¿Política de la nostalgia o de la Memoria?

Todos los 11 de septiembre Chile se enfrenta a sus heridas abiertas. A medida que van pasando los años algunos toman distancia y nuevas generaciones comienzan a acercarse a través de testimonios y archivos que han ido mostrando episodios menos conocidos de lo que ocurrió en el país después de ese fatídico 11.

Recordarlo significa avanzar sin olvidar lo ocurrido; para algunos compartiendo la nostalgia de una época, para otros la vivencia más cruda de la Memoria con la perdida de los cercanos, con el quiebre de la familias por el exilio, y con la esperanza rota por un proyecto político que se vio truncado. 

Para quienes se identifican con una matriz de izquierda, militando o no en partidos tradicionales y en nuevos partidos, existe una tensión en cómo se mira ese pasado.

Para un sector de la izquierda chilena la nostalgia se interpone como un velo para detenerse en las luces y sombras del proyecto que llevó adelante la Unidad Popular y sus actores políticos. Con aciertos y derrotas, puede servir de experiencia inspiradora, su inmensa articulación social y de educación popular puede hacer sentido a una oposición que requiere ciertas condiciones de unidad, articulación y trabajo territorial. 

Sabemos que en la oposición actual confluyen fuerzas muy diversas en historia y tradición política.

Haber sido gobierno, como algunos de los partidos que conformaban la Concertación y luego la Nueva Mayoría, trae consigo la dificultad de situarse en lugares más críticos frente a determinadas decisiones sobre políticas sociales y económicas que, lejos de avanzar hacia un país igualitario, contribuyeron a reforzar un modelo que servía a unos pocos.

Por otra parte, reivindicar el espíritu revolucionario por muchas de las fuerzas actuales puede convertirse en una trampa si ese espíritu no se propone genuinamente transformar condiciones estructurales de la sociedad chilena que se traducen en profundas desigualdades. Para eso no basta ese genuino sentido revolucionario de transformación, es indiscutible la necesidad de construir mayorías. 

A 45 años del Golpe hemos advertido una serie de episodios en el último tiempo que relativizan los temas de la Memoria.

Frente a esos discursos que niegan el pasado y que insisten en convertir en héroes a criminales, la oposición debe saber construir un discurso unitario que permita enfrentar como país no solo los temas más evidentes sobre la verdad y la justicia sobre los hechos ocurridos durante la dictadura, también avanzando decididamente hacia una política que reivindique la Memoria como garantía ética de una democracia nueva. Entendiendo que los derechos humanos son irrenunciables en cualquier contexto y que no basta la performance de la denuncia pública. 

Nuestro país necesita hacerse cargo de resguardar la memoria de las víctimas, fortaleciendo la institucionalidad existente, empujando políticas de reparación efectiva, contribuyendo a la recuperación y sostenibilidad de los lugares de Memoria, garantizando la incorporación de contenidos de derechos humanos en todos los niveles educacionales, promoviendo el acceso a los archivos del Estado y de las instituciones armadas para conocer la verdad.

Creo, que para contar con una democracia fortalecida necesitamos avanzar además destrabando aquellas amarras que la dictadura dejó fuertemente atadas en el sistema de pensiones, la salud, educación y la Constitución.

Para aquello, la oposición, fuerzas emergentes y tradicionales, deben saber encontrar el lugar justo de esa confluencia de ideas, indudablemente más cerca de la Memoria que de la nostalgia.

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