Retumbaba en los oídos, esa frase desgarradora de miles de personas que acompañaban el cortejo fúnebre del fallecido Cardenal, gritando y llorando desconsoladamente: Raúl amigo el pueblo está contigo.
Fue el sacerdote de los pobres entre los pobres, cuyo deceso deja huérfano a todo un pueblo maltratado por la corrosiva maldad humana, que no tiene freno cuando se desata en busca de la vil venganza,
Transcurren ciento diez años de su natalicio, en la campesina ciudad de Talca, un 27 de septiembre de 1907. Dejar pasar la fecha habría sido un error mas, de tanto otros que se cometen a diario, con este cura que fue capaz de entregarnos, con su ejemplo de vida, un verdadero legado de compromiso social, de amor fraterno para con los demás, especialmente si eran los perseguidos, que el Evangelio les encomendaba servir y proteger.
A muy buena hora un grupo de laicos con escasos sacerdotes, decidieron conmemorar dicho acontecimiento. La frágil memoria de los chilenos y chilenas, se pierde en el espacio infinito. Patética era la insana envidia de sus pares la que les brota hasta hoy, por los poros, en cada gesto, en el rictus de una mueca, o en los rostros gélidos de sus actitudes desleales.
Le tocó “compartir” su presbiterio con tres electos presidentes demócratas: Jorge Alessandri, conservador, Eduardo Frei, democratacristiano, Salvador Allende socialista, en un periodo de la historia de profundos cambios sociales, en el mundo y en el país.
La democracia republicana fue brutalmente interrumpida por Augusto Pinochet, el golpista militar que gobernó la nación durante diecisiete años, cometiendo todo tipo de violaciones a los derechos civiles y humanos.
Con ese cuadro adverso la tarea no le fue nada de fácil, transitó por un laberinto de incomprensiones en los peores momentos de la patria. En la soledad de sus cargo, como jefe espiritual optó contra viento y marea “ser la voz de los sin voz,”
Los Caínes, estaban dentro de la casa, purpurados y príncipes de la Iglesia, se oponían tenazmente a las reformas que él impulsaba al interior del clero, a partir del Concilio Vaticano II. Su trabajo lo consolidó como un líder indiscutido, interpretando a varios obispos latinoamericanos que seguían su visionario proceder.
¿Quién era este cura “rojo” que osaba, igual que Alberto Hurtado sj. increpar a las autoridades de la época?
¿Cómo tenía la desfachatez de exigir a la clase dominante, mayor justicia social.
¿Por qué se daba el lujo de abrir escuelas, para que los hijos de los pobres aprendieran a leer?
Peor aún ¿cómo se le ocurría organizar a los campesinos para ocupar sus tierras? ¿Cómo clamaba por “casas” dignas para los pobladores, creando cooperativas habitacionales?
Fuertes recriminaciones a los poderosos que permanecían ciegos y sordos, antes tales angustiantes peticiones de un pastor preocupado por su rebaño. Jamás aceptaron que la Iglesia iniciara los cambios que el país necesitaba.
Por estas y muchas otras acciones se ganó algunos enemigos, los que permanentemente viajaban a Roma, para acusarlo con el Papa de turno, sin resultado alguno. La Santa Sede, entendió que no podía seguir siendo indiferente al dolor y la explotación inhumana de su grey, a la que debía servir y defender.
“Mi sueño de Chile”, nos decía, una y otra vez, son los mismos anhelos de tanta gente, sufría desesperadamente con la indolencia de los dueños de la riqueza.
Soñaba que los enfermos pudieran acceder fácilmente a la salud, como un derecho de los ciudadanos.
Soñaba que cada niño tenga una escuela para estudiar gratis, con cargo del Estado, sin privilegios ni discriminación alguna.
Soñaba que en Chile no exista más miseria, la dolorosa extrema pobreza que nos avergüenza como comunidad.
Soñaba que cada familia tenga un trabajo que les permita vivir dignamente.
Un par de reflexiones más, por el privilegio de conocerlo y trabajar junto a él en Educación, salesiano de congregación, profesor de vocación.
Como Gran Canciller de la Universidad Católica, después de la reforma universitaria, dio inicio al DUOC, Departamento Universitario Obrero Campesino, el compromiso de la UC con el pueblo, miles de estudiantes recibieron sus títulos de capacitación laboral.
El Cardenal, inmediatamente después del golpe, formó el Comité Ecuménico Pro-Paz para defender a los presos políticos, que eran asesinados y torturados por miles. La dictadura ordenó cerrarlo, expulsando algunos de sus miembros, la Vicaría de la Solidaridad, fue la respuesta, el mayor organismo de defensa a los derechos humanos, creado al amparo de este santo varón de la cristiandad.
Amó a su Patria tanto como a su Iglesia, por ambas trabajó durante toda su fructifica existencia, sin descanso, hasta el último halito de su vida.
Cuanta falta que nos hace, esa voz fuerte y clara que nos guíe a una sociedad igualitaria, solidaria con sus hermanos, que recupere el Alma de Chile, a través de Diálogo permanente entre los hijos e hijas de esta tierra nuestra.
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