Presidente no tema a la oposición en democracia

En Chile, la ideología de la derecha tiene hondas huellas autoritarias, una de ellas consiste en que estando en el gobierno no le gusta que haya oposición, en un claro resabio de la dictadura. De allí que le irrita la posición del Partido Socialista de actuar con claridad como una fuerza de oposición, asumiendo una conducta coherente y la responsabilidad que le corresponde.

Según dijo Sebastián Piñera hace poco, actuar en la oposición es una “pelea como el perro y el gato”. O sea, desea que no le contradigan ni fiscalicen, eso significa una pasividad impropia en democracia.

Lo que sugiere es inviable, que haya silencio ante el grueso error de nombrar embajador en Argentina a su hermano, o que no se haga público un gasto injustificado, como un LED de casi 9 millones, para la residencia presidencial de Cerro Castillo, la que como se sabe esta destinada a su uso personal.

Así también, si el ministro de Hacienda yerra gravemente al definir un viaje privado como público, corresponde que la oposición lo denuncie a los organismos pertinentes, o que cuando el ministro de Salud reemplace una ley por un reglamento, hay que salir al paso de esa acción que viola el principio de legalidad, básico para la estabilidad del país.

Y, ante el ministro de Educación, que cuando habla arriesga decir un despropósito, como hizo el mismo día de las movilizaciones feministas, con el país atento y sensibilizado, afirma en el Congreso Nacional que los acosos, abusos y atropellos reiterados a la condición de mujer son “pequeñas humillaciones”, su incapacidad de opinar sin ofender o herir a la comunidad nacional no es responsabilidad de la oposición.

El Presidente se permite llamar retrógradas, sin precisar más, las políticas del gobierno anterior, pero le desagrada que le repliquen y cuando así ocurre se queja por lo que considera un “encrispamiento” que deprime.

Es claro que el concepto presidencial se rige por el antiguo criterio de “la ley del embudo”, esto es la parte ancha para el que gobierna y la angosta para los gobernados.

Así, sin oposición, podría tener una gestión de antología, pero gobernar en democracia es saber respetar las diferencias, reconocer y dar respuesta al conjunto de los intereses involucrados en la toma de decisiones y no sólo y exclusivamente el de los gobernantes.

Desde la invitación a integrar las Comisiones Técnicas del Ejecutivo, está claro el intento presidencial de “cooptar” a la oposición, de ponerle un traje a su medida y hacer de ella un actor condescendiente del gobierno en el escenario político e institucional. No es lo correcto.

En democracia lo justo es respetar a la oposición en cuanto tal, asumiendo los grados de acuerdos y desacuerdos, de modo especial, aceptando que la oposición sea un protagonista autónomo y no funcional al gobierno de turno.

Es decir, la necesaria consideración que la oposición requiere en democracia, no se mide por los tecitos o canapés que se sirvan en los despachos ministeriales. El punto de fondo está en que la autoridad no debe ningunear a quienes son oposición, como hacen los dichos y juicios del Presidente, que cree que la defensa de los intereses del país solo está en su círculo más cercano.

Hay que respetar para ser respetado. Aclarar esta correlación en los conceptos es clave en estos días, ya que el bloque gobernante es una cerrada élite, donde piensan que están llamados a mandar y los demás a obedecer.

La oposición no existe para alimentar el protagonismo presidencial y hacerse parte de sus ensoñaciones. Su tarea es autónoma del gobierno, si queremos de verdad, alcanzar una legitimidad democrática robusta en Chile.

El gobierno de la derecha no debe temer que haya oposición y aceptar que su rol no es la condescendencia con el poder, que su función no son las risas y genuflexiones que ensalzan a quien detenta la autoridad. Su meta, esencial a Partidos de representación popular, de izquierda y de centro, es conseguir que los gobernantes estén sujetos al respeto irrestricto del principio de legalidad y del logro del bien común en sus actuaciones.

Ni más pero tampoco menos.

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