Ni un recauchaje más

En esa frase podría resumirse gran parte de la predicación de los profetas de Israel del s. VIII a. C., donde encontramos cuatro grandes figuras: Amós, Oseas, Isaías y Miqueas. Ellos hablaron en nombre de Dios, condenando la situación de opresión y corrupción existentes en su época.

Paradójicamente, fue una especie de siglo de oro de la economía, tanto para el Reino del Norte (Israel) como para el Reino del Sur (Judá), pero, a la vez, fue el siglo de oro de la profecía, porque las ganancias estaban en manos de unos pocos, mientras que la gran mayoría estaba sumida en la pobreza.

Para colmo de males, la justicia, que debía ser el baluarte, la defensa de los oprimidos y empobrecidos, falló porque los jueces se vendieron a los poderosos aceptando sobornos, quedando los pobres en la más absoluta indefensión (ver Amós 5,7.10-12). Con cierto asombro y dolor, nos damos cuenta que podemos establecer tantos paralelos con el presente.

Estos profetas rechazaron el reformismo y plantearon la ruptura total con el sistema vigente, porque se dieron cuenta de que estaba corrupto, no aguantaba un recauchaje más.

Algo sorprendentemente similar es lo que dice el Papa Francisco en su reciente encíclica “Fratelli tutti”, en la que en el nº 7 señala que la pandemia “dejó al descubierto nuestras falsas seguridades”, evidenciando “la incapacidad de actuar conjuntamente”; y termina el párrafo con la siguiente afirmación: “Si alguien cree que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya existentes, está negando la realidad”.

Más adelante vuelve sobre esta idea. “La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales.

Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes” (nº 179). Esto significa que el sistema fracasó. Pero ¿cuál sistema? Cualquiera que promueva el individualismo y el consumismo, vicios que se dan preferentemente en las visiones neoliberales: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal” (nº 168).

La referencia hecha a los profetas, ¿significa que en 2.700 años no hemos avanzado nada en humanidad? No, todo lo contrario, hemos avanzado bastante.

Lo que pasa es que debido a nuestra libertad y a nuestra tendencia al egoísmo, cada generación debe decidir nuevamente entre los intereses mezquinos y el bien común, entre la codicia y la solidaridad.

La libertad para el bien debe ser conquistada una y otra vez.

Francisco nos recuerda que “cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día” (nº 11).

Una forma de ir asegurando los avances es el ordenamiento jurídico. De ahí que sea tan importante el tema de la reforma de la Constitución. Es una oportunidad extraordinaria para que podamos avanzar en justicia, en humanidad, y para que incorporemos el amor. Sí, porque, tal como recordaba Benedicto XVI: “El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad” (Encíclica “Dios es amor”, nº 28).

La justicia es irrenunciable, pero no suficiente, porque necesitamos también del cariño. Y en “Caridad en la verdad”, decía que el amor es el principio no sólo de micro-relaciones “sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (nº 2).

Esto mismo aparece tratado por Francisco en el capítulo quinto, “La mejor política”, y en el sexto, “Diálogo y amistad social”, de “Fratelli tutti”.

¿Qué significa esto en la práctica? Que el amor no es un mero sentimiento romántico, sino “una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz” (Caridad en la verdad, nº 1).

El amor es una actitud de salida y de preocupación solícita por los otros, especialmente por los más débiles. Es el “desde dónde” hay que pensar los ámbitos social, jurídico, cultural, político y económico, Constitución incluida.

Ésta debe ser rehecha no desde la ley de la selva, sino desde lo humano, que se caracteriza, fundamentalmente, por la protección y defensa de los más débiles. El estallido social en Chile, como en tantos otros países, nos ha mostrado que este sistema inhumano en el que nos encontramos inmersos, no soporta ni un recauchaje más.

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