Oportunidades (espero no) perdidas para la derecha en el proceso constituyente

No soy de derecha, y por tanto reconozco lo odioso que puede ser dar consejos desde la vereda de en frente. Sin embargo, tengo familia, amigos y profesores que se vinculan con ese sector y puedo afirmar que en general se trata de personas valiosas que por sus biografías o la natural diversidad de opiniones, tienden a resolver de forma distinta los problemas complejos de la vida en sociedad y priorizar ciertos valores, que son buenos o al menos legítimos, por sobre los que uno elegiría.

Creo, además, que las tradiciones políticas que confluyen hoy en la derecha democrática son parte de la construcción de nuestro país, y en algo han colaborado a construir su identidad. Por eso, por republicanismo, me entristece que la expresión política actual del mundo de derecha, “Chile Vamos”, haya decidido restarse de la etapa participativa del proceso constituyente.

Intuyo –y en algunos caso sé –que los motivos para hacerlo son diversos, como diversas son las personas y grupos que componen el conglomerado desde un punto de vista humano y político. En cada caso, eso sí, creo que se pierde una gran oportunidad.

Hablar de ideas. Me resisto a creer, como muchos piensan, que no hay más que intereses corporativos y egoístas en ese sector. Quien conozca algo de las historias de las ideas, sabrá que esto no es así y que a pesar del “cosismolaviniano” o de la pretendida neutralidad técnica-científica del neoliberalismo, y aunque no se expresen explícitamente, hay ideas.

Pero la discusión sobre política le quitaría tiempo y energía a la discusión sobre políticas, como si una y otra pudieran separarse. Otras veces pareciera hasta acomplejada de creer en lo que cree. Un proceso basado en la discusión libre de valores como el constituyente puede ser una buena oportunidad para reencontrarse con sus ideas y promoverlas. Por el contrario, restarse podría ser una perfecta excusa para evitar definir o actualizar su ideario, evadiendo preguntas sobre su identidad.

Mostrarse republicana. Para otros, el motivo fundamental para no participar puede ser simplemente propinar un golpe al Gobierno en una de sus promesas centrales. La miopía desgraciadamente no es patrimonio de un solo sector, y siempre habrá quien vea la política nada más que como una partida de ajedrez donde hay que derrotar al adversario, sin consideraciones sobre lo que se puede construir juntos en favor del bien común y la evolución del país.

El hecho es que hay una instancia frente a nosotros, organizada por el Gobierno, es verdad, pero para disposición del pueblo. Este proceso puede (y debe) ser de el. No pudo expresarse libremente en el plebiscito fraudulento de 1980, donde se votó un texto elaborado entre la comisión Ortúzar, el Consejo de Estado y la Junta (sólo dos mujeres intervinieron); tampoco en los 134.421 hombres mayores de 21 que votaron en el de 1925 (menos de la mitad de los habilitados) y para qué hablar de los textos constitucionales anteriores. Hoy tenemos la posibilidad inédita en nuestra historia de que las bases ciudadanas para una nueva Constitución surjan de una conversación entre todos los chilenos sin exclusiones y con posibilidades tecnológicas de coordinación impensadas años atrás.

Demostrar responsabilidad y consecuencia. Hay quienes, valorando la discusión de ideas y no siendo de los que tienen una visión estrecha de la política, han optado por marginarse aludiendo –siempre de forma vaga, aunque grandilocuente –a supuestas deficiencias o falta de garantías. Poco vale la pena desmentir aquello si ni siquiera se ha hecho lo que corresponde en una democracia seria en esas situaciones: denunciar con claridad y especificidad las irregularidades o ilegalidades.

Hasta ahora no se ha comprobado fehacientemente ninguna manipulación del proceso en favor del Gobierno ni se han presentado denuncias formales siquiera. Más bien parecería ser una suerte de justificación pre-hecha para una decisión también tomada de antemano.

Por otro lado, algunos miembros del Chile Vamos acusan improvisación y un sesgo capitalino-ilustrado, pero proponen como alternativa sumarse al trabajo liderado por un senador santiaguino, que luego sería socializado en cabildos paralelos cuyo funcionamiento y estructura se desconoce. Ninguno de estos argumentos parece del todo convincente para dejar de participar en un espacio promovido por el Gobierno de todos los chilenos y observado por un grupo transversal de personas como es el Consejo constituido para ese efecto.

En definitiva, y a pesar de las insuficiencias que todo medio siempre tiene fuera del mundo teórico o académico, la derecha tiene la oportunidad histórica de dejar de lado sus elementos más sectarios y hacer un aporte sustantivo desde su tradición a la amplia conversación que implica una nueva Constitución. Esta ocasión incluso puede colaborar al asentamiento de su identidad y el reafirmamiento de sus valores propios, ganando el sistema democrático con ello.

Afortunadamente algunos actores como la Iglesia Católica, anterior al Estado mismo; la Confederación de la Producción y del Comercio, que nadie puede dudar que sea un títere del Gobierno  y algunos dirigentes como Felipe Kast o Manuel José Ossandón, a pesar de las presiones recibidas, han logrado reconocer que se trata de una oportunidad sin parangón en nuestra historia nacional, que permanecerá más que cualquier disputa coyuntural.

Espero que en los próximos días esta postura siga ganando adeptos de entre los escépticos. Si sus vaticinios son ciertos, habrán “perdido” un par de horas de su vida conversando sobre los valores, derechos, deberes e instituciones que deberían regir nuestra vida pública. Si se demuestran falsos, habrán colaborado con su voz, por pequeño que sea el aporte, a la Historia de Chile y a algo más grande que ellos mismos.

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