Marejadas

Manuel Riesco
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La Presidenta Bachelet ha promulgado las leyes de financiamiento de la política y fortalecimiento del carácter público y democrático de los partidos. Posiblemente, junto al término del sistema electoral binominal, serán consideradas las de mayor impacto histórico de su segundo mandato. De seguro democratizarán decisivamente la composición y representatividad de las autoridades políticas, acercándolas al sentir de la ciudadanía.

Resulta impresionante que fueran aprobadas por amplias mayorías cuando todavía no ha transcurrido un año desde la entrega del “Informe Engel” que sugirió su contenido, el que ni siquiera aparece en el programa de la Nueva Mayoría. Es una gran lección de política, cuya ciencia consiste en navegar en medio del oleaje constante, sobre un trasfondo de mareas y corrientes menores, mayores y otras que son globales, atravesando una sucesión de cambios climáticos más o menos bruscos que no excluyen periódicas tormentas que pueden ser muy violentas.

Es lamentable que algunos, incluso entre quienes algo han aprendido de capear olas, todavía parecen no entender cuánto ha cambiado el sentido de las mareas y corrientes que las subyacen y no hacen caso de las evidentes señales de tormenta. Creen posible frenar los cambios, volver atrás las cosas, resucitar ampulosos íconos de milagros exagerados, y seguir navegando como lo hicieron durante los períodos de calma chicha. Hay que alejarlos lo más posible del timón, pues sus empeños viran el barco hacia los arrecifes. Eso no le conviene a nadie. ¡A nadie!

Las leyes referidas prohíben los aportes de empresas a la política, limitan y hacen públicas las donaciones de ciudadanos excepto las más pequeñas. Fortalecen el rol de los partidos y los financian de manera más bien frugal, al tiempo que otorgan a sus militantes más o menos los mismos derechos democráticos que el Estado a sus ciudadanos. Limitan así el poder del gran dinero privado y también a los “príncipes” partidarios, y transparentan, regulan y limitan sus gastos electorales. Penalizan las transgresiones y fortalecen la institucionalidad que garantiza que estas cosas se cumplan.

Conjuntamente con el fin del binominal, su impacto puede resultar similar a la derogación de la “Ley Maldita” e introducción de la cédula electoral única. Estos cambios se hicieron en 1958, tras el gran estallido social del año anterior y terminaron con la exclusión y el cohecho que sobre representaban a Conservadores y Liberales, los viejos partidos de latifundistas y mercaderes que desaparecieron tras perder casi todos sus parlamentarios.

¿Cómo es posible que las nuevas leyes que democratizan la política fueran aprobadas por un parlamento donde los ex Pinochetistas, ayudados por varios otros convenientemente “aceitados” por las hegemonías rentistas, mantienen la posibilidad de veto y controlan además la virtual tercera cámara mal llamada “Tribunal Constitucional”?

¿Qué los ha forzado a practicar el Harakiri, de manera consciente además como varios han explicitado? La respuesta a estas preguntas encierra toda la fascinación del progreso histórico de los pueblos, pero señala asimismo, a gritos hay que decir, el curso de la política en los meses y años que vienen.

Como se sabe, la ciencia política clásica descubrió que la clave es comprender acertadamente las mareas y corrientes, los ciclos de movilización política de las masas, como lo enunciaron en su lenguaje preciso hoy pasado de moda, especialmente las más grandes, y estar alertas a sus periódicas ventoleras y tormentas, todo lo cual subyace y agita los constantes ires y venires del oleaje de la política, mal llamada “contingente” puesto que está siempre imbricada y solo puede navegar exitosamente considerando aquellos.

A medida que la ciudadanía acelera geométricamente su movimiento hacia adelante, el único modo de incidir algo en su conducción consiste en avanzar las consignas hasta abarcar los principales nudos de problemas a resolver. De ese modo, alientan las esperanzas, sueños y anhelos más profundos del pueblo en curso de alzarse. Al revés, cuando necesariamente las marejadas amainan, al cabo de un tiempo y cuando han alcanzado sus objetivos principales, es imperioso frenar más o menos en seco para evitar que vayan al despeñadero.

Esas son las grandes lecciones grabadas a fuego en los chilenos que han vivido el último medio siglo. Las conclusiones de quienes pretendieron reducir la política a acuerdos de pasillo “en la medida de lo posible”, sólo son válidas para los períodos de calma chicha, que si bien pueden extenderse por un par de décadas como el más reciente, no duran para siempre.

El sistema político chileno es muy flexible y sabe esto de memoria. Mal que mal, ha venido sorteando a cada década, en promedio, grandes tormentas y marejadas populares que lo han venido empujando desde abajo a realizar las reformas sucesivas que han transformado la vieja sociedad campesina y señorial de principios del siglo pasado en el Chile urbano y moderno de hoy.

Casi siempre ha sido capaz de conformar las grandes coaliciones requeridas para conducirlas a buen puerto, fracasando sólo en dos ocasiones, 1924 y 1973, en las cuales fue sustituido por la burocracia militar, en el primer caso hacia adelante y en el segundo trágicamente hacia atrás. Nadie quiere que ello suceda de nuevo, tampoco han resultado en Chile los caudillos de uno u otro signo, felizmente.

La Nueva Mayoría ha honrado esa tradición con una gran limitación. Nacida del gran cambio de mareas en curso, no ha mostrado todavía la decisión requerida para encabezarla. Su mismo programa refleja esta contradicción. Evidentemente, marca un giro respecto de sus predecesores, pero su misma moderación le impide inspirar adhesión popular fervorosa. Ello  le resta fuerza y eficacia y ha costado caro a sus partidos, que han perdido posiciones en la conducción del movimiento social, lo que es muy grave. Deberá superar esta limitación en el programa de su probable segundo período.

Para remate, la conducción de las tímidas reformas planteadas a veces parece haber olvidado la regla esencial de acumular fuerzas a medida que se avanza. En el caso de la reforma educacional, por ejemplo, se confundió el enemigo, que nunca han sido los “sostenedores” escolares y universidades privadas que lucran, sino los “vouchers” que los prohijaron en primer lugar. Felizmente, la glosa de gratuidad ha empezado a enmendar parcialmente este error, pero falta mucho por hacer. Asimismo, la Nueva Mayoría finalmente se alineó y aprobó tímidas reformas tributaria y laboral.

Estos modestos avances fueron verdaderos partos. Se lograron en una sucesión de pujos, en una semana se avanzaba y la siguiente se retrocedía. En el caso de la reforma laboral, tras el empellón decisivo de la aprobación parlamentaria vino el esperable retroceso de la presentación al TC, que probablemente fallará políticamente como lo hizo antes con la glosa de gratuidad. Seguramente el Ejecutivo va a repetir la magnífica muestra de decisión que dio entonces la Presidenta y que el pueblo recordará siempre: “No me conocen —respondió al instante—, la gratuidad va de todas maneras”. Así fue. Así será también, probablemente, con la reforma laboral.

No hay que sorprenderse por ello. De ese modo avanza siempre la política “contingente”, en medio del oleaje que va y viene constantemente. Por eso resulta fascinante lo sucedido con las trascendentes leyes que han democratizado decisivamente el sistema político. Un avance gigantesco cursó con la fuerza incontenible de marejadas que barrieron el oleaje en medio de una ventolera de padre y señor mío. Hace un año estalló la gigantesca erupción social que hierve en el sustrato tectónico de la política, silenciosa como la portentosa fumarola del volcán Calbuco que se elevó por esos mismos días. Por el lado menos pensado ¡la corrupción en uno de los países más probos del mundo!

Precipitada de ese modo la mayor crisis política desde la que puso fin a la dictadura, la Presidenta y todos los partidos reaccionaron de manera rápida, responsable y contundente. Merecen ser reconocidos por ello. Ella convocó de inmediato el consejo presidido por Eduardo Engel y le dió un plazo de pocas semanas para proponer medidas que ayudasen a restituir la confianza de la ciudadanía en las instituciones políticas.

Tras escuchar virtualmente a todo el país, todas sus instituciones y principales organizaciones políticas y sociales a lo largo del territorio, propuso abrir de inmediato el debate constitucional y contundentes medidas de democratización del financiamiento de la política y el funcionamiento de los partidos y los mercados, así como el fortalecimiento del Estado para que lo anterior no quedase en letra muerta.

Se reconoció así la causa principal de la crisis, que no es sólo política sino se origina en las grandes tensiones socio-económicas que se han acumulado, las que agudizaron la lucha de clases como se decía antes con menos eufemismos y mayor precisión, y se abrió un cauce del ancho requerido para que curse de modo constructivo. La Presidenta asumió el informe como política de Estado y lo tradujo una serie de proyectos de ley, casi todos aprobados y promulgados rápidamente, incluidos los antes referidos que son los principales.

Estas medidas no bastan para resolver la crisis política y canalizar la gigantesca erupción en curso, las que continuarán desenvolviéndose en los meses y años venideros. Sin embargo, muestra a las claras lo que hay que hacer para que la inmensa energía que se está liberando continúe impulsando el progreso del país, en lugar de degradarse en un caos destructivo. Ante lo sucedido, aparecen pueriles y hasta risibles si no provocaran tantas dificultades, los intentos de quienes desde dentro y fuera de la coalición de gobierno insisten majaderamente en aplicar los frenos tal como lo han venido haciendo sin mayor éxito.

Vendrán nuevas y fuertes ventoleras y marejadas, posiblemente no tan silenciosas. La Presidenta y los partidos políticos sabrán navegarlas con éxito igual que hicieron esta vez, aprovechando su impulso para terminar de corregir, enderezar y reconstruir, la trágica estela que dejó a su paso el tsunami reaccionario que asoló a Chile durante el medio siglo que felizmente está terminando de este modo.

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