Matar al encuestador

Como si se tratara de matar al mensajero que trae las malas noticias, se ha observado entre los partidarios de la actual administración una reacción adversa a los estudios de opinión que muestran un bajo respaldo a la Presidenta Bachelet. Y tienen parcialmente razón, aunque en algunos casos puede dar la impresión que desean tapar el sol con un dedo.

Del mismo modo, en la vereda del frente se proclama como virtualmente electo al candidato Piñera con una mínima intención de voto y también un mínimo de conocimiento sobre la forma en que se realizan las encuestas.

Es evidente que en muchas empresas hay una discutible vinculación entre los responsables de las encuestas e intereses políticos. Es tan fácil construir los resultados deseados mediante la manipulación del cuestionario o incluso la ubicación de las preguntas. Las empresas encuestadoras suelen dar algunos antecedentes sobre el tamaño de la muestra, como para darle sustento a su cálculo sobre el margen de error, explican si las entrevistas se hicieron telefónicamente o en forma presencial, pero para el público se trata de información poco relevante.

No se dan antecedentes, por ejemplo, respecto de la redacción y presentación de las preguntas. Recién después de mucho tiempo se entendió que la pregunta relativa a los políticos con más futuro o la que consulta quién se cree que podría ser el próximo Presidente de la República no significa intención de voto.

Del mismo modo, el público pensaba que las opciones presidenciales eran menciones espontáneas y no es así, porque son las empresas las que deciden sobre los nombres por los que se va a consultar.  Es de esa forma que se entiende que Alejandro Guillier, y antes Boric y Jackson, aparecieran sorpresivamente mejor evaluados que otros.  

Es tan simple como que alguien consideró que no merecían ser incluidos en una encuesta, y sin explicaciones ni motivos ese mismo alguien resolvió en otro momento que sí valía la pena.  La última encuesta incluyó las menciones espontáneas y resultó incluido Optimus Prime entre las menciones.

Vistos estos antecedentes, resultaría clara la explicación conspiracionista que asegura que las encuestas no son confiables, pero hay un par de asuntos más que considerar.

Si las encuestas no son fiables, especialmente para quienes se sienten afectados por ellas, hay que considerar el paso siguiente. Su difusión en los medios de comunicación masiva viene a ser el corolario de la conspiración, ya que poner la mentira en letras de molde la transformaría en verdad.

Y si lo dicen los periódicos, si lo dice la televisión tiene que ser verdad. Así, cuando las personas vuelvan a ser interrogadas en una próxima encuesta ya saben qué decir: que el gobierno no tiene apoyo, las políticas públicas están mal orientadas, todos los políticos son indignos de confianza, y suma y sigue. La facilidad de la gente para seguir lo que supone es la opinión mayoritaria en la sociedad ha sido demostrada innumerables veces.

Muchas veces la realidad creada sustituye a la verdadera y es una tarea ardua ir contra la corriente.  Mucho más cuando la educación no forma a las personas para tener una actitud crítica frente a la información que se le entrega.

Sin embargo, las teorías conspirativas sirven de poco o nada cuando todas las encuestas muestran resultados similares y una tendencia consistente en el tiempo.  Las conspiraciones requieren ser administradas por pocos actores para ser eficientes. Cuando participan todas las empresas dedicadas a las encuestas ya resulta poco creíble como explicación.

Lo que sí es claro es que hay que avanzar en la regulación de las encuestas, así como se debería impulsar un mayor control sobre la información de la prensa, no para censurar sino para asegurar la responsabilidad y la veracidad, en un contexto pluralista en el que todos los sectores tienen el derecho a estar representados.

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