Que prime la razón por sobre la sinrazón

Las élites sociales y económicas, representadas por la derecha, acostumbran denostar rudamente a quienes piensan diferente, siendo habitual en tales grupos el menoscabo a las personas y organizaciones que tienen otro concepto de la vida, la civilización humana, el Estado y la cultura, es decir, a quienes piensan diferente.

Por eso, en los periodos de cambio social toman una posición profundamente intolerante y consideran que su manera de pensar y sus ideas, por rudimentarias que sean, contienen una validez absoluta y perenne. Así, en una situación desfavorable recurren con fe dogmática a la confrontación y el uso de la fuerza para garantizar su rol preponderante en la vida social.

Con la fe absoluta que surge de su dogma de supremacía, en esa visión, quienes tengan una concepción diferente lo harán por ignorancia, maldad o debido a la ideología perversa del comunismo. En último caso, ante la evidencia objetiva de los hechos y propuestas de sus oponentes, recurrirán a la argucia que son cálculos mal hechos.

La intransigencia se desató en días recientes, la derecha produjo una escalada política y mediática de enormes dimensiones para impedir que una militante comunista, Karol Cariola, se convirtiera en la presidenta de la Cámara de Diputados y Diputadas de Chile. Fue un brutal acto de exclusión política confirmando que la ideología ancestral de la derecha rechaza la diversidad y la tolerancia.

Desafortunadamente, gravitantes sectores del centro político fueron parte de la estrategia de choque del autoritarismo populista de ultraderecha. Parecen ignorar los hechos históricos y compiten con la virulencia retórica usada por la ultraderecha en la oposición al gobierno. Se repite la amarga experiencia de los años '70, circunstancias aciagas para Chile en que la polarización sin límites no hizo más que derrumbar el régimen democrático y abrir paso a la conjura fascista.

Arremeten contra el nuevo presidente de la Cámara de Diputados y Diputadas, Vlado Mirosevic, con argumentos ni siquiera camuflados, el objetivo es crear el desgobierno en la corporación y justificar una moción de censura, luego de la dura derrota que la derecha sufrió hace dos semanas al perder la elección de la mesa.

Luego, en el debate de la ley de Presupuesto, la oposición ha rechazado el financiamiento de los centros y fundaciones de memoria histórica sobre las violaciones a los derechos humanos, como si el dolor de las familias de las víctimas no hubiera sido suficiente y el ocultamiento de la verdad, durante décadas, no fuese también una negación de la justicia. La ultraderecha impuso, aunque sea temporalmente, una regresión a la negación de la historia de Chile.

A la izquierda, lamentablemente, llegó esa cultura confrontacional y sectaria, así se hizo habitual la crítica intolerante, el ataque artero y la errada pretensión de querer hacerlo todo a la vez solo por el imperio de la voluntad, sin pensar si es posible o no alcanzar los propósitos propuestos de acuerdo a las fuerzas sociales y políticas con que se cuenta.

Esa posición cubierta de grandilocuencia y florida retórica de chovinismo sectario, se manifiesta en la negativa a la amplitud en las alianzas, el rechazo a sumar fuerzas y adoptar los acuerdos a que ello obliga y en la intención de rivalizar y aislarse sin importar el impacto que las hostilidades que se desatan tengan sobre el conjunto del proceso.

Hay verdaderos profesionales de la formación de efímeras microorgánicas, que se levantan con la resonancia creada por los que dividen el movimiento popular, grupos minúsculos que pronto se disuelven en la nada. También en el centro político ocurrió esa dispersión y hoy proliferan grupos que disputan ese espacio, carentes de identidad y proyecto político, salvo el hostigamiento al gobierno.

El Presidente Boric y su gobierno son hostigados sistemáticamente desde las posiciones conservadoras, pero desde los afanes caudillistas y grupos maximalistas se le critica igual por recelos individualistas. Nunca será tan radical como pretenden y siempre sabrán encontrar lo que falta o es criticable. En definitiva, es el sectarismo que inunda y ahoga la política democrática.

Por el contrario, el cónclave de Cerro Castillo, el 6 de noviembre recién pasado, fue una expresión de unidad y amplitud, de la voluntad de sobreponerse a la derrota del plebiscito del 4 de septiembre, colocando el interés general como el factor primordial, sin disolver ni suprimir la diversidad de los distintos actores concurrentes en la alianza de gobierno, pero comprendiendo que la conducción del Estado impone "una responsabilidad mayor", como enfatizó el Presidente Boric.

La izquierda en cuanto corriente de ideas y movimiento social, que se fundó adoptando el humanismo de las diversas épocas, también el pensamiento laico racionalista y el marxismo, no como dogma sino que como "guía para la acción", nació desplegando una ardua brega para hacer primar la razón por sobre la sinrazón, bregando por la justicia social para suprimir brutales prácticas de explotación y exclusión, desterrando mitos sobrenaturales o la falsa y eterna omnipotencia de los poderosos.

El alma de esa brega es derrotar la soberbia de dictadores y oligarcas, cómo también la verborrea de encumbrados caudillos populistas que sólo velan por sus apetitos. Ahora la tarea es fortalecer el régimen democrático, afianzar el gobierno del Presidente Boric y su agenda de estabilidad institucional y transformaciones sociales y económicas, con vistas a lograr la mayoría social necesaria que derrote al autoritarismo de ultraderecha camuflado de populismo.

Se trata de lograr que la acción política tome decisiones fundadas, objetivas, apoyadas en la experiencia y no en impulsos erráticos, cálculos mezquinos o cuentas alegres y odiosidades revestidas de verticales opciones políticas. Reconozcámonos en esa tradición de lucha y organización, de unidad en la diversidad, así seremos capaces de doblegar al neofascismo autoritario y populista.

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