Pueblo mapuche, más allá de los simbolismos

Cuando vuelve la habitualidad informativa sobre La Araucanía, esa que solo habla de camiones incendiados y de ataques de desconocidos que dejan “panfletos alusivos a la causa mapuche”, pareciera haber pasado rápidamente al olvido el reciente dictamen de la Contraloría que, en respuesta a una presentación que realizara el ex intendente Francisco Huenchumilla, estableció que “dadas las atribuciones amplias que la ley les ha conferido a los aludidos gobiernos para estimular y fomentar las expresiones culturales de la región respectiva, esta Contraloría General no divisa inconvenientes para que, en el ejercicio de ellas, tales organismos puedan regular la inclusión del idioma mapudungun como lengua oficial, junto con el castellano, en el campo de las actividades atingentes al ámbito territorial correspondiente”.

Sin duda un hecho histórico al que quizás hoy no se le de el verdadero valor que tiene.

Antes el Consejo Regional había respaldado la iniciativa impulsada por Huenchumilla y la Mesa por la Oficialización del Mapudungun en La Araucanía. En junio de 2014, la propia Contraloría había determinado la viabilidad de oficializar el mapudungun en la comuna de Galvarino, tras consulta de dicha municipalidad, miembro de la Asociación de Municipios con alcaldes mapuche, y el Consejo territorial mapuche.

En el 2012, un convenio suscrito entre Conadi y el Registro Civil, permitió capacitar a oficiales civiles de Temuco, Collipulli, Victoria, Imperial, Galvarino y Traiguén en la lengua y cultura del pueblo mapuche. Ello permitió que las parejas que así lo quisieran, pudieran realizar el trámite y la ceremonia en mapudungun.

Pero también hay antecedentes negativos. El 2011, la directora del Liceo de Collipulli prohibió que dos niñas, una de ellas hija de un lonko, vistieran su traje tradicional en la ceremonia de graduación de enseñanza media. Ese mismo año, una estudiante universitaria vivió idéntica situación cuando quiso rendir su examen de grado con ropaje típico, aunque en este último caso, una campaña de denuncia y el anuncio de acciones judiciales, hizo que el plantel cambiara su decisión.

Sobre este tipo de situaciones discriminatorias, en el 2002, el entonces Relator Especial de la ONU, Rodolfo Stavenhagen, en un informe de su misión a Guatemala, había dicho que “el uso del traje tradicional indígena -principalmente entre las mujeres- está íntimamente relacionado con el ejercicio de la espiritualidad y constituye un elemento muy importante de la identidad social y étnica.” 

En abril de 2010 había sido otro dictamen de la Contraloría el que determinó que la Municipalidad de Villarrica, “se encontraba facultada para autorizar el izamiento de la bandera, emblema o escudo del pueblo mapuche junto a la bandera nacional, en las reparticiones municipales de su dependencia, en el entendido que el uso de esos símbolos cumpla la exigencia de satisfacer una expresión cultural, educativa o artística de la referida etnia”.

Sin embargo, pese a todos estos hitos que muestran el esfuerzo de comunidades, organizaciones y algunas autoridades, queda en evidencia la necesidad de avanzar hacia algo más que pronunciamientos administrativos para reconocer, valorar y respetar la cultura, tradiciones y expresiones religiosas del pueblo mapuche, y en general de los pueblos originarios, que desde hace miles de años, habitan lo que hoy es Chile.

En la discusión de la eliminación del sistema binominal propusimos la existencia de escaños parlamentarios reservados a los pueblos originarios, lo que lamentablemente no prosperó. Que decir del reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas, que ya ha pasado a ser un clásico en los programas de gobierno, pero que aún no logramos aprobar.

Por eso, es curioso cuando se destaca el “haka” que realizan los All Blacks de Nueva Zelanda antes de cada partido de rugby, quedándose sólo en la postal de la cultura maorí, sin mencionar que detrás de ello hay una política de Estado, surgida de tensiones étnicas en los 80, que le entregó al pueblo maorí el usufructo de grandes extensiones de tierras, incluyendo la zona del puerto de Wellington, que incorpora a la comunidad en su directorio.

Ellos también modificaron su sistema electoral para asegurar la representación maorí en el Parlamento. Pero lo más importante es que la lengua maorí se enseña en todo nivel educacional, se financian señales de TV y radio en esa lengua y se incorporó a la señalética y el protocolo. La arquitectura de los edificios públicos integró elementos nativos y se levantó un museo destinado a mostrar la cultura maorí como patrimonio común. Como si fuera poco, técnicas de combate indígena se incorporaron en las FFAA. Es decir, la cultura maorí se instaló en la vida cotidiana de los neozelandeses.

Sin duda, lo hecho por ese país no ha resuelto todos los conflictos, pero le ha permitido gestionar exitosamente una sociedad multicultural, transformando este rasgo en una ventaja comparativa en un mundo global.

Aunque suene paradojal, pareciera que hoy estamos más lejos de una justa relación con el pueblo mapuche que en 1819, cuando Bernardo O’Higgins escribió una carta, en su condición de “jefe de un pueblo libre y soberano, que reconoce vuestra independencia” a “los habitantes de la frontera del Sud”, invitándolos a una justa convivencia entre ambos pueblos.

Lo claro es que toda reforma que se discuta para reconocer e incluir al pueblo mapuche requiere de su activa participación. Pero sobre todo, pasar de los simbolismos a lo concreto. Chile y el pueblo mapuche así lo necesitan, para avanzar juntos, en mejores condiciones de justicia, por el desarrollo común, en un tiempo que no acepta más dilaciones.

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