aplicar una política democrática y democratizadora “basada en la realidad nuestra, pluralista, creadora, de masas, sin que pareciera extraño seguir hablando, a la vez, de estrategia y táctica”.

No se trata, por supuesto, de reflexiones que estén exentas de autocrítica pues más tarde señalará que no lograron ver que la lucha por la libertad no los hacía impermeables a la tentación del violentismo y las interpretaciones que veían la necesidad de toma y ejercicio del poder de manera voluntarista y violenta.

Allende es descrito por Millas como el articulador de este movimiento democratizador y pluralista pues fue quien habló más decididamente contra un sistema que encubriera la existencia de un partido único. “Para él, el pluralismo fue inseparable, siempre de la democracia”.

Así mismo, relata como en el contexto de la elección presidencial de 1958 Allende arremete contra aquellos que buscaban desconocer los resultados: “Las normas democráticas rigen para bien y para mal, para nosotros y para los adversarios y yo las acato me favorezcan o perjudiquen. En eso me diferencio de los reaccionarios, por esencia antidemocráticos”, señala Allende modo enfático.

Sin embargo, en esta materia también se muestra autocrítico, al señalar que desde 1956 el Frente Popular debió afirmar de mejor forma los valores y el camino trazado por Salvador Allende, fundamentales para el ejercicio de la política.

El olvido de esta política llevará al Partido Comunista a una política equivocada y está será una preocupación permanente de Millas, quien, por supuesto, a pesar de su crítica se mantendrá como un militante activo hasta el final de su vida.

Así entonces, me parece que una posible comparación entre Allende y Maduro es una comparación imposible.

El agotamiento de la política chavista no es comparable con los apenas mil días de la Unidad Popular y la posibilidad, por primera vez, de un socialismo democrático, apagado brutalmente por los Estados Unidos y la derecha más reaccionaria de Chile.

En esta medida, lo que permanece incólume es el poder intervencionista norteamericano y el papel cortesano de la Unión Europea y del resto de países latinoamericanos.

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