Hemos escrito muchas veces acerca de los malos hábitos de la política actual. Conocer la tarea política por 50 años nos demuestra que siempre hubo críticas mordaces a los partidos políticos, los Gobiernos y los parlamentarios. Bastaría revisar el viejo Topaze, el desaparecido Clarín y las múltiples crónicas de los años 50, para saber que la política es, fue y será motivo para cultivar el humor negro y la mordacidad en base a los errores y los delitos personales.
¿Por qué extrañarnos de lo que hoy sucede?
Por algunas breves razones.
Las redes sociales han aumentado las opiniones de base.
El aumento y capacidad investigadora de los medios.
El lenguaje impropio y el irrespeto imperante.
La mayor libertad de prensa.
El nuevo modo de hacer política puertas abiertas.
Sin embargo, se ha producido especialmente en la política, un entredicho entre dos bienes jurídicos esenciales para los actores políticos y una recta aplicación de sus contenidos.
Por una parte, la ética personal y colectiva al máximo de su estrictez y en la que no caben explicaciones artificiosas. Una de estas explicaciones inaceptable es que “como no hay financiamiento se debe pedir dinero a las grandes empresas que por definición exigen compromisos”. Me excuso por dar un ejemplo personal, en mis 7 campañas nunca recibí un solo peso de ellos y siempre subí mi votación. Esta cruzada ética es parte del ser político.
Por otra parte, la sentencia clara de nuestra justicia, todo acusado es inocente mientras no se pruebe su culpabilidad. Para los demócratas cristianos este concepto es tan fuerte como el respeto ético.
Lo señalo porque hoy se ha olvidado y se da por culpable en las redes sociables, los medios de comunicación o en las declaraciones de los líderes en nombre de una eventual noticia no comprobada.
Eso es tanto o más dañino que la pasividad frente a las conductas antiéticas. Apelemos a la dignidad, lealtad, limpieza en el actuar, respeto por la verdad, caballerosidad por el derrotado, y no actuemos como cuervos ante el adversario caído.
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