Patricio Aylwin, testimonio de grandeza y sabiduría

Don Patricio Aylwin representa una de las vertientes más fecundas de nuestra República: el servidor público ejemplar, el político de vocación y el hombre preocupado por el destino de la comunidad en que vive.

El destino quiso que partiera justo cuando el país atraviesa por una tremenda crisis de confianza en la política. Se hace necesario entonces, repasar los grandes rasgos que marcaron su vida y la forma en que ejerció la función pública. De seguro, encontraremos ahí varias enseñanzas que nos pueden resultar útiles para enfrentar estas dificultades.

Yo quiero primero destacar su familia que fue un enorme apoyo para él. A su esposa por 68 años, la señora Leonor Oyarzún; sus hijos, Isabel, Mariana, Miguel, José Antonio y Francisco; sus nietos y bisnietos.

Segundo, su trayectoria política. Militante por más de setenta años en nuestro partido, primero en la Falange y después en la Democracia Cristiana; siete veces presidente de la Democracia Cristiana; dos veces senador por la Región del Maule y una vez Presidente de la República.

No es de extrañar su vocación de servicio público. Su padre Miguel, fue Presidente de la Corte Suprema; su hermano Arturo, fue Contralor General de la República, y como no olvidar a Andrés Aylwin, diputado en dos oportunidades y un valiente defensor de los derechos humanos.

Fue un gran humanista cristiano, un hombre de gran ímpetu, de ideas claras que defendía con pasión, pero siempre con respeto.

Entendía la política como un acto de servicio a los demás, honesto y desprendido. La austeridad lo acompañó toda su vida y fue un fiel exponente de la tradición de sobriedad y probidad que siempre caracterizó al servicio público en Chile.

Fue un demócrata a carta cabal. Toda su trayectoria política está marcada por su compromiso con la democracia, la justicia y la paz social. Esa fue su conducta invariable.

Su figura la recuerdo con cariño y gratitud. Lo conocí por supuesto en mi casa, cuando joven, a la que iba con frecuencia dada la amistad y respeto que lo unía con mi padre.

Él siempre respaldó con gran lealtad el gobierno del presidente Frei, siendo senador y Presidente de la DC, sobre todo en los momentos más aciagos, concretamente cuando se dividió el partido.

La experiencia de Don Patricio en la Unidad Popular fue muy dura. Fue un opositor muy firme al gobierno del Presidente Allende, pero siempre con un espíritu democrático y me consta los esfuerzos que hizo para impedir el colapso de la democracia.

Una vez producido el golpe militar conoció de cerca el drama de los familiares de los desparecidos, a quienes apoyó judicialmente. Luego, en el plano político, adoptó un rol estelar en la recuperación de la democracia. Fue uno de los dirigentes que estuvo en la génesis de la Alianza Democrática y posteriormente de la Concertación de Partidos por la Democracia. Además, participó activamente en la construcción del Acuerdo Nacional.

Pero su gran mérito fue ser el primero en entender y asumir que el camino político era el único medio posible para derrotar a la dictadura. Y esa convicción fue permeando a las distintas fuerzas democráticas, lo que terminó en la conformación de la Concertación de Partidos por el No y en la recuperación de la democracia.

Luego recayó sobre él la enorme responsabilidad de encabezar la transición. Una transición que hoy algunos dicen que fue una transacción y la verdad es que fue mucho más compleja y desafiante de lo que algunos nos quieren convencer.

En ese período a mí me tocó ser jefe de la bancada de senadores del partido, en una primera instancia, y luego, presidente de la Democracia Cristiana, por lo que fui testigo privilegiado de las dificultades que ahí se vivieron.

En esa época tuve una relación muy fluida con él. El Presidente Aylwin recibía frecuentemente a los presidentes de los partidos de la coalición y la Democracia Cristiana apoyó su gobierno con mucha lealtad, porque sabíamos lo que estaba en juego.

Como Presidente de la República supo guiar con sabiduría el destino del país y consolidar nuestra democracia. Por cierto que hubo dificultades. No era fácil gobernar con senadores designados, sistema binominal, el poder de los militares a través del Consejo de Seguridad Nacional y las provocaciones como fueron el ejercicio de enlace y el boinazo.

Pero el Presidente Aylwin siempre se mantuvo muy sereno, pero con la convicción de que no iba a transar su autoridad y mucho menos el objetivo de consolidar la democracia.

Y tuvo un gran éxito. En esos cuatro años refundó nuestra convivencia democrática, la paz social y sobre todo tuvo sabiduría para reconocer las ventajas de la transición y también sus límites, dadas las circunstancias.

Por supuesto tampoco podemos olvidar su valiente y noble gesto de pedir perdón en nombre del Estado de Chile a los familiares de las víctimas a los derechos humanos, cuando dio a conocer al país el contenido del informe de la Comisión Rettig.

Fue ciertamente un gesto de grandeza y generosidad que el país necesitaba para avanzar en la reconciliación y que no todos estuvieron dispuestos a hacer, ni en ese momento ni después.

A mí me tocó sucederlo en la Presidencia de la República. Sé que él me apoyó con mucha lealtad y siempre estuvo dispuesto para darme su opinión o consejo.

Años más tarde, el año 2001, en un momento difícil de la Democracia Cristiana, aceptó asumir la presidencia del partido. Me invitó a que lo acompañara en esa responsabilidad en el cargo de vicepresidente y trabajamos muy bien juntos por espacio de seis meses hasta que se realizaron elecciones.

En una mirada más honda, Patricio Aylwin es un testimonio de lo que jamás podemos dejar de admirar ni imitar: la imagen de un hombre sencillo y humilde, cálido y sabio, que vivió y trabajó intensamente para que su país fuera una tierra llena de nobleza, justicia y generosidad.

Por eso el mejor homenaje que le podemos hacer es que en Chile reine la grandeza, que cese la pequeñez y las descalificaciones, que venga la justicia y honremos el recuerdo de este hombre que por sus excepcionales virtudes ha entrado por la puerta grande a la historia de nuestro país y pertenece a la Nación entera.

Yo estoy seguro que desde allá arriba Don Patricio seguirá iluminando a Chile y nos ayudará en la tarea de ser fiel al legado que nos entregó.

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