Más que un adiós

La masiva despedida que la ciudadanía dio al ex Presidente Patricio Aylwin adquirió un carácter especial, fue más que un adiós, se constituyó en uno de esos escasos momentos en que convergen los sentimientos individuales en una motivación colectiva, fue un reencuentro moral y espiritual que hace tiempo no vivía la sociedad chilena.

En esta ocasión, el país se unió en torno al reconocimiento del aporte excepcional que logró realizar este chileno eminente, en la gran tarea de reinstalar la democracia, de modo de dotar al país de un régimen político que le permitiera convivir en libertad y paz social, premisas fundamentales para garantizar el pleno respeto a la dignidad de la persona humana.

La gente ha valorado su mirada de Chile y de la política, como un compromiso ético y tarea de una superior responsabilidad personal. Si Aylwin logró dar certera conducción en tan complejo periodo histórico fue por que no se reducía ni a su propio Partido, aunque el en lo individual fuera profundamente DC, y por que tampoco se limitaba a la coalición que lo respaldaba, aunque fue artífice en la construcción de la Concertación por la Democracia y luego su más tenaz defensor.

Aylwin era de verdad capaz de tener una apreciación de Chile como país y de lo que requería como nación. En ese momento tan dramático, pocas veces vividos en su historia, ante la dura realidad del quiebre social y la confrontación generada por el afán de perpetuación del régimen, la situación exigía unidad nacional para salir de esa peligrosa encrucijada. El reto era ver Chile "como uno sólo", tal como fuera su vibrante frase en el Estadio Nacional, en su ya célebre discurso del 12 de marzo de 1990.

Chile, como uno sólo, significaba integrar en la acción de gobierno desde la libertad de los presos políticos, en su mayoría militantes comunistas, pero también socialistas y del MIR, apresados todos ellos por su lucha en la clandestinidad, fuese armada, caso del FPMR, o no armada, como los ingresos ilegales al país para romper el exilio, hasta un mensaje institucional hacia los militares que, en democracia, ya no serian un factor represor, pero que tenían al ex dictador, todavía, como Comandante en Jefe.

Una de las afirmaciones más injustas en su contra, es que consagró la impunidad, ello descalifica a todos los que le apoyamos. Por eso, hay que ser categóricos, sin la Comisión Rettig y su posterior y universalmente reconocido Informe, que consagró una verdad histórica incontrovertible sobre las graves y sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos sufridas en dictadura, estando Pinochet aún en la Comandancia en Jefe, los pasos posteriores en verdad, justicia y reparación, sencillamente no habrían sido posibles.

También, parte decisiva de la tarea emprendida era asumir la derrota de la pobreza, que constituía un peso vergonzoso en las espaldas del país. Ese esfuerzo requería combinar una reforma tributaria que se pactó con parte de la oposición (el partido RN) y asegurar el crecimiento económico, con vistas a confirmar que las fuerzas políticas de la civilidad democrática aseguraban la gobernabilidad y la estabilidad institucional, sin represión y sin las crueles violaciones de los derechos humanos de la dictadura.

Ese era el desafío. Comprender al país como un todo fue su mérito como estadista, pero actuar como gobernante en esa lógica no tenía nada de fácil, y en una vía llena de obstáculos el ritmo de la gestión podía contradecir las urgencias; de modo especial, en el pago de la deuda social, pero en lo esencial lo consiguió. Se demostró que era viable crecer y reducir la pobreza.

Para ello tuvo claridad que había una condición esencial, mantener y asegurar una mayoría nacional que lo respaldara. El país tenía que unirse nuevamente. Se apoyó en la Concertación que lo respaldó con una lealtad irrompible, pero no se limitó a sus fronteras. La derecha parapetada en el Senado abusó del poder que le daban los senadores designados y especula con que primó el consenso que ella quiso. No fue así. El Estado de Derecho se fue rehaciendo paso a paso.

Lo esencial es que Aylwin se apoyó en sus prerrogativas presidenciales y recuperó la institucionalidad republicana, incluso donde el escenario le era desfavorable. Su respeto al principio de legalidad fue fundamental. El poder tiene límites y se deben resguardar. De la autoridad no se debe abusar y desde esa condición no se puede hacer cualquier cosa. Hay que respetar para ser respetado.

Por eso, fue un estadista, no gobernó con sectarismo para los suyos, por sonoros que fueran los aplausos dirigió su acción hacia la tarea nacional que su sentido ético le demandaba: reinstalar la democracia, darle fuerza, cuidarla luego de su larga ausencia, evitar una regresión que hubiese sido catastrófica. No pretendió forzar el proceso, en la medida que la estabilidad del país no estuviera asegurada no se impuso tareas voluntaristas.

Empujar la civilidad democrática a una confrontación con los uniformados, intentando un enjuiciamiento como cuerpo a las fuerzas castrenses hubiese constituido un regalo, para Pinochet inapreciable. Por ello, paso a paso fue avanzando en el esclarecimiento de la verdad, a pesar del Decreto-ley de Amnistía de 1978, lo que posibilitó luego enjuiciar a los culpables.

Eso no era abandonar la lucha por los Derechos Humanos como lo demostró la formación de la Comisión Rettig y las leyes Cumplido, de libertad a los presos políticos. Por el contrario, establecer la verdad histórica sobre las gravísimas violaciones a los Derechos Humanos en Chile, fue un auténtico pilar que sostuvo los avances posteriores. No hay entreguismo cuando no hay fuerzas para avanzar. Lo demás es pura imaginación.

Queda claro entonces que la política no era para él ni una entretención ni un pasatiempo en medio de los negocios.Tampoco una forma de escalar socialmente como lo piensan o hacen muchos arribistas, o un medio de hacerse de dinero indebido. Ahora se ha ido diluyendo o simplemente se ignora, el sentido superior de responsabilidad política que, no es otra cosa, que una voluntad de servir al país y su gente, que no excluye las legítimas aspiraciones personales, pero que las subordina al interés nacional.

El verdadero político es aquel que sabe distinguir cuando por un logro menor se puede perder el objetivo mayor. En este caso, el dilema de fondo no admitía duda alguna, la reinstalación de la democracia como sistema político y forma de convivencia no se podía poner en peligro; muchos temas podían esperar un nuevo impulso o una consolidación institucional mayor, pero con la estabilidad misma del país no se podía jugar ni convenía hacerlo porque el gran ganador sería el ex dictador, aún al acecho.

Ahora dictan cátedra algunos que llegaron cuando la mesa estaba servida. Lo que puede ser inevitable en ciertos casos por la edad de cada cual, pero no se puede hablar desde la ignorancia y es inaceptable pretender dictar cátedra desde el desconocimiento de los hechos.

Una mínima rigurosidad reclama que las circunstancias históricas se analicen tal como fueron, y que no se abuse de ciertas categorías que 25 años después pueden aparecer como acertadas y que en tales momentos no hubiesen podido tener cabida, en el curso de lo que, efectivamente, eran los sucesos de entonces.

La historia valora a quienes se hacen cargo de sus dilemas y no se detiene ante los que no hacen más que comentarla. Aylwin llegó a la cita para la que fue requerido, con una idea inamovible: Chile es uno sólo. En estos días al reflexionar sobre la historia y valorar lo que hizo, hubo muchos que revaloraron su tarea y le entregaron más que un adiós.

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