Que el pueblo decida

El estallido, revuelta, rebelión, o como quiera llamársele a esa contundente expresividad social de octubre, ha tenido dos momentos destacados.

Primero, grupos de jóvenes queman y destruyen una serie de estaciones del Metro y sus alrededores. Segundo, al cabo de unos días se produce una jornada multitudinaria de protestas pacíficas contra el estado de la cosa pública, el modelo, o derechamente contra el sistema político y económico imperante.

Han seguido cientos de réplicas de esos momentos - hasta ahora - lo que la han convertido en una rutina inquietante. 

Quizá el cartel más expresivo de este tiempo sea “Hasta que la Dignidad se haga costumbre”… un recordatorio doloroso de aquella democracia recuperada hace más de 30 años y que, sin embargo, no trajo una dignidad a la altura de la educación y la conciencia global con que viven los chilenos en la actualidad.

El estremecimiento de la sociedad tuvo dimensiones nacionales alcanzando importantes ciudades de todo el territorio, lo que hizo tomar conciencia a la dirigencia política de una nueva situación social.

En el Senado, actuando como última ratio, en la madrugada del día 15 de noviembre, parlamentarios y jefes de partidos políticos llegaron a un acuerdo trascendental: devolver al Pueblo, mediante un plebiscito, el derecho a decidir sobre el país del futuro. Fue el último recurso posible en un ambiente completamente incierto. 

30 años de Transición a la Democracia plena llegaron a su fin ese día. Tenían razón los que siempre sostuvieron que la Transición terminaba el día en que el pueblo decidiera libremente si quería mantener o cambiar la constitución de Pinochet.

Se demostró que la Derecha tenía la fuerza para rechazar el cambio de Constitución, porque siempre les ha beneficiado directamente. Hasta que las protestas amenazaron con seguir y no dejar nada del Modelo. Así, muchos de ellos comprendieron que había llegado la hora de poner en la mesa algo más contundente, que el chorreo del modelo. 

El Gobierno ha jugado un papel secundario en esta crisis. Antes de ella, las coordenadas Gobierno v/s Oposición, jugaban a favor del primero debido a la persistente división de la Oposición.

A partir del estallido social, el Gobierno ensayó primero el expediente de la guerra. Tal vez arrastrado por el miedo que sugestionó a sus propias filas, con la idea de una invasión “casi alienígena” de los grupos sociales más radicalizados.

Sacar a los militares a la calle no les sirvió de nada, porque a diferencia de las protestas en dictadura, el personal portaba munición no letal. Los militares demostraron más sensatez que el propio mandatario.

En su versión más radical, cierta derecha culpa al Presidente por no haber firmado un decreto, que exculpara de sanciones penales a los militares que saldrían a matar. 

La solución gubernamental ha sido reforzar a Carabineros y concentrarse en buscar formas legales de reprimir e impedir la protesta. Sus incompetentes maniobras han dejado un saldo desolador en materia de derechos humanos: 31 muertes y 6.270 heridos (Datos INDH al 30/01/2020). Además, sendos informes de cinco organismos internacionales han instado al gobierno a cambiar su política de seguridad y exigir respeto por los DDHH en su aplicación. 

Las protestas sociales más remotas siempre se refieren a un mismo punto, las leyes injustas. De aquí surgen las pensiones paupérrimas, las deudas por estudiar, la salud privada o de los ricos, o la jubilación de privilegio de las FFAA. La lista es larga y odiosa.

Por ello en la protesta también surge la ideología del “abajismo”. Unidos en la protesta están transversalmente los militantes de los partidos con las organizaciones sociales de todo tipo, y la desobediencia social se expandió al conjunto de “los de abajo”. Las bases contra las cúpulas, el grupo por sobre los individuos, los gobernados contra los gobernantes.

La confusa idea de una sociedad igualitaria, pero violenta, donde al final del túnel se vislumbra que nos gobernarían los sujetos con “las pistolas más grandes”. 

Hasta los intelectuales de la plaza quedaron al desnudo. En su extremo, el liberal que inspirado en Hobbes declama por el uso de la fuerza para no retornar al estado de naturaleza; o el antagónico que, inspirado en Lenin, denuncia los acuerdos políticos como contrarios al Pueblo que ya tiene el poder de la calle. Y no faltó un connotado de la ex Concertación, confesando su incredulidad y consternación. Al parecer, ninguno estaba preparado para que el pueblo decidiera. 

Por ello fue decisivo el acuerdo alcanzado en el Senado. La crítica por ser un acuerdo cupular resulta trivial, lo es por naturaleza, ya que los firmantes son representantes de un pueblo que los ha elegido. Lo cierto es que las principales fuerzas políticas del país tuvieron una cita histórica. 

El símbolo de esa voluntad general de aquella madrugada, en su sentido más profundo, es el gesto de devolver la soberanía al Pueblo que representan. Una gesta rotunda que logró una salida política e institucional a la crisis, y convirtió al Gobierno en un buzón para su promulgación como Ley. Esto demostró que la soberanía del Estado está mejor representada en el Congreso que en la Presidencia. Días excepcionales sin duda. 

Luego se ha visto el rechazo a todos los cambios de los orgullosos herederos de la dictadura militar. Incluso a la posibilidad de una Constitución que represente a todos, elaborada por miembros electos bajo procedimientos democráticos, obligados a acordar por 2/3 de sus integrantes para las reglas fundamentales de la República. A cambio de esto, ofrecen parchar la casa pinochetista. 

También hay una Derecha democrática que quiere construir una casa común. Esa Derecha tiene un importante caudal de votos en el país y su presencia en la opción Apruebo será decisiva para sacudirse definitivamente de la herencia pinochetista. Es mucho lo que está en juego. 

La DC que ha adherido desde el principio a participar en el Plebiscito, cuenta entre los suyos al ex Presidente Eduardo Frei Montalva, quien llamó por primera vez, en 1980, a tener una Asamblea Constituyente. Su acción pendular actual entre la Oposición y el Gobierno no le permite aún encontrar un camino adecuado a la conformación de una alianza más amplia. 

La Izquierda democrática sigue siendo la principal fuerza de la oposición, aunque en un contexto altamente fragmentado donde siguen naciendo nuevos grupos, ya sea en forma espontánea o producto de escisiones de los partidos tradicionales.

Los voceros de las organizaciones sociales buscan transformarse en actores políticos, al parecer más preocupados de marcar el voto, que de su propia agenda social.

Algunos incluso se restarían al ejercicio de concurrir a votar, preocupados en hacer la Revolución.

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