Patricio Aylwin y Gabriel Salazar, realidad política y utopía histórica

Hace algún tiempo, en un periódico de internet, Gabriel Salazar, laureado historiador, a propósito del solemne funeral que el pueblo de Santiago le brindó al presidente Patricio  Aylwin, lanzaba una patada de grueso desprecio casi al propio féretro del Presidente.

Dijo a la sazón Salazar, con pretendidas frases iconoclastas “que nos han enseñado a hacer cola para ver el rostro de un político muerto” y agregaba en su tono más eufórico que “la Confech llama a su marcha por la Alameda en pleno funeral de Aylwin”.

Sin embargo, creo que tal manifestación no es un acto de desprecio al presidente Aylwin, sino y paradojalmente, un homenaje adicional, esta vez del inconsciente colectivo popular al hombre valiente, que arriesgó todo y a pecho descubierto, precisamente para hacer uso del derecho a desfilar por “las amplias alamedas”, sin represión de ninguna especie.

Por esa razón fundamental, unos cuantos miles de gentes comunes, hicimos la larga fila escarnecida por el Profesor Salazar. Allí nos inclinamos con un rezo furtivo ante la majestad de la muerte de un hombre sencillo y honrado, de amable sonrisa, quien no tuvo vanidades y si, grandes deberes ciudadanos que naturalmente enfrentó con la mayor de las llanezas.

Corresponde entonces destacar un contrapunto inevitable entre el teórico historiador,  hombre de originales utopías, y el político práctico que fue Aylwin, quien debió legislar y gobernar con plazos perentorios y reales, siempre “en la medida de posible”.

Sin duda, no puede haber en este país dos personas más diferentes.

En efecto, Salazar lleva 50 años desarrollando una ideología, que ha dado en llamar Poder Popular Constituyente o Historia Social, la que ha ido desbastando, en forma muy oportuna para él, de una serie de aristas que le eran propias cuando era militante marxista a saber: izquierda revolucionaria, dictadura proletaria, vanguardias conscientes, etc.

Ahora reemplaza dichos tópicos demodé, por  nuevos  colofones, a saber, la hegemonía cultural de Gramnsci; el socialismo comunitario de impronta cristiana, el tema de las “organizaciones de base” que se estructuran tanto en una dimensión territorial como funcional, según el jesuita Vekemans ; la autogestión yugoeslava, de Tito y Eduard Kardelj.

Y finalmente, el anarquismo de Bakunin que sugiere la derrota del Estado político, por el Estado Social, basado en la libertad y en la extirpación del derecho de herencia. Plasma este complejo de ideas mediante la inédita y misteriosa revelación de su gestión revolucionaria.

“Fuimos nosotros, no la elite política, los que lo apretamos entre 1983 y 1987  (a Pinochet) contra el capital financiero internacional”. Y sin embargo, en esta faena de oportuna amnesia de la historia verdadera, se le olvida al laureado profesor del ramo, que fue Eduardo Frei, quien pagó con su vida el descaro de oponerse  a la dictadura. Luego sigue, embalado.

Y en la fiesta del NO, embriagados por el triunfo, cometimos un triple descuido, permitimos.

1.- Que el Estado de Derecho, exigido por el capital financiero internacional fuera el mismo modelo establecido por Pinochet 2.- Que la Concertación administrara ese modelo, bajo la misma constitución y no uno distinto, impuesto por nosotros y 3.- Que la recuperación económica se hiciera a mercado abierto. Mismo folleto, editado por LOM en 2011.

Me pregunto, ¿puede alguien, racionalmente por vía ex-pos facto, proponer haciendo gala de tanto coraje retórico, una opción distinta de la tesis de la Concertación?

Con respecto a la administración de la Concertación, aflora otra ingenua pregunta, ¿con qué ropa, capacidades y talentos Don Gabriel y sus muchachos, que se leen hoy, muy voluntariosos y enérgicos, podrían haber administrado o impuesto un mínimo de las acciones que hoy reivindican con tanta bravura?

Finalmente, respecto del mercado abierto que denuncia Salazar. Si lo entiendo bien, Don Gabriel al momento de la caída de la Dictadura, pretendía que la recuperación se hiciera sin “mercado abierto”, en circunstancias que en los años 90, más de un millón de trabajadores chilenos dependían de las exportaciones de minerales, productos forestales, frutas, vinos, productos del mar y otros.

En dicho contexto, ¿cuál era la alternativa económica viable que proponía nuestro historiador? Posiblemente una nueva economía social sin mercado. Y sigue: “Drogados  por la fiesta del NO, nos descuidamos en un triple frente y fue precisamente este descuido que aprovecharon los políticos tradicionales para entrar en tropel al Estado en beneficio de ellos mismos.

Y en este tenor, por largas páginas de su manifiesto Poder Popular Constituyente, continúan sus lamentos. “No nos preparamos, ni tuvimos la lucidez política suficiente para detener el negocio de la transición, para forzar a la Concertación a mantener su ideal histórico y su lealtad reformista revolucionaria y para saldar cuentas a fondo con el terrorismo militar”.

¡Brava arenga de  Salazar! Siempre empleando verbos enérgicos aunque anacrónicos, pues no en vano han pasado 30 años de cuando las papas quemaban: detener, forzar, mantener y saldar cuentas. En una frase popular, sacar las castañas con la mano del gato.

Pretender manejar el poder detrás de las bambalinas, mediante una minoría esclarecida, digitada por la intuición certera de un historiador laureado y omnisciente.

Al parecer, el tiempo de algunos historiadores, es una variable que no discurre, que se mantiene fija. No hay urgencia para ellos. En cambio para los actores políticos es un imperativo sometido a plazo fatal. Solo hay un momento y solo uno en el cual se debe actuar, pues la dinámica del poder es  inexorable; la reflexión debe ser siempre ex ante.

Creo que en aquellos duros días, el  empleo de los verbos detener, forzar, mantener y saldar cuentas solo servía para legitimar a la dictadura aún latente, a un ejército intacto y desafiante, a un dictador homicida y prepotente.

Hoy son sólo bravatas nostálgicas e inútiles, refractarias a la realidad política evidente de aquellos duros tiempos, cuando había que ser valiente pero templado. Jamás insensato.

El contraste de toda esta parafernalia populista que cree a pie juntillas, en la desaparición espontanea del Estado Político, al modo de los socialistas utópicos, se encarnó por soberana decisión popular en  el Presidente Patricio Aylwin, político puro, tal vez tradicional, pero  con  mirada estratégica, guiado  por valores humanistas irrenunciables, probo y sencillo, marcado a fuego por su desapego al poder, en dos  palabras, simplemente republicano.

Sin embargo, en el fondo y a pesar de todos esos dones con que fue dotado, Aylwin no era  un ideólogo, ni un historiador como Don Gabriel. Siempre fue un líder práctico, de principios, pero radicalmente concreto, de aquellos que no rehúyen meterse a la cocina de la historia. Que no tienen miedo a la adversidad y no vacilan en pedir perdón porque es necesario; los que lloran porque sienten como propio el dolor ajeno.

Por otra parte, no sabemos de la historia política de Salazar en los años sesenta.Pero si sabemos, que en Chile hubo una Reforma Agraria por Ley 16640 de Abril de 1966.

Dicha ley solo fue posible gracias a la Reforma del derecho constitucional de la propiedad, puesto que, a diferencia de la norma vigente, estableció la expropiación del predio sometido a Reforma, sin previo pago al contado. Autor de la ley, Patricio Aylwin Azocar. ¿Puede imaginar el Sr Salazar, el odio profundo que recibió Don Patricio de la feroz oligarquía de aquel tiempo?

En aquella época se genera un torrente de leyes sociales que llevan el patrocinio de Aylwin, Fuentealba, Prado, Jerez y otros, a saber, la sindicalización campesina, de juntas de vecinos, de promoción popular, de lámpara a lámpara, etc.

Sin embargo, en la historia parlamentaria de este país hay un punto de honra superior  para la gestión de Patricio Aylwin durante 1968, a la sazón senador por la antigua circunscripción que formaban las provincias de Curicó, Talca y Linares.

Fue su percepción premonitoria en aquella época (año 1968) enfrentar derechamente a la Colonia Dignidad encabezada por el pedófilo Paul Schaefer que en aquel tiempo, no solo era el regalón de la Derecha, sino también y paradojalmente de la Ultra Izquierda, por aquel genial verso  del poeta Nicanor Parra que dice que: “la izquierda y la derecha unida, jamás serán vencidas”.

Tal fue el caso, puesto que en sesión secreta del Senado, ambas corrientes, con el afán de humillar al Gobierno de la época, de Frei Montalva, que estaba en minoría en el Senado, se coludieron a pesar de la investigación que levantaba graves cargos a la Colonia Dignidad, para desaforar al Intendente Taricco de Linares y al gobernador de Parral.

Al respecto, decía el Senador Jame Barros, senador de ultra izquierda, en su apologética de Dignidad. “Mi honesta condición de médico y hombre preocupado del bienestar y cultura del pueblo no puede aceptar esta confabulación democratacristiana en contra de personeros que nada tienen de nazis (¿?) ni de políticos, que cultivan predios que eran peladeros para industrializarlos con métodos más avanzados y que realizan una obra social incalculable”

Y agregaba Barros:“Mientras en Chile no haya un régimen socialista, me quedo con “Dignidad” tal como está. Allí hay criaderos de aves y cerdos, carnicería, panadería, equipos médicos de primer orden: inhaladores, rayos X ,lámparas, quirófanos, etc”.

Esta bochornosa adulación se repite 30 años más tarde con Jaime Guzmán y Hernán Larrain. ¡Cuántas redes ocultas tenían y aún tienen los nazis forjadores de la Colonia!

Aquí debo destacar el recuerdo de Héctor Taricco, hombre honorable y decente, que fue injuriado y sometido a humillaciones públicas por los amigos y protectores de Colonia Dignidad, tanto de izquierda como derecha, mal defendido en la Cámara de Diputados y luego desaforado por el Senado. Como tantos otros recibió el pago de Chile por su coraje y premonición.

Vaya para el nuestro recuerdo y nuestro homenaje a su familia que sin duda mantiene el recuerdo de un hombre tan honorable y dolorosamente incomprendido, hasta por sus propios camaradas, salvo por uno: Patricio Aylwin Azocar, su solitario y único defensor, quien expresó a la sazón, en la Sesión n° 64 del 06 de Marzo de 1968. (Extracto)

¿Qué se oculta en “Dignidad?

Si nada se ocultara, ¿qué inconvenientes podrían tener sus colonos para mostrarlo todo? ¿Qué razón habría para que no dejen tomar fotografías?

Pero es un hecho absolutamente cierto, confesado ante la justicia por el propio presidente de la corporación  Schmitt, que durante varios años se ocultó en la colonia un individuo llamado Paul Schaeffer, ingresado ilegalmente al país, contra quien había orden de arresto en Alemania y a quien los tribunales chilenos sindicaron actividades delictuosas. Es curiosa coincidencia que ese individuo llegue por primera vez a Chile precisamente cuando se inicia el proceso judicial en que era inculpado.

¿Qué papel desempeñó Paul Schaeffer en la organización?

El presidente Aylwin canceló por fin, la personalidad jurídica de este siniestro antro criminal mediante decreto N° 143 del 31 de Enero de 1991 oportunidad en que declaró: “Ahora estoy en condiciones de hacer aquello que no pude hacer como senador .“

A pesar del duro esfuerzo de Héctor Taricco y del Honorable Senador Patricio Aylwin, las izquierdas, de Jaime Barros Perez-Cotapos y otros, pagaron muy caro el gustito que se dieron al desaforar al Intendente. ¡Cuántos niños inocentes, lejos del “Tío Permanente”!

Esta parte de la Historia Social y Política de Chile es al parecer, ignorada sino derechamente escamoteada por nuestro laureado historiador quien no escatima el escarnio y el desprecio ante el féretro de un político muerto, según dijo en una frase que pretendió ser ingeniosa y resultó grosera e indigna ante el pueblo de Santiago.

Como declaró una mujer sencilla a la radio Cooperativa, en la sinuosa fila, ante el antiguo Congreso Nacional a las 13.45 hrs del día 20 de Abril de 2016.“Hay que ser valiente para gobernar con una pistola puesta en la sien”.

Sencillo pero certero homenaje que no requiere de doctorados ni relieves académicos para expresar una verdad definitiva, alojada en el corazón del pueblo soberano.

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