No al odio neonazi

Ante la audacia de la extrema derecha de Alemania, de salir a marchar en Berlín, miles de manifestantes se convocaron el domingo 27 de mayo pasado, bajo el lema NO al odio, en una potente señal que no aceptan que los neonazis, recubiertos por la xenofobia, el racismo y la intolerancia se tomen las calles de la ciudad capital de su país.

Fue una contra manifestación de rechazo a los sucesores del nazi fascismo alemán, a quienes pretenden blanquear los crímenes de una época terrible y que resurgen con banderas ultra nacionalistas similares a las que, en los años 20 y 30 del siglo pasado, sirvieron para el crecimiento y la toma del poder por parte del partido nazi, cuyo delirio de dominación planetaria desató la confrontación más devastadora de nuestra civilización, la Segunda Guerra Mundial.

En los años 20, cuando Hitler aún no era una grave amenaza o no se medía el riesgo que encarnaba, se ignoró o subestimó el impacto que sobre una democracia recién instalada en reemplazo de la derrotada autocracia prusiana, iba a tener la virulencia de odio y revancha del partido nazi, de manera que dramáticamente una nación avanzada, cuna del movimiento obrero y de pensadores humanistas de alcance universal, dejó que se incubara un afán expansionista y de superioridad racial que alimentó y exacerbó la más terrible criminalidad en las tropas que fueron lanzadas a invadir Europa.

Los nazis camuflaron el odio racial como fanático nacionalismo ante la humillación impuesta a Alemania por el Tratado de Versalles de 1919, así ganaron masividad y desaforados adherentes, armaron grupos de choque con los que coparon las calles y los espacios de las fuerzas de izquierda, impidiendo sus manifestaciones y anulando brutalmente su presencia social y política.

Ese extremismo ultra nacionalista tuvo a favor la aguda división de los demócratas y antifascistas, generada por un irracional sectarismo que confundió al rival que se debía derrotar.

A la hora de corregir el error y pasar a la unidad de acción era demasiado tarde. En 1933, los nazis montaron el incendio del Reichstag, una monstruosa provocación para engañar a la población, se apoderaron del Estado y la economía, fanatizaron el país y rehicieron la maquinaria militar para su plan de supremacía mundial. 

En 1934, Hitler hizo una razia interna en los grupos de choque del nacional socialismo, conocida como “la noche de los cuchillos largos” para soldar un entendimiento final con la cúpula militar y, en 1938, en un nuevo putsch, ahora antisemita, ejecutaron “la noche de los cristales rotos” lanzando una represión genocida contra judíos, gitanos, homosexuales y los partidos antifascistas de la izquierda que ya habían sido proscritos. 

Un cruel totalitarismo se había instalado, un chovinismo irracional alimentado por la invasión de Europa central generaba una ciega obediencia castrense que pasaba a ser clave en la ejecución de los crímenes de lesa humanidad, los campos de concentración ya eran una realidad y millones de personas reprimidas sufrían las consecuencias.

Por eso, para no repetir la experiencia, ahora no debe haber desunión ni miedo entre los demócratas para que enfrenten con firmeza las amenazas xenófobas y racistas de la ultraderecha y no temer unir la diversidad de fuerzas que se requieren para una acción conjunta contra los extremistas de un tipo de nacionalismo que aborrece la solidaridad y la fraternidad de las naciones. 

Este año, Ángela Merkel, con visión de Estado, revalidó el acuerdo con los socialdemócratas, abordando el nudo de la controversia política en Alemania, como son la migración y las prestaciones sociales; así también se requirió estatura política del Partido Socialdemócrata para cambiar su decisión inicial de no pactar y reconstituir la coalición de gobierno en marzo pasado.

Con ese respaldo, Merkel rindió homenaje a inmigrantes de Turquía, asesinados hace 25 años por una acción terrorista de un grupo clandestino neonazi, en la ocasión reiteró la “responsabilidad especial” de Alemania por los crímenes del holocausto y condenó el abuso de la violencia verbal que promueve la xenofobia, el racismo y el antisemitismo. 

De modo que las voces anti neonazis de Berlín se han hecho escuchar y nos deben hacer pensar, ya que en Chile hay intentos de blanquear a los ejecutores del terrorismo de Estado en el régimen de Pinochet, como ocurrió hace una semana con el ex jefe de la CNI, condenado por la “Operación Albania”, entre otros asesinatos aberrantes.

Es increíble la justificación de crímenes tan atroces y que no haya vergüenza por las aberraciones que cometieron y el dolor que causaron. Pero la memoria histórica está viva y donde un criminal sea ensalzado, como fue esta vez, habrá una voz digna y valiente que denunciará la infamia.

En suma, la participación social permite robustecer las políticas sociales sin debilitar la economía, así como superar la xenofobia y el racismo ante el desafío de la inmigración, cimentará la paz y la estabilidad.

Con ello, las demandas confrontacionales de los ultra nacionalistas y sus proclamas de odio serán rechazadas. No hay que someterse a su prepotencia y retórica violentista.

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