Recordando a Clodomiro Almeyda

Hoy se cumple un año más desde que falleciera, en 1997, quien fuera canciller de Chile durante el gobierno del Presidente Allende y ex Secretario General del Partido Socialista, Clodomiro Almeyda. 

Su deceso privó al Partido Socialista, a la izquierda y a Chile de un pensador de una maciza formación intelectual, amplia visión política y vasta cultura que ha hecho falta en tiempos de mucha confusión, desmedidas ambiciones y destemplados personalismos.

Almeyda dedicó su esfuerzo intelectual a la reflexión teórica y la investigación científica, de ello hablan sus libros, artículos y tantas intervenciones que son innumerables, pero el centro nervioso de su trabajo y la causa que guió su vida fue la militancia socialista, desde la que desplegó una intensa actividad práctica, arriesgando incluso su existencia y su propio bienestar personal.

Como se sabe, fue hecho prisionero el mismo día del golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973, recluido en la Escuela Militar y luego trasladado a la isla Dawson, vuelto a Santiago soportó con dignidad un trato vejatorio en diversas instalaciones militares, como la Academia de Guerra Aérea, hasta que la presión internacional obligó a que la dictadura lo enviara al exilio.

Almeyda nunca se sometió a la dominación del pinochetismo neoliberal, ni en los campos de prisioneros políticos ni en los amargos avatares del exilio. Mantuvo su dignidad y su voluntad de lucha a pesar de privaciones, padecimientos y dificultades.

Por eso, era un liderazgo potente, más aún luego de su ingreso clandestino a Chile, a inicios de 1987, presentándose en los Tribunales a exigir su derecho a vivir en la patria, siendo apresado y encarcelado, pero aún así no se sometió y denunció el carácter antidemocrático de la institucionalidad del régimen, el terrorismo de Estado y el saqueo que sufría el patrimonio nacional, en el juicio que se le impuso ante el Tribunal Constitucional, designado por Pinochet, para privarlo de sus derechos políticos. 

La fachada legal que la dictadura usó para realizar su plan de excluirlo del sistema político, fue el entonces vigente artículo 8’ de la Constitución de 1980, que constituía un soporte sustantivo del proyecto de democracia protegida, diseñado por la ideología autoritaria de Jaime Guzmán, por cierto, a gusto de Pinochet, para suprimir el pluralismo en el ejercicio de las ideas y excluir de la institucionalidad a los demócratas que no se supeditaban a la dictadura neoliberal.

Una vez recobrada su libertad, a fines de 1988, Almeyda tenía un peso incalculable, su libertad expresaba la derrota política de la dictadura en una brega inclaudicable contra la opresión. Al salir de la prisión siguió abriendo camino a la victoria con su política estratégica de “unidad y lucha”, en particular, trabajando en el proceso de la unidad democrática por la unidad socialista; en síntesis, un líder histórico de la izquierda, de gravitación política nacional, querido y respaldado por el pueblo chileno. 

Con una legitimidad forjada en medio de esos duros esfuerzos libertarios, y en décadas de bregar infatigable, tanto en la política como en el trabajo intelectual y organizativo del movimiento popular, Almeyda nunca se hubiera proclamado como candidato a la Presidencia de la República en un acto personal, como hoy se hace con tanta facilidad y frecuencia.

No estamos hablando de un dirigente fuera de la realidad, que no comprendiera la legitimidad de las aspiraciones personales, pero era un hombre lúcido que no hubiese confundido jamás las pretensiones que surgen en las personas con la ausencia de límites en las ambiciones individuales, al punto que pasan a ser la presentación de afanes indebidos e incontrolables.

Asimismo, captó el inicio de nocivos hábitos en los partidos populares, ensimismamiento en las divergencias y ruidosas polémicas a la medida de su impacto mediático y no de los desafíos partidarios, en suma, una serie de prácticas que alejan de las demandas sociales, buscando o incluso fabricando enemigos dentro del Partido, en una lógica ideologizada que tiende a reemplazar la propuesta país que se requiere para ser alternativa política nacional, fenómeno que Don Cloro definía como “internismo”.

Almeyda sabía lo que valía y el peso que tenía, pero jamás hubiera definido su conducta política desde el “yo”, este hábito que ahora se repite y que confunde a tantos: yo fui, yo creí, yo hice, yo estuve, yo, yo, y yo. Era un líder excepcional que no sufría de este “yoismo” fuera de normas y límites, de este inconducente egocentrismo que se ha extendido como una epidemia en el sistema político, que algunos practican, incluso, ayudando a difamar ilegítima y artificialmente la acción partidaria.

La formación conceptual de Almeyda no le permitía aceptar el personalismo infecundo, lo guiaba una mirada del acontecer nacional y del sentido de la militancia socialista, que sentía auténticamente como una “causa superior”, un compromiso de vida con el cambio social, con la transformación democrática de la sociedad capitalista con perspectiva socialista.

En una sesión, en el Comando Socialista por el NO, de la Comisión Política de la orgánica socialista que el dirigía, en abril de 1989, al plantearse el debate sobre las elecciones presidenciales de diciembre de ese año, Don Cloro señaló en lo referente a cómo abordar esta decisión, que jamás se autoproclamaría candidato presidencial porque esa era una decisión partidaria, en ningún caso personal, porque debía ser coherente con el proyecto político y los objetivos fundamentales a proponer desde el socialismo al país.

Por eso, Almeyda luchó no para sí mismo sino que para plasmar un proyecto de sociedad, cuyo sentido esencial era y es la plena reivindicación de las libertades y los Derechos populares, el término de las injusticias y el logro pleno de la dignidad y la justicia para los trabajadores, objetivos a concretar atravesando toda una etapa histórica de plena restauración del régimen democrático y así avanzar hacia una nueva sociedad a través de una sucesiva profundización de la democracia.

Almeyda murió en 1997, la derrota política de la dictadura se había confirmado con la elección sucesiva de dos gobiernos democráticos, pero seguía la carga de los enclaves autoritarios en la institucionalidad y el ex dictador manchaba al Ejército de Chile permaneciendo ilegítimamente como Comandante en Jefe, presionando y amenazando con su odiosa presencia.

En consecuencia, la tarea estaba inconclusa, sobretodo le preocupaba el desaliento en la izquierda, generado después del colapso de la ex Unión Soviética, factor que motivaba la aparición de los proyectos personalistas, cuyos efectos prácticos terminarían anarquizando la lucha popular en forma inevitable, por su carácter incoherente con la tarea esencial de unir y cohesionar una amplia mayoría social y nacional para derrotar las injusticias y la aguda desigualdad de la herencia neoliberal. 

Ese es el auténtico desafío, no como cada cual se las arregla a título individual, sino que la reconstrucción y reposicionamiento de un proyecto político con mayúsculas para la transformación de Chile con un profundo sentido democrático y de justicia social.

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