¿Qué pasa en nuestro Ejército?

Quisiera llamar la atención respecto de la normalidad con que en la Escuela Militar se realizó un homenaje a Miguel Krassnoff hace poco tiempo atrás. No fue realizado en un lugar cualquiera, sino donde se forma e instruye a la oficialidad del Ejército. Esto nos debería hacer meditar sobre lo que está ocurriendo en la cultura institucional de Ejército.   

Tratar de verlo como un hecho aislado y casual, que corresponde y se explica por una situación familiar debido a que la persona que realizó el homenaje era su hijo, solamente es una manera de lograr una explicación simple que elude abordar el problema de fondo. Este “pequeño” incidente es la muestra de algo bastante más complicado: después de décadas de democracia queda la duda de sobre el tipo de cultura institucional que tiene nuestro Ejército. 

Este incidente nos habla de una cultura institucional tolerante con las manifestaciones que enaltecen a los violadores de derechos humanos, lo que constituye un riesgo para nuestro sistema democrático. 

En una institución altamente jerarquizada, cuando uno de sus miembros hace un acto que esta fuera de su protocolo de actuación en una ceremonia formal, se le debe impedir que lo pueda llevar a cabo. Pero la reacción fue de una tolerancia que tiene ribetes de cinismo, sencillamente se le permitió culminar su acto de homenaje.

Surgen dudas, ¿en el fondo no habrá un secreto orgullo por lo que hizo Krassnoff?

¿Los oficiales y cadetes presentes tal vez tengan pensamientos justificatorios para las atrocidades que cometió?

El problema es que no lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que el homenaje se realizó y no fue interrumpido.

Me imagino que si un oficial hubiese realizado un homenaje en similares circunstancias a Claudio Thauby, militante socialista detenido desaparecido que había sido cadete en la Escuela Militar, seguramente no habría podido terminarlo tan tranquilamente. Eso es cultura institucional. 

De parte del mando institucional claramente las medidas faltaron. Tal vez porque sencillamente no las hubo. Se continuó con el proceso de retiro que estaba programado del oficial que realizó el homenaje y el director de la Escuela Militar renunció. En sencillo, no fueron sancionados.

Con ello el Ejército entrega una señal simbólica muy importante a la sociedad pero sobre todo a sus propias filas.

La señal es que existe un discurso institucional formal sobre lo acontecido respecto de las violaciones a los derechos humanos realizada de manera sistemática por miembros del Ejército durante la dictadura y una muy diferente interpretación que se reproduce en el plano de la cultura institucional.

Más llamativa es la entrevista que El Mercurio le publica al ex director de la Escuela Militar en donde articula la idea de que su retiro estuvo motivado por el honor, sin hacerse cargo del fondo de lo que está en juego. 

La ausencia de medidas muestra a un mando guiado por la cultura institucional y a un gobierno que no logra ejercer el rol de conducción política democrática que este a la altura que se espera. 

Demasiada normalidad para homenajear a una persona que sigue siendo condenado. El 22 de octubre la Segunda Sala de la Corte Suprema lo condenó a diez años de presidio por el secuestro calificado y los graves daños causados a Eva Eugenia Palominos, sobreviviente de Villa Grimaldi.

Con esta sentencia, el ex Brigadier suma 678 años de cárcel por su participación en diversos delitos de violaciones a los Derechos Humanos, cifra que expresa la brutalidad de sus actuaciones y el daño que causó. 

Las Fuerzas Armadas, y el Ejército en particular, son instituciones muy relevantes para nuestra sociedad, tanto porque cumplen una función esencial como es la defensa, como por el poder que tienen respecto del uso de la violencia.

Son parte importante en la construcción de nuestra comprensión como nación. Siempre han tenido un rol en la historia de Chile, en la vida política muchas veces relacionadas con la represión de movimientos sociales, pero también ha habido ocasiones en que han sido parte de luchas progresistas y transformadoras que no debemos olvidar.  

La vida institucional de las fuerzas armadas tienen una gran carga simbólica, cada uno de sus miembros es su portadora, por ello es importante abordar los espacios en que sus miembros reproducen el relato que les otorga el sentido con el que son soldados. Espacios de su cultura donde todavía se potencian versiones de la historia que atentan contra los valores esenciales del sistema democrático. 

Principios como la libertad, la tolerancia, el respeto y promoción de los Derechos Humanos, el debido proceso, la presunción de inocencia, la no discriminación, entre otros, deben ser parte de la formación y la convivencia de civiles y militares en nuestro país, con un peso vinculante que haga posible una efectiva convivencia democrática y se impida, sin ninguna ambigüedad, actos o declaraciones que sólo buscan reinstalar una lógica de confrontación, división y violencia entre los chilenos y chilenas. 

Hay algo que va más allá de las posibilidades de los procesos educativos formales, es la cultura que transmiten las instituciones que se reproducen en los individuos.

Es esa cultura institucional la que permite que sea normal homenajear a un violador de los derechos humanos, en vez de avergonzarse por los actos que cometió como miembro del Ejército.  Creo que es preocupante.  

El día que un espontáneo homenaje a un violador de derechos humanos sea impedido con la misma espontaneidad por la restante oficialidad, sabremos que hemos avanzado en la dirección correcta de tener una cultura institucional acorde a lo que Chile necesita. 

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